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Autoparodia explosiva

| Jueves 20 noviembre, 2008




Autoparodia explosiva

• Ben Stiller es el artífice de una divertidísima burla a la industria de Hollywood

“Una guerra de película”
(Tropic Thunder)
Dirección: Ben Stiller. Reparto: Ben Stiller, Jack Black, Robert Downey Jr., Nick Nolte. Duración: 1.47. Origen: Estados Unidos. 2008. Calificación: 8.

Por cuarta vez, el comediante Ben Stiller asume el rol de realizador, convenciendo a propios y ajenos con “Una guerra de película”. Su previa incursión detrás de las cámaras, dio como fruto “Zoolander” (2001), indigesta farsa ambientada en el mundo de la moda. Con mayor razón, la notable calidad de esta nueva entrega resulta sorprendente.
Desempeñándose como actor, director, coguionista y coproductor, Stiller es el artífice de una divertidísima burla a la industria de Hollywood. Se trata de una costosa producción, en grado de ridiculizar ferozmente los mecanismos que regulan su propio mundo, concretando una autoparodia explosiva.
El prólogo es formidable: falsos avances de cine, sirven para presentar a los protagonistas, estableciendo a la vez el tono sarcástico de la operación. Jack Black, Robert Downey Jr. y Ben Stiller, encarnan respectivamente a Jeff Portnoy, Kirk Lazarus y Tugg Speedman, tres ídolos de la gran pantalla, quienes colaboran en un ambicioso drama de acción, acerca de la guerra de Vietnam.
Portnoy es un divo con problemas de drogadicción, especialista en humor de flatulencias. Lazarus, cinco veces ganador del Oscar, es un perfeccionista quien se somete a una cirugía de pigmentación de la piel, para interpretar a un afroamericano. Speedman es un artista frustrado, perennemente en busca de una estatuilla. A causa de un malentendido, ellos se ven involucrados en un conflicto real, cuando unos traficantes de heroína los toman por agentes de narcóticos.
El juego de equivocaciones, donde la realidad se confunde con la ficción, está desarrollado con agudeza y creatividad. No se trata de una simple premisa argumental reiterada hasta el cansancio: la trama se va enriqueciendo con giros y personajes que renuevan el interés. Valga por todos el productor calvo, despótico y mal hablado, encarnado por Tom Cruise con punzante ironía. Es uno de los puntos más altos de una cinta que se aparta radicalmente de los cánones chabacanos al estilo de “Una película de miedo” (Scary Movie), retomando más bien el legado de los mejores trabajos de Mel Brooks.
Bien musicalizada y fotografiada con gran esmero por el maestro John Toll, “Una guerra de película” no está exenta de pasos en falso y caídas en el mal gusto, pero nunca pierde de vista el blanco de su sátira. Gracias a un elenco en estado de gracia, evidencia la hipocresía de una industria para la cual ya no existe nada sagrado y donde todo puede ser explotado para fines comerciales.
El experimento es todo un éxito, cumpliendo un doble propósito: pone el dedo en la llaga y, a la vez, provoca irrefrenables carcajadas liberadoras.

Desperdicio de recursos

• A pesar de sus cualidades formales, esta adaptación de un videojuego se olvida al instante

“Max Payne”
(Max Payne)
Dirección: John Moore. Reparto: Mark Wahlberg, Mila Kunis, Chris O’Donnell, Beau Bridges. Duración: 1.40. Origen: Estados Unidos. 2008. Calificación: 4.

Definitivamente, cine y videojuegos no combinan. Ya existen docenas de películas basadas en toda clase de pasatiempos electrónicos, pero ninguna de ellas supera el umbral de la mediocridad. En su mayoría, se trata incluso de realizaciones pésimas, donde se evidencian las profundas diferencias entre dos medios difícilmente compatibles. “Max Payne” confirma esta regla, ofreciendo un entretenimiento modesto, cuyas indiscutibles cualidades formales no son suficientes para disimular la fragilidad de un argumento caótico.
En la interpretación más sosa de su carrera, Mark Wahlberg le da vida a la figura principal: un atormentado detective de la policía de Nueva York. Obsesionado con la idea de encontrar a quienes masacraron a su esposa e hijo, Max Payne estrecha alianza con una asesina a sueldo, a su vez intencionada en vengar la muerte de su hermana. Los dos siguen una pista que los lleva hasta Aesir, una poderosa compañía farmacéutica responsable de confeccionar una droga experimental que tiene tenebrosos efectos secundarios.
Las alucinaciones sufridas por quienes utilizan la droga en cuestión, le proporcionan al director John Moore la oportunidad de crear sugestivas invenciones visuales. En este sentido, destacan las inquietantes tomas de unos ángeles de la oscuridad, invisibles para la mayoría, los cuales intervienen en momentos claves del relato. En forma esporádica, Moore obtiene resultados apreciables, elaborando aparatosos tiroteos en cámara lenta y otras secuencias de violencia estilizada. Aun así, más allá de su esteticismo gratuito, estas escenas carecen de energía.
No se puede dejar de señalar la expresiva fotografía de Jonathan Sela, quien rinde homenaje a la tradición del cine negro, mediante un experto manejo del claroscuro. Lamentablemente, este y otros méritos representan un tremendo desperdicio de recursos, ante la completa inutilidad de una historia insulsa, opaca, incapaz de generar interés.
Hay caracteres desdibujados, diálogos burdos, actuaciones de ínfimo nivel y frecuentes caídas en la comicidad involuntaria, como cuando dos personajes, sin razón aparente, se quedan conversando bajo un aguacero torrencial.
A cambio de un puñado de sofisticados efectos especiales, se sacrifican elementos fundamentales como suspenso, ritmo y coherencia narrativa. Por ello, “Max Payne” termina concretando un espectáculo vacuo y sin sentido. Es un producto industrial desechable, que no deja huella y se olvida al instante.






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