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COLUMNISTAS


Bofetada de WikiLeaks

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 03 diciembre, 2010


Julian Assange es el hombre más buscado del planeta. Este australiano, de 39 años, es el fundador de WikiLeaks, sitio en Internet responsable de la filtración más grande de la historia de documentos secretos de la diplomacia estadounidense. El más reciente golpe, dado a conocer esta semana, se trata de unos 250 mil mensajes íntimos sobre su política exterior.

Este hecho ha causado una revolución, en muchos sentidos, no solo para los equilibrios geopolíticos sino también sobre el propio poder mediático.

Tarde o temprano la tecnología iba a abrir más posibilidades para la publicación de contenidos con diversos propósitos e índoles. Esta democratización también representa una ventaja para una nueva forma de activismo mundial, que pretende desenmascarar y exponer los secretos detrás de las decisiones tomadas por las autoridades constituidas, sobre todo en los asuntos políticos que afectan a todo el planeta.

Sin dudas esta afrenta contra la mayor potencia militar y su inteligencia, ha generado una fuerte reacción y manifiesto descontento, hasta cierto punto muy entendible, de sus líderes.

Más allá de la gravedad de las informaciones reveladas, las cuales ahora quedan a criterio de los lectores según su interés, sobresale la encrucijada en que se colocaron los medios de comunicación tradicionales a los que se les otorgaron primicias de los polémicos documentos.

El tsunami que desató Assange fue entregado simultáneamente a una red de diarios internacionales entre ellos, El País, de España; The Guardian, de Inglaterra, y The New York Times, de Estados Unidos. Estos medios han escogido cuáles de los mensajes son aptos para publicarse, y que no comprometen, a su criterio, la estabilidad mundial en temas de extrema sensibilidad.

Esto corresponde a la visión tradicional de los medios que asumen una autocensura del contenido, con el fin de salvaguardar la responsabilidad subsecuente por las publicaciones.

Sin embargo, esta práctica contrasta con la esencia de Internet y su supuesta libre distribución de la información, aunque no importe la forma en que esta haya sido obtenida.

En un futuro próximo, tras los incidentes y los cercos que Estados Unidos intenta imponer sobre las revelaciones de WikiLeaks, es posible que los sueños del libre acceso a la información y la libertad de expresión queden delimitados a asuntos que no vayan a comprometer la reputación e intereses de la autoridad constituida, más aún si está dotada de métodos agresivos de coacción, como ha sido revelado.

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