Rival de rivales
| Martes 30 septiembre, 2008
Rival de rivales
Los ganadores nunca se detienen; siempre quieren más y convierten la superación permanente en su filosofía de vida. La medición del desempeño, en todas las formas posibles, es su actitud cotidiana para alejarse de la riesgosa zona de “confort”.
¿Cómo se aproxima un equipo a esa zona de comodidad y conformismo? Se comienza enfatizando el orgullo por logros pasados para amortiguar el efecto mental de percances presentes y repetitivos, sus miembros solo hablan de lo positivo del equipo y la crítica es sancionada, no hay un sistema de evaluación cuantitativa y rigurosa del aporte individual, y los reconocimientos se basan en criterios subjetivos de quienes detentan el poder. Además, todo está tan reglamentado, que nadie se expone a ser recriminado por atreverse a cuestionar las normas.
También corren el riesgo de ingresar a esa zona los equipos que hayan estado ayunos de buenos resultados y que luego de obtener unos cuantos exageren la frágil sensación de que la senda del éxito ya ha sido reencontrada, a pesar de que la meta esté muy lejana todavía.
Otros síntomas son la pasividad, la ambigüedad sobre qué significa alto desempeño, el rechazo a la medición, la dependencia hacia el líder tomador de las decisiones, miedo a asumir responsabilidades, el “pseudo-trabajo” o sea, el confundir estar ocupados con el esfuerzo supremo, y la complacencia con comportamientos ambivalentes respecto a los valores e ideales del equipo.
Ante todo lo anterior, los buenos líderes son minuciosos al percibir el riesgo del conformismo. Por eso reaccionan y resuelven de inmediato estas conductas nocivas. La “cultura del número” aparece en escena porque saben que la calidad que no se mide se deteriora; la rendición de cuentas se convierte en norma, los mediocres se van, la sana competencia rige las decisiones y el mérito se va instaurando como condición para permanecer en el equipo. Surgen entonces nuevas metas e indicadores de resultados, la productividad individual es reconocida, la innovación es premiada, el trabajo en equipo es un requisito y la responsabilidad colectiva hace que todos contribuyan proactivamente.
Esos líderes efectivos y visionarios redoblan el paso, se vuelven más exigentes consigo mismos y con los demás, incrementan las metas y horas de trabajo y son sumamente estrictos ante todo aquello que pueda interpretarse como un permiso para ingresar a la zona de confort.
Los equipos ganadores no se evalúan a sí mismos solamente por los rivales que han vencido, sean los que sean; ellos nunca están totalmente satisfechos, quieren más, y se imponen la férrea disciplina de trabajo y medición para hacer real su consigna: “¡Vencemos a nuestro principal rival: nosotros mismos!”.
German Retana
German.retana@incae.edu
Los ganadores nunca se detienen; siempre quieren más y convierten la superación permanente en su filosofía de vida. La medición del desempeño, en todas las formas posibles, es su actitud cotidiana para alejarse de la riesgosa zona de “confort”.
¿Cómo se aproxima un equipo a esa zona de comodidad y conformismo? Se comienza enfatizando el orgullo por logros pasados para amortiguar el efecto mental de percances presentes y repetitivos, sus miembros solo hablan de lo positivo del equipo y la crítica es sancionada, no hay un sistema de evaluación cuantitativa y rigurosa del aporte individual, y los reconocimientos se basan en criterios subjetivos de quienes detentan el poder. Además, todo está tan reglamentado, que nadie se expone a ser recriminado por atreverse a cuestionar las normas.
También corren el riesgo de ingresar a esa zona los equipos que hayan estado ayunos de buenos resultados y que luego de obtener unos cuantos exageren la frágil sensación de que la senda del éxito ya ha sido reencontrada, a pesar de que la meta esté muy lejana todavía.
Otros síntomas son la pasividad, la ambigüedad sobre qué significa alto desempeño, el rechazo a la medición, la dependencia hacia el líder tomador de las decisiones, miedo a asumir responsabilidades, el “pseudo-trabajo” o sea, el confundir estar ocupados con el esfuerzo supremo, y la complacencia con comportamientos ambivalentes respecto a los valores e ideales del equipo.
Ante todo lo anterior, los buenos líderes son minuciosos al percibir el riesgo del conformismo. Por eso reaccionan y resuelven de inmediato estas conductas nocivas. La “cultura del número” aparece en escena porque saben que la calidad que no se mide se deteriora; la rendición de cuentas se convierte en norma, los mediocres se van, la sana competencia rige las decisiones y el mérito se va instaurando como condición para permanecer en el equipo. Surgen entonces nuevas metas e indicadores de resultados, la productividad individual es reconocida, la innovación es premiada, el trabajo en equipo es un requisito y la responsabilidad colectiva hace que todos contribuyan proactivamente.
Esos líderes efectivos y visionarios redoblan el paso, se vuelven más exigentes consigo mismos y con los demás, incrementan las metas y horas de trabajo y son sumamente estrictos ante todo aquello que pueda interpretarse como un permiso para ingresar a la zona de confort.
Los equipos ganadores no se evalúan a sí mismos solamente por los rivales que han vencido, sean los que sean; ellos nunca están totalmente satisfechos, quieren más, y se imponen la férrea disciplina de trabajo y medición para hacer real su consigna: “¡Vencemos a nuestro principal rival: nosotros mismos!”.
German Retana
German.retana@incae.edu