Avaricia capital
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 26 septiembre, 2008
Luis Alberto Muñoz
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Los aspectos fundamentales que provocaron la peor crisis financiera en Estados Unidos desde la Gran Depresión en el siglo pasado, son hoy el centro del debate mundial.
Lo sucedido puede ser analizado desde dos puntos de vista, entre muchos; uno, desde la lógica económica y otro desde la dimensión espiritual.
Como antecedente, el detonante que precipitó la debacle fue la burbuja impulsada cuando los estadounidenses compraban nuevas propiedades con la expectativa de poder refinanciar sus hipotecas anteriores con las ganancias del crecimiento del mercado inmobiliario.
Esta coyuntura creó un sistema de especulación, el cual se inflaba con cada expansión crediticia que otorgaban las autoridades con el fin de estimular la economía.
El resultado fue el estallido de la burbuja y una crisis hipotecaria que dejó a un grupo de instituciones financieras con toneladas de deuda mala y consecuentemente arrastraron a bancos de inversión.
Desde la lógica económica, la crisis en Estados Unidos marca el fin de una era del capitalismo, que lleva a una reconstrucción inevitable del sistema.
El mercado, como un sistema supuestamente perfecto, capaz de encontrar el equilibrio y autorregularse, ha demostrado nuevamente graves deficiencias.
Hoy el gobierno de George W. Bush intenta aprobar un paquete de ayuda por $700 mil millones para que la economía estadounidense logre revivir.
Es obvio que esta intervención de las autoridades es irrevocable para prevenir que los mercados financieros se desplomen y se caiga en un pánico colectivo.
Esta acción convierte inevitablemente al Estado norteamericano en una distorsión de la libre competencia, y en un elemento de proteccionismo a nivel internacional.
El peligro de este resguardo económico es el aumento de tensiones políticas a nivel global, ya que pueden llevar al mundo a una recesión.
Desde la dimensión espiritual, la creencia filosófica del sistema capitalista en decadencia era que el interés común se lograba al permitir a los participantes del mercado buscar sus propios intereses.
En términos sencillos, este mecanismo estimulaba la ambición y avaricia de los actores económicos de mayor influencia.
El deseo de obtener mayores ganancias a costa de la estabilidad y sostenibilidad del mercado, llevó a una pérdida de las perspectivas reales de crecimiento, impulsado simplemente por una actitud de egoísmo monetario.
Como resultado, hoy la sociedad paga las consecuencias, se han socializado las pérdidas y privatizado las ganancias, a costa de la estabilidad política y económica mundial.
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