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COLUMNISTAS


Campañas políticas y modelos económicos

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 15 noviembre, 2021


Acabo de leer el libro Chicago Boys del Trópico: Historia del Neoliberalismo en Costa Rica (1965-2000), recientemente publicado por la Editorial UCR, de la autoría de David Díaz Arias, historiador que es director del Centro de Investigaciones Históricas de América Central de la UCR.

Es una minuciosa investigación de veinte años de campañas políticas de 1978 a 1998 en relación con la sustitución del modelo de intervencionismo estatal por la apertura al comercio exterior y la atracción de inversión directa extranjera, de algunas acciones de los gobiernos en ese período y de los enfrentamientos políticos y sociales que se dieron.

No es un libro de historia económica sino más bien de la historia política de ese cambio durante esa veintena de años, por lo que no sería adecuado analizar esa obra con relación a las causas económicas que provocaron la crisis de ese sistema estatista de la conducción económica o de las consecuencias del cambio.

El autor “pretende escribir una historia social e intelectual del neoliberalismo costarricense y sus reformas económicas e institucionales, pero prestando especial atención a sus discusiones públicas, sus recursos propagandísticos, sus análisis estructurales, y econométricos y la creación de su red intelectual” y “plantea un análisis del pensamiento político neoliberal costarricense que, para ello, presta atención a sus raíces, al papel de las campañas electorales en su definición y transformaciones, a los programas de gobierno y a los actores que propusieron y llevaron adelante las reformas neoliberales así como la reacción combativa (por medios escritos y movilizaciones) de sus opositores.”

Después de elementos introductorios sobre la interpretación del autor de la evolución y contenido del neoliberalismo (plagado de elementos liberales) y de los antecedentes de la ideología neoliberal en Costa Rica, Chicago Boys del Trópico estudia las campañas políticas de 1978 a 1998, y las acciones de los gobiernos y actores políticos y económicos de esa época hasta llegar al trámite del proyecto de ley para apertura de los monopolios estatales de electricidad y telecomunicaciones en 2000. Todo en relación con la sustitución del modelo de industrialización por sustitución de importación y de estado empresario, que se había establecido antes de la crisis de inicios de los años ochenta.

Considero necesario, aceptando de buena gana la buena calidad de la minuciosa investigación que lo fundamenta, hacer algunos comentarios sobre los aspectos tratados y omitidos.

El primero se refiere al peso, a mi modo de ver excesivo, que se concede a la campaña presidencial que eligió a don Rodrigo Carazo como una campaña neoliberal. Más bien lo que aporta el autor como pruebas de esa afirmación se refieren a una reacción al alto gasto, la burocratización y el endeudamiento del gobierno, y es un llamado a la estabilidad macroeconómica y no a una política económica más favorable a la apertura al comercio internacional y a una mayor libertad en el mercado interno. Posiblemente esa interpretación se deba a haber omitido analizar la campaña preelectoral entre don Rodrigo Carazo y don Miguel Barzuna, apoyado este último por el Expresidente Mario Echandi, por don Rafael Angel Calderón Fournier que había formado el Partido Republicano Calderonista y por don Jorge González Martén que había sido candidato Presidencial del partido Nacional Independiente que había formado para la elección de 1974. De haberlo hecho estimo que habría notado la tendencia más favorable a la intervención estatal de don Rodrigo Carazo, tal como lo demostró en su gestión de gobierno (ver cita de don Enrique Benavídez en página 41 de la obra)

Por cierto, y en lo que a mí se refiere, apoyé con entusiasmo la precandidatura de don Miguel Barzuna y en la campaña para la elección presidencial de 1978 fui relegado a una participación muy marginal, nombrándome en algún comité con nombre muy rimbombante que luego prácticamente nunca se reunió. Para el día de las elecciones me asignaron trabajar en el cantón de Hojancha, el más liberacionista del país en esa época, por la extraordinaria y beneficiosa influencia que en esa región ejerció el Padre Varela que entonces era seguidor de ese partido. Por cierto, era tan fuerte el sentimiento partidista que -a no ser por los pocos dirigentes que entonces teníamos allí cuya amistad agradezco y que se fortaleció ese día- me habría quedado sin poder tomar ni un vaso de agua, pues los comercios no me vendían nada. Luego tuve el gusto y el honor de que el Padre Varela me diera su apoyo y la mayoría de los habitantes votaran por mí en la elección presidencial de 1998.

