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Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 06 septiembre, 2007


No vaya a ser que se me tache de febril devoto de Al-Qaeda o sus similares, comienzo aclarando que soy “occidental”; es decir, nací en el seno de un hogar católico, me eduqué en un colegio de curas, creo en la democracia, rechazo el homicidio, el terrorismo, el aborto y la pena de muerte y he recibido casi todos los sacramentos aunque no, como debería ser evidente, la extremaunción.

Fui educado y convencido de que soy un hijo de un Dios único y misericordioso, cuya primera enseñanza es el amor por los demás. Por eso vino El al mundo y por eso murió en la cruz.

Creo fervientemente que no hay amor ni paz sin tolerancia y por eso me sorprende hasta el estupor, el artículo ¿Diálogo con el Islam? del presbítero Alberto Casals (La Nación, 4-09-07), no solo porque rechazo el desdén a quienes profesan una fe distinta, sino porque me parece que escribir sin conocer es un acto irreflexivo e irresponsable. No puedo tildar más que de torpeza inadmisible su despectiva afirmación de que “…debemos pensar que los musulmanes son humanos…”. Dice el articulista, y comparto plenamente, que “no actuar razonablemente es contrario a la naturaleza de Dios”, y asimilar, la postura irreconciliable que profesan algunos extremistas del anti-islam, es una aventura peligrosa que engaña y confunde.

Al padre Casals, docto en teología y, por supuesto, obligado a la verdad que predica, le afectan seriamente las dudas de quienes creen en la confrontación de civilizaciones, y que consideran al Islam como el origen de todos los males de la era contemporánea. Asume como ciertos los errores fundamentales en su percepción e interpretación y abraza la mitología moderna de la fe única y excluyente.

Las tres religiones monoteístas propician la existencia de un único Dios, el mismo para todos, y comparten muchísimos de los dogmas que fundamenta cada fe.

Cristianos, musulmanes y judíos comparten la creencia en sus profetas y mensajeros. Los seguidores del Islam creen en la pureza de María, en la Anunciación de Gabriel, en Moisés, Juan el Bautista y Abraham y en Jesús como Profeta y Mensajero. La Torá de los judíos, la Biblia de los cristianos y el Corán de los musulmanes son todos libros sagrados que enseñan y predican la vida en la fe.

El Islam es en esencia una religión de Paz (Salam) y de amor, como lo son el judaísmo y el cristianismo y como puede reconocer cualquiera que se interese en los principios fundamentales de las tres religiones.

La vivencia espiritual es absolutamente individual y la religión una vía de elección personal para llegar al mismo Dios, Ser Supremo de todos. Este es el “valor fundamental de las enseñanzas que han sido reveladas por Dios a los hombres” que menciona el padre Casals y por el cual yo, nacido y educado católico, no puedo aceptar válida su postura confrontativa con quienes viven su fe de manera distinta.

Hay 1.300 millones de musulmanes en el mundo y solo un ínfimo porcentaje pertenece a movimientos violentos que critico y rechazo, tanto como me hieren el Holocausto, el genocidio de Milosevic, las cárceles de Franco, de Amin, Fidel y de Pinochet y el terror del IRA o de la ETA, pero sobre todo, como me hace hervir la sangre la certeza de que el sacrificio infame de millones de vidas de cristianos, judíos y musulmanes, en parte se debe a que muchas de las voces que estaban obligadas a clamar, callaron.

Qué falta nos hace Juan Pablo II.

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