El maestro Gabo
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Sábado 10 noviembre, 2007
Sentado junto al magnate mexicano, dueño de la transnacional Cemex, Lorenzo Zambrano, estaba su amigo de sensible conciencia social y latinoamericana, Gabriel García Márquez.
La sola presencia del Premio Nobel de Literatura de 1982, agotó las novelas y biografías de Gabo en casi todas las librerías de Monterrey, en donde su visita galardonaba el Forum Universal de las Culturas que este año premiaba a esa ciudad.
Lo más sorprendente era, sin dudas, las reacciones sobre las personas que abarrotaron el Museo de Arte Contemporáneo regiomontano, donde García Márquez participaba en la entrega de premios al nuevo periodismo de una de las fundaciones de Zambrano.
Sin discursos ni alardes, la presentación del escritor colombiano hizo estallar de aplausos las salas alrededor del museo. Sin vacilaciones el sobresalto de la audiencia descubría el fenómeno que desataba Gabo donde quisiera que estuviera.
Largas filas de niños, adolescentes, adultos y personas mayores rodeaban el pequeño escritorio donde se consumarían sus ansias de tomar un autógrafo de su querido maestro.
Era maravilloso que una novela como “Cien años de soledad”, de tan intensa complejidad literaria captara la imaginación, el interés y simpatía de una audiencia diversa en edades.
Con saltos, risas nerviosas y hasta lágrimas, uno a uno, salían con su libro en la mano celebrando la dedicación con puño y letra del propio autor, quien a pesar de sus 80 años sobrellevó más de una hora y treinta minutos firmando libros.
“Uno no se cansa de recibir halagos”, dijo el maestro.
Poder conocer y conversar con don Gabriel ha sido uno de esos momentos mágicos en la vida. Especialmente, en este punto de su vida, en su esplendor, madurez, guardando su esencia y su descubrimiento en la tenacidad de no querer “admitir el fin del hombre”.
En él se siente esa energía activa y diligente, dispuesta a seguir explorando una utopía, la cual en algún momento definió como una “donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Al menos para mí es evidente que las estirpes que menciona Gabo son las latinoamericanas, pero a la vez, en su convicción senescente deja claro que “en política no se mete”.
Al haber sobrepasado a la novela “Ulises” de James Joyce, “Cien años de soledad” es hoy la obra más influyente del siglo pasado.
A su edad, respetado por empresarios, comunistas, derechistas, dictadores y seres comunes, sin reparos el mensaje de Gabo se mantiene: “frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida”.
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