Vericuetos
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 06 diciembre, 2007

Tomás Nassar

No hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír.
El día después se lanzaron las campanas al vuelo. ¡El rey ha muerto, viva el rey!
La forzada aceptación del resultado electoral hizo estallar voces de aliento. No todo está perdido, dijeron. ¡La democracia es perfecta! El caudillo fue derrotado y lo aceptó sin cortapisas, lo que querría decir que mucho más pronto que tarde, podríamos vencerlo en las urnas y que él, prudentemente, aceptaría el relevo y entregaría el poder a un sucesor elegido por la mayoría, aunque esto representara dar un viraje de su país hacia el centro o la derecha y abandonar esa extraña postura mezcla de mecenas, mesías y guía político del suyo y de otros pueblos, en los que sus dólares petroleros han ayudado a imponer otros tantos aprendices de emperador.
Fueron muchos los líderes del planeta que le congratularon por su “humildad, hidalguía y hombría de bien”. “Solo un verdadero estadista es capaz de aceptar la derrota”, dijeron.
Candidez, inocencia, o la demencia que produce la esperanza de lo imposible.
El gran jefe fue derrotado, y él lo sabe, no solo por los votos de quienes le dijeron “no” en un referendo que, convertido en plebiscito, fue un no rotundo a él, a sus políticas, al modelo de sociedad que quiere imponer y a sus cruzadas latinoamericanistas que incendian otros pueblos.
No es cierto que la abstención fuera de sus propias filas. Esta claro que sus seguidores son fieles a su causa hasta el final y no dejarían jamás de soportar sus intentos de perpetuarse en el poder, porque esto, sencillamente, representa la continuidad de sus prebendas, sostenibles solo bajo las actuales circunstancias y bajo el actual liderazgo.
Es muy previsible que los que no votaron hayan elegido la opción de la ausencia electoral como protesta ante el sistema, el gobierno y la propia consulta. No es necesario recordar que por muchas semanas la oposición llamó a la abstención como medida de presión ante un proceso concebido, dirigido y orientado para legitimar la consolidación de un régimen aberrante.
Dudo profundamente que la desaprobación manifiesta de su pueblo le haga recapacitar sobre el destino de su nación, ni mucho menos estar dispuesto a entregar el poder. No debe esperarse vocación libertaria en un general golpista.
Las múltiples manos de los oponentes, que se abrieron generosas buscando un abrazo conciliador se quedarán vacías.
Esto es un “por ahora”, dijo. Advertencia meridiana para quienes podían pensar en una renuncia a sus intenciones por crear la Patria Socialista. La verdad, el resultado no descalifica en la práctica sus poderes excepcionales dados por las leyes habilitantes que mandó crear a su medida, para decidir cuanto sea necesario en procura de su único objetivo.
Lo veremos más fuerte, más decidido, más obsesionado, más amenazante, más intimidatorio. De eso, no hay duda.
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