Saber hacer… pero también soñar
Jose Luis Arce | Jueves 30 junio, 2016
Difícil es preservar el optimismo cuando nuestras sociedades parecen haber tomado el camino de construirse sobre la base de la polarización
Ciencia lúgubre
Saber hacer… pero también soñar
Nuestras sociedades experimentan un proceso de marcada polarización. Por doquier, las opciones extremas —de derecha o de izquierda— conquistan espacios impensados hace tan solo unos años e incluso movimientos con una agenda peligrosa, por abiertamente deshumanizante y antidemocrática, cosechan el interés de porciones nada despreciables de la población y una atención desproporcionada en los espacios de comunicación actuales.
Los nuevos liderazgos en ambos extremos ideológicos han demostrado —una y otra vez y en un sitio y otro— una liviandad y superficialidad pasmosa, conduciendo a que el discurso populista, maniqueo como ninguno, se imponga como interpretación y como propuesta de cambio a nuestras realidades.
Estos espacios fueron ganados por los extremos con facilidad, pues las fuerzas políticas tradicionales, las que ocupaban y llenaban las expectativas del centro del espectro ideológico, permitieron que ese adjetivo se transformara en sinónimo de anquilosadas y peor aún, de corruptas; haciendo más sencillo para el discurso populista calar en las consciencias y alcanzar éxitos, incluso en los espacios de representación que muy en el fondo desprecia.
El centro perdió de vista que no basta con saber hacer, sino que para hacer bien hay que imaginar lo perfecto, es decir, saber soñar, sostener en una mano la herramienta concreta y en otra la utopía.
Después de todo, gobernar no es sinónimo de administrar. Las decisiones y acciones relevantes, las que atañen a los estadistas, no tienen que ver con mantener los balances macroeconómicos o las finanzas públicas en equilibrio; son aquellas que marcan hitos, señalan el camino para una política pública concentrada en promover el desarrollo, garantizar los espacios de oportunidad e inclusión para todos los habitantes. Es decir, para construir una nación.
El centro no solo les falló a las personas al defraudar su confianza, quizás ciertamente teñida de cierta ingenuidad, al faltar a sus deberes de transparencia y probidad. Convirtió los procesos de representación democráticos en vacíos ejercicios de legitimación y no en útiles espacios para escuchar las demandas de la sociedad. Entendió la democracia como un ejercicio mecánico de alternancia y distribución de cargos y no como un medio para construir un marco de convivencia social.
Y cuando la inmediatez de las redes sociales convirtió cada segundo del día en un ejercicio de deliberación política potencial, en muchos casos irreflexivo, irrelevante e irresponsable, el centro decidió dejar de jugársela por un proyecto y caer presa del people meter.
Las crisis económicas, la más reciente de todas una manifestación de una ruptura mayor en el ámbito social y político, terminaron defraudando no solo las expectativas materiales de las grandes mayorías, sino que además significaron el rompimiento de una promesa básica de protección y de acceso a las oportunidades, un sustrato fundamental para la construcción social que se levantó durante buena parte del siglo XX.
Este triste escenario, ha sido el contexto en el que la frustración, el desconcierto, la impotencia, el resentimiento y la venganza tomaron el lugar, como el leitmotiv de la acción política y la movilización social, que antes tenían el optimismo, la reivindicación, la utopía y la certeza de que tiempos mejores estaban por venir, pues se trabaja en construirlos.
Difícil es preservar el optimismo cuando nuestras sociedades parecen haber tomado el camino de construirse sobre la base de la polarización, el resentimiento y la revancha. Sin duda, nada bueno puede derivarse de algo así.
Por José Luis Arce
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