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Sexo en el paraíso

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 04 abril, 2008


Sexo en el paraíso

Luis Alberto Muñoz

Nadie cuestiona los beneficios económicos derivados del turismo.
Sin embargo, el posicionamiento de Costa Rica como un paraíso sexual es una cara que pocos quieren reconocer hoy.
¿Qué tipo de turismo queremos para el país?
Posiblemente, con doble moral, se dice “no” a la explotación sexual, pero la realidad es que esta problemática crece a vista y paciencia de todo el mundo y poco se hace por contenerla.
Basta con recorrer alguno de los destinos populares, por ejemplo Jacó; de entrada salta a la cara la triste y desoladora realidad de este tipo de turismo.
Extranjeros, principalmente de 40 a 60 años, que vienen con un propósito específico de encontrar el servicio sexual más barato y “mejor”.
“Pura vida”, a estas personas poco les importan la ecología, historia o cultura, han sido atraídas por la fama que recae en Costa Rica, el lugar “donde se consiguen mujeres bonitas y baratas”.
Ya hasta en los aviones es frecuente escuchar esta frase, generalmente acompañada por una serie de recomendaciones de sitios que algunos de estos “viajeros frecuentes” pasan a los nuevos visitantes.
Me pregunto si es que este tema ya se ve tan “normal” en la sociedad, que pocos se cuestionan el problema.
Por supuesto, se sabe de sobra que la prostitución existe desde los orígenes de la humanidad, pero lo que sí debemos cuestionarnos es ¿hasta qué punto queremos para el futuro de Costa Rica que se promueva esta actividad como una forma de atracción de turismo?
Las consecuencias que acarrea este tipo de negocio son negativas, generalmente relacionado con otras actividades que causan vacío y desconfianza hacia las comunidades afectadas.
¿Cómo revertir esta espiral destructiva?
Mientras la sociedad y el oficialismo invisibilicen esta realidad, estaremos condenados a vivir en un paraíso sexual.
Los responsables del turismo deben buscar soluciones para desincentivar la clandestinidad alrededor de esta actividad.
Hoy en la capital es posible ver sitios dedicados a estos fines contiguo a escuelas.
No se trata de esconder el sol con un dedo, pero sí de definir en un orden urbano lugares menos expuestos a la vista de niños y niñas en formación.
Lo increíble es que este debate ni siquiera ha tomado lugar en el país.
Hasta cuándo puede continuar esta doble moral, donde no se prohíbe ni se legalizan las cosas.

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