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FORO DE LECTORES


Borregos

| Martes 23 diciembre, 2014


Para no aborregarse hay que ser crítico y, de vez en cuando, echarse al hombro la carga de no estar de acuerdo, pues no es extraño que al cuestionar a quien ostenta el poder


Borregos

Muchos oficiales nazis jamás se consideraron responsables de los crímenes que se cometieron bajo la burda excusa de la guerra. ¿La razón?, solo cumplían órdenes. A quienes les correspondió juzgarlos no les convenció ese argumento, y a nosotros tampoco.
Hay que estar desquiciado –pensamos– para torturar a otro ser humano, solo porque una autoridad nos lo ordena. Nos creemos incapaces de causar dolor y sufrimiento al prójimo por la simple y llana obediencia. Sin embargo, lo cierto es que cualquier persona sería capaz de hacer lo mismo si estuviera bajo las mismas circunstancias.
Nos han dicho hasta el cansancio, que quien es seducido por el poder se corrompe, pero la otra parte de la historia es que quien se somete al poder, se aborrega.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, algunos investigadores se preguntaron sobre el porqué de la obediencia ciega (o al menos la que se hace pasar por ciega) y en diversos estudios encontraron que hasta el 92% de las personas puede actuar contra su conciencia y causar daño a sus semejantes, simplemente por acatar órdenes de personas con poder.
Los experimentos iban desde mandarles a aplicar descargas eléctricas a otras personas, hasta complejas prisiones simuladas, donde los supuestos carceleros agredían de múltiples maneras a los prisioneros, solo porque ese era su rol asignado.
En parte, este fenómeno es un efecto secundario del proceso que nos permite convivir en sociedad. Desde pequeños se nos dice que el niño bueno obedece y el malo no hace caso; se nos enseña que la autoridad tiene la última palabra y rara vez se le cuestiona.
Pensará que a usted eso no le pasaría, que sería incapaz de dañar a alguien más solo porque se lo mandan. Sí, eso creemos todos. Pero la realidad es otra; en las diversas investigaciones sobre el tema, sin importar el país (Alemania, España, Estados Unidos, Holanda, Italia, por citar algunos), las personas terminan obedeciendo.
¿Nunca le ha hecho caso a un jefe o un policía solamente porque tiene una posición de autoridad? Pues bien, el principio es el mismo. Asumimos, por ejemplo, que si alguien nos manda a darle un menjurje amargo a otro, tendrá las razones que justificarán el acto e, incluso, la responsabilidad por las consecuencias. Igual mecanismo subyace en el acoso escolar y laboral, donde una persona con poder gana aliados para agredir a alguien más, así como en el caso del soldado que se inmola o mata a otros en la guerra.
Yo he presenciado múltiples simulacros donde una persona con autoridad arremete contra otra y cientos de testigos observan impasibles. Una vez que se les dice que es una actuación, aparecen los que aseguran que “estaban a punto de hacer algo”, pero lo cierto es que, salvo contadísimos casos, la gente no hace nada cuando es el momento oportuno.
No pretendo favorecer el pesimismo, sino más bien hacer una advertencia. Solo sabiendo que esto nos pasa, podemos hacerle frente. Mandar y tener razón son cosas distintas, obedecer no siempre es lo correcto sin importar quién dé la orden.
Para no aborregarse hay que ser crítico y, de vez en cuando, echarse al hombro la carga de no estar de acuerdo, pues no es extraño que al cuestionar a quien ostenta el poder, decida usarlo en nuestra contra.

Rafael León Hernández
Psicólogo






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