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A la deriva

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 18 septiembre, 2018


A la deriva

Si la tormenta es fuerte y los vientos soplan y golpean el barco, estamos a punto de perder la dirección y quedar “a la deriva”. Efectivamente, nuestra patria, que en otros momentos ha sido ejemplo de progreso social, de paz y de libertad, pasa momentos difíciles. El rumbo se ha perdido, las brújulas que en su momento nos permitían llevar el destino del barco se han dañado y cada día que pasa, los marineros son más incompetentes y los tripulantes están mas alejados, con un discurso que no convence, de los pasajeros que conviven en el barco. Todos reclaman por todo, cada decisión que se toma divide, cada paso para solucionar un problema lleva consigo la crítica, la intriga y la discordia entre tripulantes, marineros y por supuesto, los pasajeros. Casi todo está perdido, el barco viaja a la deriva y los pasajeros desconcertados, mal informados, asustados, indignados están a punto de perder la esperanza.

Así es, el barco es mi país, Costa Rica, que viaja a la deriva entre los avatares de una sociedad que cambia vertiginosamente, un Estado que cada día tiene menos resultados y una clase política que no escucha y no sabe dialogar con la sociedad. La tripulación es el gobierno de turno, que claramente se enfrenta a desafíos complejos y rezagos históricos, de mantenimiento y de orden y disciplina en el barco. Los pasajeros somos nosotros, los 5 millones de costarricenses que viajamos en el barco y que vemos, cómo se pierden la credibilidad y esperanza de un futuro mejor, un puerto seguro donde llegar, una luz al final del túnel. Las brújulas son las organizaciones que en su momento fueron la luz que permitía definir el camino a seguir en medio de la tormenta o la oscuridad. Sí, la universidad, la iglesia, los partidos políticos, las organizaciones sindicales, las cámaras empresariales y por qué no, los medios de comunicación colectiva. Todos han caído en un mismo ciclo de perverso resultado, miran hacia adentro y han perdido su capacidad para iluminar el camino de los que están fuera de ellos.

Es realmente penoso y casi insólito, que el Consejo Nacional de Rectores (CONARE), que antaño fuera el sitio central para dirimir nuestras diferencias hoy no tenga la capacidad política para abordar la necesaria función mediadora entre los actores de la sociedad. Resultado de un conformismo anacrónico, de una crisis de identidad, de una perversa y elusiva endogamia, de un escaso y politizado liderazgo. Las universidades se han venido convirtiendo en un grupo de presión más y no en la voz de nuestra sociedad. Poca transparencia en su rendición de cuentas y un marcado centralismo en su accionar, perdiendo identidad y capacidad de diálogo con la sociedad, producto de una mezcla poco sana de sus vínculos con el poder, de un rezago de modernidad y sobre todo, de la escasa gestión de su labor de cara a la transformación de la sociedad. Así es, la universidad costarricense ha entrado en crisis, no presupuestaria, sino de direccionalidad y de identidad.

Algo se nos quedó en el camino, ni que decir de los partidos políticos, maquinarias electorales amorfas y poco reflexivas. Los sindicatos, acorazados en sus propios intereses gremiales y con poca o nula visión del país. Las agrupaciones empresariales, incapaces de mirar tres pasos al frente de sus intereses financieros o económicos de corto plazo. La Iglesia, claramente en crisis de credibilidad y llena de inconsistencias entre su discurso y su accionar. A todo ello se suman, medios de comunicación cada vez más mediocres y llenos de intereses propios, de doble moral y de incompetencia, para abordar los temas de una realidad cambiante. Todos ellos, que en su momento fueron las brújulas de nuestra sociedad, hoy parecen estar dañadas, descalibradas, llenas de moho.

La esperanza de tantos costarricenses honestos que hoy salen a trabajar por sus familias, por sus organizaciones o empresas, que hacen esfuerzo para completar su jornada y regresar a casa, entre gritos, bloqueos y pancartas. Esos costarricenses humildes, sencillos y honestos. Esos son la verdadera esperanza de que el país puede estar mejor. A esos costarricenses que lo dan todo en silencio, que suman y no restan, que ayudan y no critican todo, que aportan soluciones, que dan el paso al frente y que contribuyen, pagando la seguridad social, pagando sus impuestos, aportando trabajo voluntario en sus comunidades y organizaciones, a ellos les digo, no perdamos la esperanza, sigamos adelante que la luz está en mirar a esos y no a los otros, sumemos y hagamos posible que nuestro barco llegue a un buen puerto, seguro y en paz. Somos muchos más los que estamos de ese lado y que podemos cambiar las cosas, hagamos posible el retomar el rumbo. 

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