El autor incurre en un error al señalarme como “consejero cercano del gobierno de Carazo”. Durante unos pocos meses participé en reuniones con el Sr Presidente Carazo, que me permitió presentarle mis ideas de los cambios que con urgencia se requerían, al inicio de la administración, frente a la difícil situación fiscal y monetaria que se heredaba, y frente a los profundos cambios estructurales requeridos en comercio exterior, finanzas públicas, el sector financiero y el estatismo y la actividad productiva del gobierno. Mi análisis de los problemas, de las soluciones alternativas y de las medidas específicas que se deberían tomar constan en la publicación de ANFE en 1979 Nuestra Crisis Financiera, Causas y Soluciones. Antes de que el gobierno cumpliese sus primeros 6 meses y ya convencido de la futilidad de seguir promoviendo esos cambios abandoné una reunión en la noche en la vieja Casa Presidencial en la Avenida de los Damas para no volver a participar en ninguna posterior. El querido amigo Ministro de Hacienda don Hernán Saénz me acompañó a la salida del despacho presidencial hasta la acera frente al Parque Nacional y me instó a volver para seguir insistiendo. Recuerdo que le dije que mi recomendación era que mejor renunciara, pues no se iba a dar ningún cambio en la decisión política de don Rodrigo.

El libro es omiso en una muy importante actividad pública que se dio en esa época que incluso dio origen a la Guerra de Los Modelos, como el autor nos recuerda la bautizó don Enrique Benavídez. A nueve meses del inicio del gobierno del Presidente Carazo, ANFE, bajo mi presidencia, inició el primero de dos foros y un seminario con la participación de 6 distinguidos costarricenses representantes de diversos puntos de vista para analizar el Modelo de Desarrollo seguido por Costa Rica desde finales de los años 50, con la política de sustitución de importaciones, adicionada luego por la de estado empresario, fijador de precios y regulador de otras condiciones de los contratos comerciales.

Las Garantías Económicas aparecen como un tema a lo largo de buena parte del libro. Vale la pena comentar sobre su introducción al debate político costarricense. La idea de adicionar ese capítulo a la Constitución Política la empecé a elaborar cuando ejercí la presidencia de ANFE en 1978, inspirado en las ideas de los órdenes económicos y del contraste entre gobierno de leyes y gobierno de autoridades, generadas desde la tercera y cuarta décadas del siglo XX por Walter Eucken y la Escuela de Friburgo las primeras y por la Escuela de Chicago las segundas; por el constitucionalismo de la Escuela de Virginia (sobre todo James Buchanan) en los años sesenta; y por las constataciones de la tendencia al déficit y al incremento del peso de la deuda pública de las escuelas de “Public Choice” y otras elaboraciones de la economía política. En aquellos tiempos prácticamente eran inexistentes reglas constitucionales para impedir el crecimiento insostenible de la deuda pública, o el gasto gubernamental o los déficits. En nuestro caso, se requería además evitar los abusos que se venían dando con: 1.- la emisión monetaria causante de inflación, 2.- con el desvió del crédito bancario hacía el sector público, 3.- el financiamiento directo del banco central al gobierno y sus instituciones especialmente CODESA y el CNP, a base de emisión monetaria inflacionaria, 4.- con fijaciones de precios máximos o mínimos a cientos de artículos, 5.- con la fijación de las tasas arbitrariamente altas o bajas para los servicios públicos, y 6.- con la delegación por parte de la Asamblea Legislativa en favor del Poder Ejecutivo y del BCCR de la fundamental competencia del parlamento de imponer tributos. Ese esfuerzo fructificó en 1988 con la presentación de la Reforma Constitucional para introducir ese capítulo en nuestra carta magna. El lector interesado puede encontrar el proyecto en De las Ideas a la Acción, WWW.rodriguez.cr Luego continué promoviendo ese proyecto como diputado y como dirigente del PUSC, pero desdichadamente tropecé con la oposición del PLN por motivos ideológicos y con una resolución de la Sala Constitucional.

Con posterioridad las actividades de ANFE se dirigieron a analizar los Modelos Político, Social y Educativo del país, y la batuta frente al modelo económico fue tomada por la Academia de Centroamérica. La Academia realizó los mejores estudios de la realidad de la economía nacional y de su desenvolvimiento anual, y fue la institución que en mucho facilitó la conceptualización de los cambios requeridos. En esa tarea fue pionera la obra de don Claudio González “Temor al Ajuste: los costos sociales de las políticas económicas en Costa Rica durante la década de los 70”, que fue terminada en mayo de 1983 y tuve el honor de hacer su presentación. Esta es otra actividad de formación de la opinión pública a la cual don David Díaz, a mi entender, no da suficiente protagonismo.

