La dualidad onda-partícula del abdomen prominente
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 11 septiembre, 2008

VERICUETOS
Tomás Nassar

Mi preocupación es entender por qué tengo ahora una percepción tan distinta de las cosas y de su dimensión, a la que tenía cuando era un güila y aún después, siendo ya no tan carajillo. Será que ya no veo ni oigo, o que veo y oigo más de la cuenta.
A ver si me explico: hace muchos años cuando salía de la tanda de tres del Cine Capri me parecía que la Cuesta de Moras era tan grande y pronunciada que emprender la subida en el retorno a la casa implicaba todo un reto físico y mental. Ahora la veo desde arriba, desde abajo, de medio lado y no logro explicarme por qué es diferente. No creo que la hayan aplanado, pero ciertamente ya no me parece tan “cuesta”. Tampoco el Paseo Colón es tan ancho como cuando lo cruzábamos corriendo para ir a La Sabana, que dicho sea de paso, me parece que se ha encogido. ¡Era tan inmensa entonces!
Ir a Puntarenas era tan complicado, tan lejos, y no digamos a Limón, siete horas en tren. Los puentes parecían tan altos y las playas tan limpias. Ya en la juventud La Deriva y el Tom Jones eran tan tuanis y tan inconfesables el Plikity o el Bumbum.
¡La Liga era un buen equipo, teníamos tanta confianza en que Isaac Marín iba a ser campeón mundial! Las amigas eran bonitas que tendré que recurrir a la dualidad onda-partícula para entender si es que se hicieron viejas, si es que a mí me parece o si es que no me he visto en el espejo. La Selección Mexicana ya no me parece el coco invencible que nos recetó siete a cero; tener aire acondicionado en el carro ya no es un lujo inalcanzable. Los ricos de Costa Rica no me parecían tan inmensamente ricos como ahora, ni los pobres tan dramáticamente pobres.
Era tan raro ver a alguien drogado en las calles que habría que incursionar por la zona roja y cuando se sabía de un crimen los mayores lo comentaban durante días con profundo desconcierto.
El Estadio Nacional era grande, San José tan limpio, la avenida central tan segura que se podía echar un avenidazo a cualquier hora y después tomar el bus en la esquina de Bansbach sin temor a ser desvalijado o morir en el intento.
No sé si a ustedes les sucede lo mismo. No sé si ven las cosas diferentes, menos impresionantes, más pequeñas, más accesibles a como las creía antes. No sé si este cambio en la percepción y en la dimensión tenga que ver con que estamos más grandes, más gordos, más ciegos y más sordos, a que hemos perdido la capacidad de asombro, o que de verdad las cuestas se aplanan, las distancias se reducen, las cinturas se ensanchan, los rostros se arrugan y la gente, nuestra gente, piensa, es y actúa diferente.
No soy de los que creen que todo tiempo pasado fue mejor, pero al menos, coincidirán conmigo en que fue diferente.
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