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Día tres: 20 de abril. El horror

Arturo Cruz redaccion@larepublica.net | Martes 20 abril, 2021

Arturo Cruz

Arturo Cruz

Precandidato

Nicaragua

Tercer artículo de la serie Siete días que estremecieron Nicaragua.

Esta es la tercera crónica de la serie: Siete días que estremecieron Nicaragua, donde continuamos narrando y sintetizando lo que ocurrió en esa semana trágica. Aquel 20 de abril de 2018, las convocatorias a plantones, marchas y manifestaciones se regaron como la pólvora en las redes sociales. De repente, ciudades, pueblos, comarcas y ciudadanos sin distingo de ningún tipo, asumieron un rol contestario, rebelde. La represión desmedida incentivó aún más la participación de la gente. Algo estaba cambiando en Nicaragua, y para siempre. Pero cómo bien decía un filósofo italiano: “Cuando el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” (Gramsci). Y Nicaragua no sería la excepción.


QUINTO ACTO: SE ESCUCHAN GRITOS DE ANGUSTIA

Si hay algo que realmente conmueve hasta los tuétanos, es cuando las muertes de inocentes entran en escena de manera forzosa. Algo que nos hace recordar el dramatismo de aquella pintura de Rubens: La masacre de los inocentes. Pero ya no era Herodes el que arremetía en contra de los niños, sino una monarquía vetusta que se niega a aceptar que estamos ya, en la era de la democracia. Y hay que hablar de Herodes, sí, porque es ese el monstruo que terminó de salir en abril, en ese interregno que precede los cambios de régimen.

De pronto, alguien recuerda aquel grito: «Le miramos una herida en el labio, el niño nos decía “no puedo respirar, me duele respirar, me duele”, él estaba sentado». Era Alvarito Conrado, un niño de 15 años, estudiante del Instituto Loyola, y que, según el informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, había recibido impactos de arma de fuego, en la boca y en el cuello. Al verlo, otros manifestantes gritaban desesperados: “Paramédico, paramédico”. En ese momento todo el país gritaba desesperado, estallaba de impotencia, de rabia y de tristeza. Lo peor es que se pudo haber salvado, pero no fue atendido médicamente, y cuando se le atendió, ya era demasiado tarde. ¿Y cuál fue su pecado? Haber llevado agua a los muchachos, aquel día caluroso de abril, en los predios de la Universidad de Ingeniería.


SEXTO ACTO: LOS MINÚSCULOS

Ya el reloj ha marcado las doce, y en sus letanías del mediodía, la soberana, llama “minúsculos grupos” a los cientos de miles de nicaragüenses que protestan por los cuatro puntos cardinales del país. Aquellas frases fueron gasolina para el incendio social en el que el país se encontraba. Lo hace desde un bunker, donde los monarcas siguen abstraídos de la realidad, pero apelan a la “legítima defensa” para justificar su represión. De repente, un sonido ensordecedor se escucha a lo lejos, es el del metal estrellándose contra el pavimento.

Los símbolos de poder autoritario han estado presentes a lo largo de nuestra historia. Casi siempre, su debacle ha ocurrido al mismo tiempo que el del régimen que los erigió. Y así, como vimos caer aquella estatua de Somoza García a caballo, en el viejo estadio nacional, también en este día, vimos cómo se derribaban esos árboles de metal que han inundado toda la capital. Los denominados «Arboles de la Vida», que, como tótems del poder, simbolizan y reafirman la dominación despótica. Tal parece que, a los nicaragüenses no nos gusta que el poder nos recuerde, hasta en las avenidas por donde transitamos, la supremacía de su dominio. Pero aún nada estaba dicho, la refriega no mostraba señas de acabar.


SÉPTIMO ACTO: EL SITIO

Ese día, el atardecer se tiño de rojo. Y mientras el viejo país nos arrastraba al vendaval de la violencia y la intolerancia, los chavalos se aferraban, en medio de la vorágine, al futuro. El de un país en verdadera paz para todos, y no uno en el que solo la paz de los sepulcros tenga cabida, aquella Pax Romana con la que los autócratas sueñan. Cae la noche, y la penumbra se confunde con la sangre, ya oscurecida, que se ha estado derramando desde tempranas horas. Cientos de chavalos se refugiaban en la Catedral de Managua, cual fortaleza que los protege de una horda de bárbaros que los sitian. En medio de la desesperación, marcan sus nombres en sus brazos para ser identificados, si acaso eran los siguientes nombres, en la lista de avisos funestos. Súbitamente, ruedan imágenes de cientos de muchachos a los pies del Cristo. Las vemos conmovidos, en nuestros celulares. Todas imágenes sobrecogedoras, evocaciones de un pasado fatídico siempre presente, que nos persigue y se niega a desaparecer.

Pero a pesar de tantos pendones bicolor machados de rojo, en todo el país se seguían tejiendo voluntades. Una marcha nacional estaba en ciernes, mientras en toda Nicaragua, todavía no se aplacaba el huracán que recorría valles y montañas. De pronto, los monarcas parecen retroceder, un edicto real anuncia el regreso de una mesa de diálogo sobre una vieja reforma. ¿Se podrá echar para atrás la rueda de la historia? Para ese momento, cada vez era más claro para todos, que a los muchachos les sobraba tiempo, mientras a la pareja imperial, se les escapaba de las manos. Cuán equivocados estábamos, esto no iba a terminar pronto.






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