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Día uno: 18 de abril. La indignación

Arturo Cruz redaccion@larepublica.net | Domingo 18 abril, 2021

Arturo

Arturo Cruz

Precandidato

Nicaragua

Primer artículo de la serie Siete días que estremecieron Nicaragua.

En esta breve crónica nos proponemos situar en una justa dimensión histórica y política, los días de abril de 2018, que, sin duda alguna, estremecieron Nicaragua y la cambiaron para siempre. Este es el primer texto de una serie de crónicas, que buscan analizar los hechos de abril, desde aquel primer plantón en Camino de Oriente, hasta la marcha que terminó en la UPOLI, donde las demandas de la gente, quedaron impresas en las consignas que se gritaron ese día. Esos fueron, sin duda, acontecimientos que transformarían para siempre el compromiso de los nicaragüenses con el cambio político, la forma de gobernar y los valores democráticos que creíamos perdidos.

PRIMER ACTO: LA CALMA ANTES DE LA TORMENTA

Como bien decía un viejo pensador, que tuvo grandes luces para analizar la realidad, pero también muchas sombras a la hora de gobernar: “hay décadas en las que no pasa nada, y semanas en las que pasan décadas” (Lenin). Y curiosamente, con esa premisa, es que realmente podemos entender lo que ha sucedido en Nicaragua desde aquellos días de abril que nos estremecieron.

En la mañana del 18 de abril, las portadas de los principales diarios de Nicaragua reflejaban la indignación nacional por la saña de la reforma en contra de los asegurados del INSS. Mientras tanto, en una realidad paralela, en las rotondas de Managua, los adeptos al régimen celebraban sin saberlo, el sonido del último clavo en el ataúd de las futuras pensiones.

Casi al mismo tiempo, a 90 kilómetros de Managua, en la Ciudad Universitaria, se escuchaba un grito que rápidamente recorrió todo el país: “¿Por qué le pegan al viejito?» Una desgarradora interrogante que fue lo que seguramente colmó el vaso de los agravios acumulados. Y fue en verdad, en ese instante, que el país se terminó de dar cuenta, que vivíamos en una nación de déspotas. Un país donde la disidencia pretendía ser frustrada por los viejos retazos de un sandinismo distorsionado que se niega a morir. Pero ya era demasiado tarde.

SEGUNDO ACTO: VIENE LA TEMPESTAD

No hay vuelta atrás. La estampa del monarca en el diario oficial es una realidad. Se inaugura oficialmente la era de la unilateralidad, volvíamos así al Siglo XVI, cuando las voluntades reales se imponían a cualquier costo. Al mismo tiempo, los vientos huracanados de la tempestad venidera se comenzaban a sentir en el plantón que esa misma tarde se realizó en Camino de Oriente. Un lugar emblemático, porque ahí se tejieron de manera insospechada, nuevas voluntades colectivas. No cabe duda, que en un país donde se consolidó una hegemonía en base a la coerción, así como también en la cooptación de las demandas sociales y políticas, las prácticas contrahegemónicas tarde o temprano resultarían inevitables. Cuánta razón tenía el controversial Foucault cuando decía, que donde hay poder hay resistencia al poder.

Caía la tarde en Managua y una vez más volvía a correr la sangre de hermanos. Lo que no sabían, sin embargo, los remedos de camisas pardas del régimen, era que, con la sangre estampada en los adoquines, se estaba sembrando la semilla del nuevo árbol de la democracia y la dignidad nacional. Lo que debemos entender de aquellos días aciagos, es que, en Nicaragua, la violencia política no debe tener más cabida. Fue aquella una noche larga, que mantuvo al país impávido y sin poder conciliar el sueño. Sin embargo, los sonidos de las notificaciones en los celulares de cientos de miles de nicaragüenses no dejaban de sonar. Mañana sería un nuevo día, mañana sería 19 de abril. Mientras tanto, en los albores del nuevo día, tomaba forma, para El Carmen, aquella vieja reflexión que Talleyrand le hizo a Napoleón Bonaparte: “Señor, con las bayonetas, todo es posible. Menos sentarse encima”.






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