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Calidad y modelos alternativos en educación

Rodolfo Piza | Miércoles 11 marzo, 2015


En Costa Rica, el problema es doble. Tenemos una baja escolaridad y una baja calidad de educación


Calidad y modelos alternativos en educación

¿Qué hacer con los fondos de educación para que rindan mejores frutos? ¿Qué hacer para mejorar nuestra escolaridad y la calidad de nuestra educación? ¿Qué hacer para no desconocer la diversidad de los educandos, pero alcanzar niveles de conocimiento y formación para todos? ¿Qué hacer para estimular a los educandos a seguir en el sistema educativo? ¿Qué hacer para evitar que los pobres sean sometidos a un proceso educativo de segunda categoría, frente a las posibilidades de la educación privada? ¿Qué hacer para premiar el esfuerzo —individual y grupal— y para exigir responsabilidad en relación con los resultados educativos?
Si en el mundo desarrollado el problema educativo es el de la calidad de la educación, y en los países muy pobres es el de escolaridad (y cantidad), en Costa Rica el problema es doble. Tenemos una baja escolaridad y una baja calidad de educación, en relación con los “estándares” de nuestro desarrollo y la necesidad de insertarnos en la modernidad.
Esa doble condición, obliga, en primer lugar, a garantizar la inversión en educación. El aumento de la escolaridad en preescolar y en III y IV ciclos, obliga a aumentar el número de educadores, mejorar la infraestructura educativa y las herramientas educativas. Por otra parte, si no existen límites, los incentivos para mejorar dejarán de existir y se dirigirán a presiones gremiales por beneficios. Además, debemos evitar los desequilibrios presupuestarios que hoy existen.
Pero lo esencial es la calidad de la educación y aumentarla requiere cambios que son difíciles: enfrentan el statu quo. Es difícil adoptar modelos alternativos, ajustar presupuestos históricos o establecer evaluación de educadores.
Una mayor descentralización y la adopción de modelos alternativos puede ayudarnos a romper círculos viciosos. Es difícil responder a los retos bajo un mismo modelo o formato de proposiciones. Lo mejor es promover alternativas educativas, que permitan impulsar un sentido de identidad de cada centro educativo. Esto incluye fortalecer el papel de los directores y de los profesores en el proceso educativo, a partir de una autonomía mayor, pero también del cumplimiento de unas metas mínimas, de un control firme por resultados, y de una responsabilidad por los fracasos y retrocesos.
Ello permitiría concentrar al Ministerio de Educación y al Consejo Superior de Educación en lo que importa: los resultados, la satisfacción y motivación de educadores y educandos, y no en la gestión burocrática y gremial de cada centro educativo.
Sin permitir cambios en la asignación presupuestaria, mayor flexibilidad en el manejo del recurso humano (con respeto a sus derechos), y en el manejo de los programas y materias, de horas y de días lectivos, difícilmente podremos mejorar la educación.
No cualquier autonomía rinde frutos. Es esencial: asegurar la participación de los padres de familia y de la comunidad en la educación, permitir la libertad de escogencia del centro educativo, requisitos de ingreso y evaluación (a la carrera docente, al centro de enseñanza, etc.), establecer un conjunto garantizado de materias y contenidos, pero flexibilidad para priorizar materias y áreas complementarias; evaluación de resultados, fijación de metas cuantificables, no intromisiones en la operación diaria de los centros; incentivos por logros educativos, y mecanismos de supervisión preventivos (y de intervención en casos de incumplimiento de metas).


Rodolfo E. Piza Rocafort

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