Obama: mensaje que nos alcanza
Columna invitada
Obama: mensaje que nos alcanza
Ricardo D. González Vargas
Los analistas políticos —que, libres de colegiaturas obligatorias, pululan como abejones en mayo— ya lo habían adelantado: Obama entraña para Costa Rica pocos cambios… más allá del cambio de embajador.
Entrometidos en dos guerras que se perfilan eternas y con una crisis económica sin precedentes en su época imperial, Estados Unidos no está para repartir regalos en su patio trasero.
Se equivocaron quienes —no analistas, pero sí optimistas— pensaron que las pretensiones monárquico-socialistas de un número creciente de líderes sudamericanos nos devolverían a la época de las vacas gordas: aquella del millón de dólares diario, cuando el fantasma de la primera etapa Ortega permitió al bueno de don Luis Alberto hacer las delicias del pueblo.
Pero aun cuando Estados Unidos estuviera para regalar a los latinoamericanos, fácil se comprende que debería hacerlo en orden de prioridades. Aunque día a día se deteriore, carcomido por la ineficiencia o por la corrupción, nuestro sistema social todavía nos sitúa entre los privilegiados de la zona. Resulta lógico que una potencial ayuda económica estadounidense, dirigida por quien hace menos de medio siglo probó las dudosas delicias del tercer mundo, iría primero a las grandes capas indígenas y afroamericanas, que en el resto del área viven una marginación aquí todavía no generalizada.
Entonces, pasado el gratificante momento en que vimos a un ingenioso y sensato afroamericano asumir la dirección del imperio, para los ticos el panorama se mantiene igual. Y nos resulta casi totalmente aplicable el mensaje de Obama a sus conciudadanos: orgullosos de nuestras mejores épocas, con esperanza y virtud, empeñemos todo nuestro esfuerzo por rescatar lo mejor de nuestras instituciones públicas y de nuestros hábitos privados. Educación, salud y compensación social real —no burocrática— deben fortalecerse, dentro de un marco de justicia fiscal que el Ministro de Hacienda, sin alharacas, ha comenzado a forjar. Seguridad y desentrabamiento de la administración y la justicia deben servir de escenario a aquella tarea.
Herederos que fuimos de una Costa Rica excepcional, preocupémonos por reivindicar y multiplicar aquella herencia, como una tarea de todos, que suele abandonarse o pervertirse cuando se intenta descargar en unos pocos políticos.
Al igual que Obama lo ve para su país, el camino se allanará para Costa Rica si sus hijos unimos nuestros mejores valores a nuestro mejor esfuerzo: trabajar con tesón, reducir el desperdicio y la ostentación y retornar hacia la justicia social. Y si el nuevo Presidente estadounidense logra sus anunciados propósitos de forjar equidad en el mercado —un tema aquí más urgente de lo que se piensa— mucho de eso bueno podrá favorecernos.
En fin, parodiando al célebre entrenador futbolero, luego de la asunción de Obama, para los costarricenses el camino sigue siendo el mismo: “¡A trabajar, carajo!”
Obama: mensaje que nos alcanza
Ricardo D. González Vargas
Los analistas políticos —que, libres de colegiaturas obligatorias, pululan como abejones en mayo— ya lo habían adelantado: Obama entraña para Costa Rica pocos cambios… más allá del cambio de embajador.
Entrometidos en dos guerras que se perfilan eternas y con una crisis económica sin precedentes en su época imperial, Estados Unidos no está para repartir regalos en su patio trasero.
Se equivocaron quienes —no analistas, pero sí optimistas— pensaron que las pretensiones monárquico-socialistas de un número creciente de líderes sudamericanos nos devolverían a la época de las vacas gordas: aquella del millón de dólares diario, cuando el fantasma de la primera etapa Ortega permitió al bueno de don Luis Alberto hacer las delicias del pueblo.
Pero aun cuando Estados Unidos estuviera para regalar a los latinoamericanos, fácil se comprende que debería hacerlo en orden de prioridades. Aunque día a día se deteriore, carcomido por la ineficiencia o por la corrupción, nuestro sistema social todavía nos sitúa entre los privilegiados de la zona. Resulta lógico que una potencial ayuda económica estadounidense, dirigida por quien hace menos de medio siglo probó las dudosas delicias del tercer mundo, iría primero a las grandes capas indígenas y afroamericanas, que en el resto del área viven una marginación aquí todavía no generalizada.
Entonces, pasado el gratificante momento en que vimos a un ingenioso y sensato afroamericano asumir la dirección del imperio, para los ticos el panorama se mantiene igual. Y nos resulta casi totalmente aplicable el mensaje de Obama a sus conciudadanos: orgullosos de nuestras mejores épocas, con esperanza y virtud, empeñemos todo nuestro esfuerzo por rescatar lo mejor de nuestras instituciones públicas y de nuestros hábitos privados. Educación, salud y compensación social real —no burocrática— deben fortalecerse, dentro de un marco de justicia fiscal que el Ministro de Hacienda, sin alharacas, ha comenzado a forjar. Seguridad y desentrabamiento de la administración y la justicia deben servir de escenario a aquella tarea.
Herederos que fuimos de una Costa Rica excepcional, preocupémonos por reivindicar y multiplicar aquella herencia, como una tarea de todos, que suele abandonarse o pervertirse cuando se intenta descargar en unos pocos políticos.
Al igual que Obama lo ve para su país, el camino se allanará para Costa Rica si sus hijos unimos nuestros mejores valores a nuestro mejor esfuerzo: trabajar con tesón, reducir el desperdicio y la ostentación y retornar hacia la justicia social. Y si el nuevo Presidente estadounidense logra sus anunciados propósitos de forjar equidad en el mercado —un tema aquí más urgente de lo que se piensa— mucho de eso bueno podrá favorecernos.
En fin, parodiando al célebre entrenador futbolero, luego de la asunción de Obama, para los costarricenses el camino sigue siendo el mismo: “¡A trabajar, carajo!”
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