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21 y ...

Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 21 diciembre, 2012


La supuesta “profecía maya”, que nadie ha demostrado ni siquiera que existe, ha sido un reflejo de ese periodismo que hoy abunda por todos lados, de tono fatídico, falto de creatividad y sobre todo diseñado para entretener a segmentos de consumo masivo


21 y ...

Si tuvo chance hoy de leer esta columna, no significa que los mayas se equivocaron, sino más bien que a una larga lista de especuladores y programas “periodísticos” de cuarta categoría se les acabó el tiempo para sacarle jugo al supuesto “fin del mundo”.
Bueno, qué importa, si al final todo cae en esa cínica teoría de que a la gente la mueve el miedo, y hay que vender.
Lo lamentable es que canales internacionales con grandes presupuestos, entre ellos, Discovery Channel, National Geographic, se hayan prestado para tal propaganda apocalíptica. La histeria colectiva, entre bromas y realidad ha tenido consecuencias fatales, no solo la forma en que se ha disparado la venta de armas en Estados Unidos por ejemplo, sino también los efectos colaterales que de una u otra forma pueden estar relacionados, el hijo que mata a su madre, coleccionista de armas y que consideraba estar preparada para defenderse del supuesto colapso con un rifle de asalto, que al final terminó en la desgarradora masacre en una primaria de Newtown.
La supuesta “profecía maya”, que nadie ha demostrado ni siquiera que existe, ha sido un reflejo de ese periodismo que hoy abunda por todos lados, de tono fatídico, falto de creatividad y sobre todo diseñado para entretener a segmentos de consumo masivo.
Tal vez lo que sí vale la pena considerar es que la agitación que vive el mundo es reflejo de que algo debe cambiar, y que este fin esperado por los pesimistas más bien puede ser un deseo inconsciente en un periodo de crisis existencial de la humanidad, que se proyecta de modos radicales.
Las manifestaciones de los indignados con el sistema político económico, son muestras de esta inconformidad. Los ciudadanos en diversas partes del mundo anhelan una mayor equidad y gobiernos responsables, conscientes del uso de sus recursos, tanto monetarios como naturales.
Hemos alcanzado un estado de civilización en el que nuestro principal enemigo es nuestro propio desarrollo, uno que ha enfatizado una insostenible ecuación en la que se vale ganar a costa del bienestar común, y en donde la principal búsqueda del ser se cierne en el tener.
Hoy ya no se trata de movimientos ideológicos, pues sin temor se podría decir que lo que queda de los partidos políticos son los vestigios de estructuras que se llenan cada cierto tiempo de los juegos electoreros.
Este “fin del mundo” puede ser visto como las ansias de cambio, de renovación, de transformación hacia una sociedad donde los beneficios de la expansión del conocimiento y los adelantos tecnológicos nos ayuden en verdad a asumir un modo de vida en servicio de la humanidad y no en servicio de la materia.

Luis Alberto Muñoz Madriz

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