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Teresa y las santas desmembradas

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 13 diciembre, 2010


El miércoles pasado se celebró el día de la Inmaculada Concepción de María y aunque pueda resultar curioso que una atea confesa decida escribir sobre una fiesta religiosa, una serie de circunstancias me han impulsado a hacerlo.

El 8 de diciembre es la fecha en que transcurre el argumento de mi último texto teatral (en coautoría con Walter Fernández) “La segunda Oportunidad”. Al desarrollar la trama escogimos de manera consciente ese día decembrino, evocando brevemente y de manera anecdótica los festejos nicaragüenses.

La imagen de la Inmaculada Concepción de María que aún se conserva en la Basílica de El Viejo en el departamento de Chinandega llegó a Nicaragua en la segunda mitad del siglo XVI. No era ese su destino. Fray Pedro de Zepeda y Ahumada debía llevarla a Perú pero una tormenta lo obligó a quedarse en el puerto de El Realejo y otra tormenta lo forzó a regresar. En el ínterin de estos dos fenómenos meteorológicos los habitantes de la región se fascinaron con esta advocación de la Virgen y la asumieron como propia.

Un aspecto curioso de la historia es que el caballero de Zepeda y Ahumada era nada más y nada menos que el hermano de Teresa de Jesús o de Avila, personaje de la obra teatral antes mencionada.

Nacida en el seno de una ilustre familia judía conversa, la joven Teresa era una apasionada lectora de salud frágil tanto física como mentalmente. A los 18 años ingresó a un convento contra la voluntad de su padre.

Los desmayos, las cardiopatías y los paroxismos la atacaron durante toda su vida llevándola a alcanzar el éxtasis místico. En este estado de conciencia Teresa “abandonaba” su cuerpo y según ella misma describe alcanzaba un placer inefable para luego lograr “una quietud y paz interior muy regalada, que está el alma que le parece que no le falta nada”.

Encargada de la reforma de la orden del Carmen, Teresa de Avila fundó más de 15 conventos de carmelitas descalzas. Posiblemente por el poder que fue adquiriendo, no solo por la cantidad de conventos a su cargo sino también por su supuesta comunicación directa con Dios y los ángeles, la Inquisición manifestó alguna vez su incomodidad.

Me interesé en la historia de Teresa de Avila a propósito de la obra de teatro “Extasis” en la que el dramaturgo argentino Alberto Félix Alberto detalla como el cuerpo incorrupto de la luego santa fue desmembrado y repartido: un pie y la mandíbula en Roma, una mano en Lisboa, la otra junto con un ojo en Ronda, el brazo izquierdo y el corazón en Alba, un dedo en Barrameda y muchos otros pedazos por toda España.

Desde 1936 hasta su muerte Francisco Franco guardó la mano derecha de Teresa para que lo protegiera y le diera fuerza y poder.

El relato del cuerpo desmembrado de Teresa de Avila evoca en mí las películas de terror que ahora están de moda entre los adolescentes. Pensar en alguien que con supuesta devoción corta un cadáver para producir una reliquia con poderes mágicos nos remite a siglos pasados, al tiempo en que la pobre Santa fue descuartizada.

Sin embargo recuerdo haber leído pocos años atrás que uno de los dedos de Sor María Romero andaba paseando por Roma a manos de una familia que agradecía un milagro y solicitaba la beatificación de la monja nicaragüense. O sea que todavía se amputan cadáveres.

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