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Del fin de la historia a la democracia sitiada

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 10 enero, 2022


Escribo esta columna cuando se celebra un año del oprobioso ataque de las turbas al Congreso de los Estados Unidos de América, tratando de impedir que se confirmasen los legítimos resultados de su elección presidencial. Es también el día en que falta un mes para nuestra elección presidencial y de diputados.

Cuando cayó el Muro de Berlín muchos estábamos extasiados jubilosos del triunfo de la democracia, el estado de derecho, la libertad, los derechos humanos, una globalización pacífica y el comercio internacional reglado. Vivíamos entonces una extraordinaria ola democrática. De unas 35 democracias en el mundo en los setenta del siglo XX pasamos a más de 110 a inicios de este siglo. En América Latina en los ochenta solo había 3 democracias: Costa Rica, Colombia y Venezuela en orden a su inicio, y al cambio de siglo solo Cuba no era democrática. Francis Fukuyama nos representó a muchos cuando declaró que había llegado el “Fin de la Historia”. En adelante el consenso no solo sería alrededor de los hechos y la ciencia, sino en apoyo a esos valores.

Pero la historia es caprichosa y las sorpresas estaban a la vuelta de la esquina. En vez de acuerdo sobre valores surgió la posverdad, los hechos alternativos y el desdén por el conocimiento científico.

El reporte Libertad en el Mundo de Freedom House de 2021 amenazadoramente se denomina “Democracia Sitiada” y reporta 15 años consecutivos de disminución de la libertad en el mundo. En 73 países los ciudadanos han experimentado deterioro de sus derechos civiles y libertades políticas y solo en 28 experimentaron mejoras. En América Latina desde la Gran Recesión al menos 4 países perdieron su condición de libres para pasar a parcialmente libres y 2 han pasado de parcialmente libres a no libres. En los últimos años las dos democracias más populosas del mundo, India y EEUU, han deteriorado las condiciones de libertad de sus ciudadanos, y la India al pasar de libre a parcialmente libre ocasiona que menos del 20% de la población mundial viva en libertad. En China, el país más populoso que está entre los no libres, el autoritarismo se ha personalizado y profundizado más en los últimos años.

En uno de los artículos con los que el New York Times reflexiona sobre el trágico asalto al Senado de su país, Francis Fukuyama declara: “El mundo luce hoy muy diferente a como se veía hace unos 30 años cuando colapsó la Unión Soviética. Yo subestimé entonces dos elementos clave: uno la dificultad de crear no solo una democracia sino también un estado moderno, imparcial, libre de corrupción” (en mis palabras un estado de derecho) “y en segundo lugar la posibilidad de un deterioro político en las democracias avanzadas”

Desdichadamente crear un estado de derecho es una tarea difícil que consume mucho tiempo y depende de que se den muchas circunstancias favorables, y la democracia siempre es frágil porque depende de la prevalencia de una cultura democrática, y se desgasta cuando los gobiernos fracasan en satisfacer las más importantes demandas de los ciudadanos.

Los Estados Unidos con su radical confrontación que moviliza a una porción significativa de sus habitantes a creer en hechos evidentemente contrarios a la verdad, ha degradado la vigencia de su democracia. Con ello ha perdido su liderazgo en favor de la libertad.

El Presidente Biden ha logrado volver a fortalecer con el apoyo de EEUU las acciones internacionales en favor del control al cambio climático, ha eliminado decisiones administrativas favorables a la contaminación del gobierno anterior y resolvió los enfrentamientos con Europa sobre aluminio y acero respetando la normativa de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Pero la oposición a rajatabla del Partido Republicano que aparenta estar cada día más sometido a los designios del Expresidente Trump y las divisiones a lo interno de su partido político, le han impedido transformar en leyes otras medidas en favor de combatir el calentamiento global y de fortalecer la acción social de su gobierno, con especial impacto en la niñez, los estudiantes universitarios y las familias pobres. A pesar de sus manifestaciones en favor de la globalización, del respeto a las alianzas de su país y del apoyo a las instituciones internacionales, no ha cambiado el Presidente Biden la confrontación con China ni eliminado las políticas contrarias a las normas del comercio internacional impuestas por el Presidente Trump, ni se ha recuperado la fuerza de la OMC.

Mientras tanto bajo la creciente influencia del “trumpismo” entre los republicanos, docenas de leyes han sido aprobadas por los congresos estatales para dificultar que los votos de los ciudadanos determinen el resultado de las elecciones. Unas de esas leyes pretenden sustituir en los organismos electorales estatales a los oficiales profesionales por actores partidistas, con intereses propios en que resulten elegidos los candidatos de su partido. Otras buscan facilitar que los legisladores estatales rechacen el resultado de las votaciones si no les gustan. Y a nivel federal no se ha logrado legislar para defender la legitimidad del sufragio.

Frente a este amenazante panorama el Expresidente Jimmy Carter en otro de los ensayos que publica el NYT señala: “Para que la democracia de Estados Unidos perdure debemos demandar que nuestros líderes y candidatos defiendan los ideales de la libertad y se sometan a elevados patrones de conducta… los ciudadanos pueden diferir respecto a políticas públicas, pero las personas con las más diferentes convicciones políticas deben estar de acuerdo en los principios constitucionales fundamentales y en las reglas de equidad, civilidad y respeto por el estado de derecho.”

Los 4 expresidentes de EEUU vivos se unieron para condenar el ataque al Capitolio y para reafirmar la validez de las elecciones de 2020.

A un mes de nuestro proceso electoral el deterioro en la democracia en los EEUU, el país que la instauró en la época moderna, y el llamado de sus líderes a defenderla nos deben alertar a los costarricenses.

Entre nosotros, al igual que en la mayor parte de occidente, los ciudadanos estiman que sus líderes y sus instituciones les hemos fallado. Esta es una de las más fuertes causas del deterioro en el aprecio y la resiliencia de las democracias y el estado de derecho.

Este proceso electoral y su resultado debe ser camino para recuperar la confianza de los electores en nuestra institucionalidad democrática-liberal.

Para recuperar la confianza ciudadana los gobiernos deben servir eficientemente las necesidades públicas.

Para lograrlo es necesario que los partidos políticos respondan a verdaderas visiones nacionales, y dejen de estar dominados fundamentalmente por intereses sectoriales o regionales.

La fragmentación entre tantos partidos lo mismo que la falta de cohesión interna dificulta la toma de decisiones públicas, especialmente con el marco constitucional presidencialista y con la elección de los diputados por listas provinciales. Así es difícil que los gobiernos satisfagan a los ciudadanos y recuperar su confianza.

Valdría la pena retomar las propuestas para cambiar la elección del congreso para hacerla por lista nacional y por circunscripciones legislativas y de permitir carreras parlamentarias acotadas en el tiempo tal como lo propuse desde hace más de 30 años. También, después de este proceso electoral, es conveniente trabajar al interior de los partidos para consolidar sus visiones para el país, y a nivel nacional estudiar la propuesta de migrar a un sistema semi parlamentario como lo planteé hace 20 años a la Asamblea Legislativa.

Candidatos, partidos y ciudadanos somos los responsables de defender la democracia y el estado de derecho haciéndolos más eficientes y apreciados.

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