También me parece omisa la buena obra que comento, respecto a la inmensa importancia que tuvieron la valentía del Presidente Luis Alberto Monge para dirigir el cambio de rumbo de la socialdemocracia liberacionista; la sagacidad de don Eduardo Lizano para renegociar la inmensa e impagable deuda externa acumulada por el estado intervencionista; y las capacidades de don Ernesto Rohrmoser para desmantelar el opresor estado empresario que se había construido. La dedicación, valentía y capacidad de esos distinguidos costarricenses fue de enorme valor para poder llevar a cabo las acciones gubernamentales para paliar la muy seria crisis del modelo de sustitución de importaciones, de gigantismo estatal y de estado empresario.

También extraño en la obra una referencia a la enorme importancia y la gran contribución que prestó la AID y en especial su misión en Costa Rica para afrontar la profunda crisis en que se vio sumido el país a inicios de la década de 1980. No solo fueron sus créditos y donaciones esenciales para paliar el costo del ajuste y obtener la negociación con los organismos financieros internacionales y el Club de París, sino que también fueron de enorme importancia para el cambio del modelo sus sugerencias sobre las transformaciones institucionales requeridas y su disposición a usar sus recursos en programas claves. Gracias a esos esfuerzos se fortalecieron el sector financiero, las universidades y muchas empresas privadas; surgió CINDE y se dio una importante diversificación de la oferta exportable agrícola, se promovieron las exportaciones y la inversión directa extranjera; y se facilitó el inicial desmantelamiento de CODESA y del estado empresario.

Con respecto a la campaña de 1998 y a las actuaciones de mi gobierno vistas desde la óptica de la historia política, me permito hacer dos aclaraciones y una crítica a este libro de don David Díaz.

Señala la obra que llamé a una Concertación Nacional como Presidente Electo “pues su triunfo no había sido contundente y aunque tenía mayoría en la Asamblea Legislativa, no era una mayoría significativa.” Pero el mismo autor más adelante en el libro confirma que mi propuesta de la Concertación (y agrego yo, las reuniones con sectores para irla preparando) se dio desde muy antes de las elecciones, cuando las encuestas señalaban que mi candidatura tenía una ventaja muy considerable.

El historiador Díaz Arias analiza mi programa de gobierno “Soluciones para el Futuro. Nuestro compromiso con el Desarrollo Humano 1998-2002” y destaca sus importantes compromisos con el avance social. Concluye que la reforma estructural no aparecía como eje de la llamada concertación. Sin embargo, en dicho programa sí se propuso la apertura de los monopolios de electricidad, telecomunicaciones y seguros; la venta de Banco de Costa Rica, BICSA, INS y FANAL y la concesión de un gran listado de obras públicas. Además, la apertura de los monopolios estatales se propuso a la Concertación Nacional, y la mayor parte de las concesiones de obra pública que se ha contratado en el país fueron originadas en mi gobierno.

Una crítica de una diferente categoría a mis anteriores comentarios es un lamento de que en una obra fruto de serio estudio y valioso análisis se hayan filtrado un par de frases -sin justificación alguna- de que se pudieran “identificar intereses personales, familiares, … en las reformas propuestas por los neoliberales”.

Una aclaración final. La obra me coloca como líder del movimiento neoliberal en nuestra patria durante el período estudiado. No tengo claro que significa para el autor ser neoliberal. A veces aparece como sinónimo de estabilidad macroeconómica y otras como propiciador de un predominio del mercado. No tengo reparo alguno en que se me diga liberal, a lo europeo, y más a lo inglés que a lo francés, pues creo firmemente en la democracia liberal, y mis estudios me han convencido de la enorme conveniencia de la estabilidad macroeconómica y de un orden jurídico que facilite la operación de los mercados mediante: 1.- la defensa de la propiedad, la libre contratación y la facultad de las personas de formar diverso tipo de asociaciones, 2.- mediante políticas promotoras de la competencia y la innovación, y contrarias a monopolios y carteles y 3.- procurando eliminar las fallas del mercado cuando es posible identificarlas y se cuenta con una institucionalidad capaz de hacerlo. A la vez soy un católico convencido de la centralidad, unicidad, dignidad y libertad de las personas y de su responsabilidad solidaria con el bienestar de las demás personas, su deber de fraternidad, que es no solo caridad sino también justicia. Por ese conjunto de ideas en mucho gestadas a partir de la doctrina social de la Iglesia y de la introducción que don Alberto Di Mare me dio a Walter Eucken y la escuela ordo liberal me considero un socialcristiano, al estilo de los seguidores de la democracia cristiana alemana.

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