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COLUMNISTAS


Que callen las armas es la hora de la vida

Alberto Salom Echeverría albertolsalom@gmail.com | Viernes 04 marzo, 2022


Nocturno Sin Patria

Yo no quiero un cuchillo en manos de la patria.

Ni un cuchillo ni un rifle para nadie:

La tierra es para todos,

Como el aire.

Me gustaría tener manos enormes,

Violentas y salvajes,

Para arrancar fronteras una a una

Y dejar de frontera sólo el aire.

Que nadie tenga tierra

Como tiene traje:

Que todos tengan tierra

Como tienen el aire.

Cogería las guerras de la punta

Y no dejaría una en el paisaje

Y abriría la tierra para todos

Como si fuera el aire.

Que el aire no es de nadie, nadie, nadie,

Y todos tienen su parcela de aire.

Jorge Debravo (Poeta Nacional, declarado en el año 2.000 Benemérito de las Letras Patrias, por la comisión de Honores de la Asamblea Legislativa.)


Estoy francamente sorprendido por la manera como muchas personas de mi tierra enfrentan la guerra que se ha desatado hoy en Ucrania. Me he educado para respetar profundamente la opinión ajena. Algunas pocas veces todavía me dejo vencer por la pasión que anida en mi corazón y me enojan los argumentos ajenos. Lo admito. Inmediatamente me recuerdo a mí mismo que no soy el dueño de la verdad, y que esta es huidiza. Me eduqué también para pedir disculpas cuando a causa de esa impericia mía he provocado un disgusto o proferí alguna expresión ofensiva. Sí, todavía me ocurre, a pesar de que llevo años educándome. Parece que es una tarea eterna. Respetar a la otra persona requiere humildad, convicción, disciplina para seguir la ruta, amor propio y ajeno. Esto no quiere decir para nada, que no pueda advertir inconsistencias en las argumentaciones de los demás; igual que, con frecuencia al repasar mi discurso las hallo en las mías.

Hoy, de nuevo lo digo, estoy sorprendido de lo fácil que perdemos la perspectiva de lo esencial, especialmente ante una coyuntura tan compleja como la de Ucrania y Rusia, tan potencialmente explosiva y destructiva. Como costarricense, quiero hoy decir con fuerza, juntamente con Jorge Debravo, uno de los poetas que me ha llegado más al corazón: “Cogería las guerras de la punta/Y no dejaría una en el paisaje/Y abriría la tierra para todos/Como si fuera el aire.”

Me impresiona que un costarricense, hombre o mujer, se deje cautivar por la confrontación bélica, sustentada en lo puramente ideológico, generalmente lleno de prejuicios, antes de anteponer el derecho a la vida de todo ser humano. Sí, hablo de los costarricenses, por la sencilla y privilegiada razón de haber nacido en un país sin ejército. Y conste, no obstante, los desafíos de la confrontación bélica que hemos tenido en nuestra historia reciente, después de la abolición del ejército son muchos: una invasión desde territorio nicaragüense en 1955, el asedio de la dictadura de Somoza, sobre todo cuando su régimen se desmoronaba entre 1978 y 1979, y más recientemente la invasión a Isla Calero y Portillos por parte de la dictadura de Ortega, con tropas armadas. Sin embargo, no hemos necesitado del ejército en nuestra defensa. Contamos con amigos que Costa Rica ha forjado a base de buena vecindad y habernos prodigado en una actitud pacífica. También hemos derivado provecho por nuestra capacidad probada de hacer valer el derecho internacional, la paz y la civilidad. Son los argumentos de la razón, pero también los del corazón. Esa es nuestra experiencia como nación.

Lo anteriormente dicho no quiere decir que hayamos cultivado a lo interno siempre, una convivencia civilizada, de diálogo y solución pacífica de los conflictos. No tenemos derecho a mistificar nuestra convivencia. Pasamos por una hora difícil, con grandes problemas de pobreza y sobre todo de desigualdad social. De ahí ha nacido la protesta, la que no siempre ha sido bien encausada y además en ocasiones, no pocas, ha sido reprimida como respuesta de los gobiernos. En eso no hemos sido tan congruentes. En días recientes, ahora lo sabemos, un grupo de gente muy violenta hasta llegó a albergar la idea de dar un golpe de Estado al gobierno actual y dieron pasos en esa dirección. No son signos positivos. Esas conductas, de generalizarse, nos apartan de la lucha por forjar una convivencia basada en el diálogo, la solución pacífica de los conflictos y la democracia. Desde luego que entiendo que esta lucha es permanente. Esto no es desdichadamente como subir una escalera, donde se alcanzan peldaños para nunca retroceder. No, es mucho más complejo, la sociedad no alcanza umbrales de manera integral. Avanza y retrocede, para luego si tenemos las agallas volver por nuestros fueros de educarnos para una convivencia pacífica, lo que implica, frenar la pobreza, enfrentar la desigualdad, el egoísmo de los evasores de impuestos de toda laya y muy especialmente, mantener a Costa Rica incólume en la brega contra el cambio climático y el calentamiento global, que supone el desarrollo autosostenible y sustentable con la naturaleza, el ambiente, con la vida.

Si no somos congruentes como sociedad en la práctica de la no violencia, jamás podremos en la arena internacional ser escuchados en la prédica y demanda de la solución pacífica de los conflictos. Sencillamente perdemos nuestra autoridad moral. No podemos hablar y pregonar un desarrollo en consonancia con la naturaleza, si adherimos a la exploración y explotación del petróleo, el carbono y el gas en nuestro territorio.

