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Ticolandia

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 13 febrero, 2009


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Luis Alberto Muñoz
lmunoz@larepublica.net

Costa Rica es tan pintoresca como aquellas pinturas típicas de casitas, caminitos y tardes de un verano interminable.
Estos paisajes ingenuos con los que nuestros antecesores idealizaban con optimismo sobre su dura realidad, no son distantes de los cuadros que hoy nos pintan los políticos cada cuatro años, cuando se acercan las elecciones.

Sin embargo es evidente que las promesas son meras palabras, pinceladas de una realidad con la que soñamos.
A pesar de fantasiosas y ostentosas, su suave sonido continúa endulzando nuestros oídos.
¿Quién las cumple? Más triste, ¿a quién le importan?

El pueblo costarricense olvida rápidamente.
En buena parte nuestro rezago se debe al hecho de que la política nacional camina sin objetivos claros.
Costa Rica vive dentro de un sereno cuadro de casitas y carretas, como si no quisiéramos que el tiempo transcurriera, cómodamente añorando las glorias del pasado.
Qué melancolía, qué añoranza.
En el fondo hay miedo de cambiar, de asumir el reto de trazar una ruta hacia donde queremos llegar como sociedad.
El conformismo es la herencia de una mentalidad cajuelera y hoy, a pesar de que el mundo cambia ante nuestros ojos, no queremos cambiar nuestro entorno.
Aquellos tiempos en que los partidos políticos defendían ideologías pasaron. Hoy los funcionarios pasan de gobierno a gobierno sin importar cual sea el bando. El propósito es ser parte de ese Estado paternalista, que provee de trabajo y beneficios a muchos burócratas que hoy lo critican, adversan y tratan de destruirlo.
Posiblemente, guardados en los mismos baúles donde se atesora la identidad con la que soñaban los fundadores de lo que una vez fuera la Segunda República, estén los anhelos de un pueblo que quería demostrar al mundo que era distinto y capaz de hacer las cosas mejor.

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