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La tentación de lo conveniente y expedito

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 01 noviembre, 2021


La tentación de lo conveniente y expedito (expediency en inglés) es una importante dificultad para ejercitar la política como cultura de encuentro y amistad social, a la que nos convocó el Papa Francisco hace un año con su encíclica Fratelli Tutti

En política se lucha para ejercitar el poder desde el gobierno o desde la oposición y el objetivo del ejercicio de ese poder debe ser servir a todas las personas promoviendo el bien común. El buen político busca poder servir. Poder para servir. Para hacerlo la lucha por alcanzar el poder y el ejercicio de ese poder debe respetar la dignidad, unicidad y libertad de todas las personas, los derechos humanos, la democracia, el estado de derecho.

Poder servir exige mucho más que buenas intenciones. No es solo un compromiso ético que cumplimos fundamentalmente por nuestras intenciones. Poder servir depende del resultado de nuestras acciones. Los ciudadanos a quienes servimos esperan resultados que favorezcan la justicia social, su bienestar, la mejor satisfacción de sus cotidianas necesidades.

Para poder servir requerimos que la acción del gobierno sea eficaz, que alcance sus objetivos. Además, esa acción debe ser eficiente; debe alcanzar sus objetivos con los menores costos posibles. Nos obliga a la eficiencia que los medios disponibles sean siempre limitados; son escasos el tiempo, los recursos naturales, los medios de producción, las capacidades y conocimientos, el trabajo humano.

Participamos en la acción política convencidos de que nuestras propuestas para alcanzar el bien común son la mejor alternativa, si no, ¡no deberíamos hacerlo! ¿Por qué si eso es así, para alcanzar el poder o para ejercerlo vamos a limitarnos en poner en práctica nuestros buenos propósitos de la manera más conveniente y expedita?

Nos limitan la institucionalidad del estado de derecho, las obstrucciones de la oposición, las críticas de los medios… ¿por qué no recurrir a lo conveniente y expedito para lograrlo?

El problema es que para hacerlo debemos emplear el poder tal cual lo hacen quienes no están sujetos por nuestros principios de respeto a los derechos de las demás personas, de quienes no acatan la institucionalidad que nos aporta la sabiduría desarrollada por la experiencia de las generaciones anteriores, de aquellos que pretenden cambiar las instituciones irrespetando las normas establecidas para hacerlo. Actuar de esa manera nos convierte en propagadores del mal que queremos erradicar.

Perseguir la conveniencia expedita sin consideración a las limitaciones que deben restringir el ejercicio del poder impide que surja y se fortalezca la cultura del encuentro y de la amistad social.

Además, optar por lo conveniente de manera expedita frecuentemente nos impide alcanzar los resultados queridos.

La vida social es muy compleja, y cada vez, es más. El resultado real de nuestras acciones muy a menudo no es el que se obtiene de manera inmediata. Hace más de un siglo el economista austriaco von Mises nos aportó el ejemplo que nos hace evidente esta realidad con la fijación del precio de la leche. Todos podemos concordar que es bueno que los niños beban leche. (claro, hasta para eso hay excepciones: las intolerancias y alergias). Entonces lo conveniente es de manera expedita fijar un precio bajo. Resultado real pero mediato, los productores de leche marginales que pierden produciendo dejan de hacerlo y las vacas dejan de ser máquinas para producir leche y se convierten en carne para nuestro consumo, van al matadero. Ergo hay menos leche. Los ricos la tendrán incluso si deben tener vacas en sus jardines, los pobres a precios bajos ya no tendrán leche. Claro caben otras soluciones, pero no son las más expeditas. (aumentar la productividad en la producción de leche, subvencionar su consumo, mejorar el ingreso de las familias).

La tentación por lo expedito y conveniente siempre está presente. Por eso debemos recordar que como nos advirtió Dante el camino a los infiernos está empedrado de buenas intenciones, y yo agrego, no solo de las que no se cumplieron, sino de las que se cumplieron, pero eran ineficaces o ineficientes.

Enfrentar esta dificultad para que se dé una cultura de encuentro y amistad social demanda que los políticos seamos humildes y reconozcamos nuestra ignorancia. Solo así podremos ser responsables y saber que permanentemente debemos estudiar, buscar consejo y analizar alternativas. Gobernar no solo es enseñar, también es aprender.

La humildad y el reconocimiento de nuestra ignorancia y demás limitaciones personales nos harán bajar la arrogancia y desarrollar mejor la capacidad de oír a los demás, de respetar sus posiciones, de entender las ventajas del diálogo y el debate constructivo. La humildad es tal vez la mejor virtud que los políticos debemos perseguir para ser capaces de contribuir a la creación y el fortalecimiento de la cultura del encuentro y la amistad social.

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