Por todo eso condeno la guerra en primer lugar, tajantemente. Deploro el mal paso dado por Putin en la agresión a Ucrania. Siempre, siempre hay lugar para la paz. En mi concepto, esa perspectiva no la podemos abandonar jamás como nación.

Para la propia Rusia, solo había antes de la decisión de invadir a Ucrania, algo peor a las desastrosas consecuencias que Putin esperaba que ocurrieran de no hacerlo; eso peor en mi criterio era la invasión. Desde la perspectiva de una paz justa y negociada, Putin lo que parece haber hecho, después de ocho años de estar tratando de negociar infructuosamente, fue como dicen en la jerga boxística, “tirar la toalla”. Yo me pregunto, ¿qué es lo peor que le pudo haber pasado a Rusia si decidía no invadir y las potencias occidentales detrás de Ucrania lo engañaban? La respuesta es clara, de seguro se habría Colocado en todo el borde fronterizo, un collar de misiles balísticos, a manera de “carlanca” que es el collar de ahorque que se les pone a los caninos cuando los están educando. Eso desde luego no es bueno, sería otro paso de occidente en la dirección equivocada. Sin embargo. El propio escritor y prestigioso periodista de “Le Monde Diplomatique”, Ignacio Ramonet, fuerte censor de occidente, reconoce que Rusia ha avanzado en la tecnología militar de cohetes balísticos de última generación mucho más que cualquier país de occidente, de los que tienen misiles atómicos: Los EE. UU., Reino Unido y Francia. Según Ramonet, Putin se permitió recordarles a las potencias que: Rusia “tiene ciertas ventajas en la línea de las armas de última generación” y que atacarla “tendría consecuencias devastadoras para un potencial agresor.” (Cfr. Ramonet. Ignacio. “Una Nueva Edad Geopolítica”. Le Monde Diplomatique en español. https://monopolio.com/una-nueva-edad-geopolítica).

Parafraseando a Ramonet, aclara de qué se tratan esas ventajas, al afirmar con pleno conocimiento que, los misiles hipersónicos de Rusia van a una velocidad, cinco o seis veces superior a la velocidad del sonido, o sea a Mach 5 o Mach 6, a diferencia de un misil convencional, cuya velocidad es de Mach 1. Estados Unidos ha acumulado también afirma Ramonet, un importante retraso en este campo. El retraso de la supuesta “potencia entre potencias”, se calcula de dos a tres años. Lo que sigue es muy importante en mi argumento: “Los misiles hipersónicos rusos -afirma Ramonet- calculando la trayectoria, pueden interceptar los misiles convencionales y destruirlos antes de que alcancen su objetivo, lo que permite a Rusia crear un escudo invulnerable para protegerse.” (Ibidem) En cambio, los misiles de la OTAN no tienen esa capacidad. Pero, curiosamente, Ramonet llega exactamente a la conclusión contraria a la mía: Dice Ramonet finalmente en aparente consonancia con Putin: “Esto explica por qué Putin decidió ordenar la intervención militar sobre Ucrania con la seguridad de que una escalada por parte de la OTAN era muy improbable”. (Ibid)

Es al revés, por eso, por esa capacidad tecnológica rusa, no es explicable por qué tomó la peor decisión para sus propios intereses y en mi opinión malogró la mejor ocasión para abrirle espacio a la paz. En lugar de ganar aliados entre la población ucraniana y en el mundo occidental, se está granjeando la imagen del agresor imperialista. Probablemente lo sea, pero ahora no tiene Putin argumentos para reclamar a las potencias de la OTAN y a Los Estados Unidos en particular, su condición de potencias agresoras imperialistas por antonomasia. O sea, retrocedió en el terreno político, perdiendo una ventaja que le era indispensable para presionar una salida pacífica del conflicto con mucho mayor autoridad y teniendo a Europa dividido. Hoy es un agresor más, al igual que los Estados Unidos, el Reino Unido o Francia. Error garrafal. Y de feria, acicateó o estimuló a Alemania para tomar la insólita decisión de rearmarse (“fatal recuerdo histórico” dice nuevamente Ramonet), y peor aún está contribuyendo enormemente al calentamiento del Planeta.

Lo que más me interesa, es demostrar que siempre hay un espacio para la paz. Lo tenía Putin en mucho mayor medida antes de la invasión del 27 de febrero contra Ucrania. Hoy le facilitó a la OTAN, cerrar filas (Putin los unificó) y les permitió animarse a imponer a Rusia una batería de sanciones económicas nunca vista, que tendrán gran impacto negativo sobre su desarrollo.

Los costarricenses no podemos, en ninguna circunstancia perder la perspectiva de la paz. Somos ciertamente una nación pequeña, pero en el concierto internacional de naciones, tenemos una voz muy autorizada para exigir una salida negociada ante cualquier conflicto. Este es, o debería ser nuestro único punto de vista, acorde con nuestras tradiciones y la perspectiva de rescatar al Planeta del flagelo del calentamiento global. Una guerra de tales proporciones es un formidable disparador de la enfermedad que padece nuestra Tierra, un ominoso retroceso en todos los terrenos y un mal contra la vida de todas las especies vivientes. Termino por eso clamando con Debravo: “Yo no quiero un cuchillo en manos de la Patria/Ni un cuchillo ni un rifle para nadie:/La Tierra es para todos, /Como el aire".

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