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La "lucha" no es entre nosotros

La paz en la frontera no llegará hasta que cesen las desgastantes batallas internas en Costa Rica

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 19 noviembre, 2010


Las imágenes, esta semana, de masivas manifestaciones en Managua a favor de la descabellada incursión militar de Daniel Ortega a territorio costarricense, muestran una grave radicalización.

Por otra parte, esta misma semana, hubo una valiente exhortación de los obispos de Nicaragua tras analizar la realidad social y política que sufre esa nación, y sentenciar que “la ley sigue siendo paradójicamente un mecanismo para legitimar los abusos y hacer pasar por legal lo que es ilegal”.

Ambos hechos tienen un importante mensaje para Costa Rica también.

El tema del conflicto en la frontera norte debe unirnos como país, debe ser más bien una invitación para erradicar las rencillas, los orgullos, la pérdida insensata de energías, que nos tiene estancados.

Ahora puntualmente, sufrimos la creciente tensión de una parsimoniosa y lenta respuesta internacional, tan burocrática como indolente ante la agresión que se perpetra a vista y paciencia del mundo entero contra una nación desmilitarizada.

Por esta razón tenemos que actuar en sincronía, apoyarnos en defender nuestra imagen como mensajeros de paz en un planeta de discordias.

El reto que enfrentamos no podrá ser resuelto con esfuerzos aislados, debe consumar el ímpetu de la mayoría, incluidas la oposición y fuerzas aliadas que han sido distanciadas.

En este sentido va mi apoyo a la presidenta Laura Chinchilla. Mis observaciones son en el mejor sentido para que logre invocar con humildad, serenidad y madurez, las fuerzas dentro de nuestro país para enfrentar esta tortuosa disputa.

La paz no llegará hasta que cesen las desgastantes batallas internas.

Dialogar implica conceder importancia a los demás. Entonces ¿por qué no dar un gesto de buena fe, y curar heridas abiertas que nos desangran? Es una oportunidad anhelada, el momento apropiado para desatar una reconciliación nacional.

Costa Rica es un país fragmentado, disfuncional, dividido en muchos sentidos. La causa y el origen son los resentimientos y la intransigencia entre nosotros mismos.

Tal vez esta sea la lección más dura sobre este conflicto, uno que parece sufrir más por el “fuego amigo”.

Si de una vez por todas no logramos unirnos, más por tratarse de un tema tan delicado para nuestra vida nacional, quedaremos a merced de la demencia de nuestros enemigos.

Por el bien de Costa Rica, el gobierno debe asumir con entereza su papel de construir puentes, enviar las señales necesarias, entablar los diálogos dentro del país que permitan cerrar los distanciamientos entre nuestros líderes.

Una disputa con Nicaragua no debería ser motivo de mayor desintegración.

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