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Un mensaje del profesor Stiglitz

Alejandro Madrigal alejandro.madrigalrivas@gmail.com | Viernes 04 mayo, 2018


Un mensaje del profesor Stiglitz

La semana pasada tuvimos el honor de recibir la visita del Dr. Joseph Stiglitz, quien obtuvo el Premio Nobel de Economía en 2001 por sus enormes aportes a la rama de la Economía de la Información. No todos los días se recibe a una persona con un perfil así, tan admirable y que inspire a tantas personas a querer reunirse a escucharlo, tomarse una foto con él y hasta pedirle la firma en alguno de sus libros. Sus logros académicos transformaron de forma impresionante los modelos económicos típicamente utilizados en la disciplina, al incluir elementos de asimetrías de información e imperfecciones que en tantas ocasiones acercan a los modelos a retratar de mejor manera la realidad. Porque si algo ha quedado claro para quienes nos adentramos a estudiar Economía, es que los casos de competencia perfecta e información perfecta y simétrica son por mucho los menos frecuentes.

Pero la transcendencia de lo que el profesor Stiglitz ha hecho va mucho más allá de sus distinciones académicas o de sus contribuciones en la materia de la Economía de la Información. Él también ha sido un referente mundial dentro de una corriente de pensamiento disidente y crítica del statu quo, no solamente de la realidad económica y social de nuestras economías modernas y occidentales, sino también crítico dentro de la misma disciplina económica. Stiglitz ha sido de los economistas más claros en cuanto a las grandes limitaciones y consecuencias de las ideas sobre la completa liberalización de los mercados, desregulación financiera y laxitud fiscal. Sus estudios y aportes no se limitan a discusiones teóricas, ni mucho menos ideológicas, sino que poseen también una base sólida empírica de cómo dichas políticas se han traducido en sociedades cada vez más desiguales; con ricos cada vez más ricos, una clase media que cada año ve su poder adquisitivo real reducirse un poco, y personas pobres que por más que trabajen y se esfuercen, no logran salir de su condición; además de mayor propensión e impacto de las crisis financieras y un daño ambiental sin precedentes. Esto sin mencionar países que lograron desarrollarse y otros que buscan el desarrollo copiando una receta que ya no funciona.

Y es que la idea de que el crecimiento económico (entendido como el aumento del PIB, de la producción) es la variable de mayor importancia afortunadamente se ha ido superando en las últimas décadas, aunque parece que aún hay economistas a quienes solo les importa ese indicador. Enhorabuena que variables como esperanza de vida, alcance de servicios como la educación y la salud, entre otras han cobrado relevancia para tratar de estimar qué tan bien lo está logrando un país. Indicadores como el Índice de Desarrollo Humano o el de Progreso Social son un esfuerzo en esa dirección. Y ahora, más que nunca pienso yo, la discusión de la distribución de la nueva riqueza generada también ha cobrado gran relevancia.

Aunque un poco tarde, cada vez somos más los que nos damos cuenta de que no importa cuánta nueva riqueza se genera si no logra distribuirse entre los actores de la economía, y una conclusión igualmente importante es que la economía del trickle-down no funciona. Aquella que decía que bastaba con incrementar o facilitar el crecimiento de los ingresos y ganancias de quienes están arriba en la pirámide productiva (los CEO, altos ejecutivos y dueños de las empresas), dichas ganancias se filtrarían también hacia quienes están más abajo, engrosando los ingresos de todos los trabajadores. Similar a lo que ocurre con copas de vino unas encima de otras, cuando se llena una, las de más abajo empiezan a llenarse. La clave es que los bolsillos (o, mejor dicho, las cuentas bancarias) de los grandes empresarios nunca se llenan, allí siempre cabe más ingreso, más ganancias, utilidades, dividendos y rentas. Hoy Estados Unidos es la mejor evidencia de que esta idea era una gran mentira, un país donde la gran mayoría de la riqueza generada año con año se queda en las cuentas del 1% más rico. Y esto ocurre porque no hay quien diga cuándo ya un bolsillo está lo suficientemente lleno y es el turno del siguiente de recibir. Una economía desregulada, naturalmente, no va a dictar esa norma, porque no dicta ninguna. Para ello se requiere la intervención del Estado.

El profesor Stiglitz nos hizo varias advertencias muy pertinentes, sobre cómo Costa Rica viene caminando en una senda peligrosa que podría traer consecuencias severas. No solamente por querer atender la crisis fiscal buscando recortes, en lugar de una estructura de impuestos más progresiva, donde se tasen las ganancias de capital y a la tierra, por ejemplo (¡algo que nos urge!), sino también porque la desigualdad en la distribución del ingreso viene en aumento casi ininterrumpido desde hace muchos años. Y como lo citó él mismo, la desigualdad es el problema central de las sociedades modernas en el siglo XXI. Aunque lo hemos hecho muy bien en amplitud de temas, Stiglitz nos hizo un llamado muy claro a atender estos y otros problemas de urgencia, aprovechando los tiempos que vivimos, tanto de una nueva presidencia, como de nuevos consensos en los poderes de la República. Sobre estos temas, Costa Rica necesita un gran acuerdo, porque la desigualdad, la pobreza y la exclusión están minando nuestra democracia.

Esperemos que entre tantos políticos y economistas que en su momento o incluso hoy han defendido una agenda desregulatoria de la economía resuene el mensaje del profesor Stiglitz y que Costa Rica siga virando la dirección que ha llevado en las últimas décadas, para conducirnos hacia una sociedad más justa, igualitaria y libre.

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