Vericuetos
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 04 octubre, 2007
Tomás Nassar
Todos son iguales y lo han sido siempre. No hay diferencia temporal ni geográfica, es la misma historia del burro y la zanahoria contada y vuelta a contar. Fidel bajó de la Sierra Maestra blandiendo la Cruz. Devoto convencido, paladín, autoproclamado salvador popular. ¿Cuánto tardó en dejar caer la careta de religioso profundo, de la que se valió para ganar confianza y esconder sus verdaderas intenciones?
Casi medio siglo de dictadura, represión, cárcel, muerte, hambre, han sido suficientes para retratarlo en su verdadera dimensión. ¿Quién lo duda?
¿Y sus pródigos delfines? ¿No hemos visto a los del Norte y a los del Sur, arroparse en campaña con el velo de la fe y el discurso comprometido del amor cristiano, para luego sacar las garras contra esos mismos pobres pueblos crédulos? ¿Es posible que tengamos tan flaca memoria como para no recordar a Juan Pablo II en el Aeropuerto de un país cercano, o al émulo del Libertador postrado hasta el éxtasis, ofreciendo al Supremo el dolor de su martirio por la salvación de los pobres? Esos pobres, cada día más pobres, mientras los dueños de las chequeras petroleras abundan sus arsenales en su demencial sueño de incendiar el continente.
Tristes sermones que empuñan desde el púlpito las mismas mentiras que los admiradores confesos de Chávez, los Merinos y los Albinos; idénticas a las de los compinches de boinas rojas y camisas arremangadas. ¿Les oiremos algún día proferir el mismo discurso para protestar contra la Iglesia que especula en el mercado financiero e invierte en negocios de alto vuelo, pasando por encima de su propio voto de pobreza? El ojo de la aguja se estrecha cada vez más para los que, en el Nombre de Jesús, reniegan del Camino de Jesús.
¿Veremos, algún día, a los sindicalistas del ICE trabajando por el bienestar de la institución, renunciando a las dulces prebendas de las bien negociadas convenciones colectivas y denunciando a las sociedades anónimas laborales, que no tienen que competir día a día por sobrevivir en el difícil mercado de la verdadera competencia, donde es la habilidad y no la complacencia, el amiguismo o el compadrazgo lo que marca la diferencia?
Dobles discursos, muchas mentiras. El TLC no es el enemigo del pueblo. El verdadero adversario son ellos, los que se escudan en la fe religiosa de los creyentes o en la bandera de la patria soberana, para destruir el sistema, la democracia y la institucionalidad. Ellos, los que dicen NO al progreso y a la dignidad personal de la mayoría, para alentar su trasnochado y fracasado proyecto de dictadura en ese sueño absurdo que ahora llaman “socialismo siglo 21”, como si hubiera alguna diferencia entre ellos, entre los de antes y los de ahora.
El mensaje es muy claro. Este domingo no votaremos por un tratado de preferencias comerciales, vamos a decidir la clase de país que queremos para nuestros hijos. Vamos a elegir entre la democracia imperfecta que tenemos y el modelo que imponen los dólares bolivarianos.
No perdamos de vista lo que está en juego.
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