Factor humano
| Jueves 06 marzo, 2008
Factor humano
German Retana
german.retana@incae.edu
Flexibilidad de un equipo
Recorrer las cavernas de Venado, en San Carlos, es una lección sobre la flexibilidad personal en beneficio del equipo del que somos parte en esa aventura, como en las organizaciones. Al ingresar se tiene una meta: completar el recorrido. De antemano se sabe que el rumbo es desconocido, lleno de laberintos insospechados y que se debe estar dispuesto a hacer un esfuerzo físico, a ensuciarse y a mojarse.
La primera tarea consiste en la preparación individual. A nivel mental, hay que estar abierto al cambio porque se pasa de la claridad a la oscuridad, de lo conocido a lo desconocido y de la comodidad a la incomodidad. Además, se debe vestir ropa adecuada, usar casco, en ocasiones mascarilla, y llevar linterna, pues de lo contrario será más complicado transitar y eso afectaría a todo el equipo. Así, la aventura, como en el éxito en toda empresa, comienza con la responsabilidad personal.
Una vez que se penetra en los laberintos, la luz exterior desaparece por completo y eso exige el uso apropiado de la linterna; si todos los miembros del equipo alumbran en la dirección correcta habrá más claridad sobre el camino a recorrer. Al principio el avance es fácil porque el ancho del túnel es muy cómodo; luego, este se reduce hasta convertirse en pequeños orificios en los que por poco uno queda prensado entre las rocas; allí comienza a volverse clave la receptividad a la ayuda de los demás, para guiar nuestros movimientos y nuestra flexibilidad a sus consejos. Si la rigidez se impusiera, el avance se convertiría en un peligro, la energía de las linternas podría agotarse, y el riesgo de perderse en las cavernas sería enorme.
En la sección central de la travesía comienza a sentirse una realidad: es más difícil volver atrás que seguir avanzando, pero habrá que estar anuentes a escalar paredes de piedra, a arrastrarse en terrenos fangosos de difícil acceso y que exigen la máxima flexibilidad para colocar el cuerpo en posiciones incómodas acordes con las características de cada cueva o túnel. Las estalactitas y estalagmitas llevan allí millones de años, por lo tanto somos nosotros los que debemos adaptarnos y cambiar y no esperar lo contrario.
Por si fuera poco, los murciélagos, los escorpiones araña y otros insectos atemorizan más por lo que pensamos de ellos que por sus acciones, son como un recordatorio de la resistencia imaginaria que a veces tenemos hacia la innovación y que usamos como excusa para no enfrentar nuevos retos. Antes del final de la travesía hay que transitar en un río subterráneo de agua muy fresca que limpia la ropa y crea la grata sensación de que el esfuerzo de ser flexibles, muy flexibles, valió la pena, pues se sale de nuevo a la superficie, pero con una actitud renovada hacia los laberintos de la vida.
German Retana
german.retana@incae.edu
Flexibilidad de un equipo
Recorrer las cavernas de Venado, en San Carlos, es una lección sobre la flexibilidad personal en beneficio del equipo del que somos parte en esa aventura, como en las organizaciones. Al ingresar se tiene una meta: completar el recorrido. De antemano se sabe que el rumbo es desconocido, lleno de laberintos insospechados y que se debe estar dispuesto a hacer un esfuerzo físico, a ensuciarse y a mojarse.
La primera tarea consiste en la preparación individual. A nivel mental, hay que estar abierto al cambio porque se pasa de la claridad a la oscuridad, de lo conocido a lo desconocido y de la comodidad a la incomodidad. Además, se debe vestir ropa adecuada, usar casco, en ocasiones mascarilla, y llevar linterna, pues de lo contrario será más complicado transitar y eso afectaría a todo el equipo. Así, la aventura, como en el éxito en toda empresa, comienza con la responsabilidad personal.
Una vez que se penetra en los laberintos, la luz exterior desaparece por completo y eso exige el uso apropiado de la linterna; si todos los miembros del equipo alumbran en la dirección correcta habrá más claridad sobre el camino a recorrer. Al principio el avance es fácil porque el ancho del túnel es muy cómodo; luego, este se reduce hasta convertirse en pequeños orificios en los que por poco uno queda prensado entre las rocas; allí comienza a volverse clave la receptividad a la ayuda de los demás, para guiar nuestros movimientos y nuestra flexibilidad a sus consejos. Si la rigidez se impusiera, el avance se convertiría en un peligro, la energía de las linternas podría agotarse, y el riesgo de perderse en las cavernas sería enorme.
En la sección central de la travesía comienza a sentirse una realidad: es más difícil volver atrás que seguir avanzando, pero habrá que estar anuentes a escalar paredes de piedra, a arrastrarse en terrenos fangosos de difícil acceso y que exigen la máxima flexibilidad para colocar el cuerpo en posiciones incómodas acordes con las características de cada cueva o túnel. Las estalactitas y estalagmitas llevan allí millones de años, por lo tanto somos nosotros los que debemos adaptarnos y cambiar y no esperar lo contrario.
Por si fuera poco, los murciélagos, los escorpiones araña y otros insectos atemorizan más por lo que pensamos de ellos que por sus acciones, son como un recordatorio de la resistencia imaginaria que a veces tenemos hacia la innovación y que usamos como excusa para no enfrentar nuevos retos. Antes del final de la travesía hay que transitar en un río subterráneo de agua muy fresca que limpia la ropa y crea la grata sensación de que el esfuerzo de ser flexibles, muy flexibles, valió la pena, pues se sale de nuevo a la superficie, pero con una actitud renovada hacia los laberintos de la vida.