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¿Qué nos pasa?

Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 27 mayo, 2015


Los periodistas —definitivamente— no estamos hoy a la altura de las circunstancias que la hora democrática nos está demandando

Hablando Claro
¿Qué nos pasa?

Con las excepciones del caso, casi por donde quiera que se le mire, nuestro ejercicio periodístico está venido a menos. Con un agravante.
Mientras nos esmeramos en observar (es parte inherente de nuestro oficio) permanente y severamente los incumplimientos, las irregularidades, las omisiones y hasta los pecados implícitos en el quehacer de la vida pública de los otros actores sociales, nadie o casi nadie se atreve a señalar expresamente nuestros incumplimientos, irregularidades, omisiones y hasta pecados.
En otras palabras, la poca gente que entiende la naturaleza y la gestión de los medios le tiene temor a su poder. Y el resto, que es la inmensa mayoría, no entiende cómo operan sus mecanismos.
Lo cierto es que todo ese imperio de arrogante poder mediático en el que nos parapetamos tan cómodamente y que por decenios nos colocó en una posición de enorme preeminencia en la sociedad democrática, cambia aceleradamente con la irrupción de las redes sociales, las fiscalizaciones en tiempo real, las veedurías ciudadanas.
Y nosotros, lejos de poner las barbas en remojo y entender que también debemos transparentar nuestros procedimientos, seguimos haciendo las del avestruz. Sin advertir la vieja máxima de que cuando se mete la cabeza en la tierra siempre queda una parte muy sensible al descubierto.
Así, nos seguimos mostrando sordos ante las fundadas críticas que recibimos respecto de nuestra forma de hacer coberturas y seguimos tan campantes como si nada estuviera pasando. Como si el mundo no estuviera cambiando en nuestras narices.
Estamos derrochando a manos llenas la credibilidad de nuestro oficio. Y lejos de estar ocupados en una tarea de autocrítica, de reflexión y acción para enderezar nuestro ejercicio, parece que nos hemos dado por vencidos ante el peso implacable de la fuerza inercial que mueve las maquinarias empresariales de los medios.
Los periodistas decidimos callar. Hasta que un día es imposible contener los silencios de temor, comodidad y complicidad y no queda más que admitir que una buena parte del ejercicio periodístico está hoy desprovisto de cánones éticos y marcos mínimos de calidad de precisión y corrección de los hechos que mostramos.
La última crítica que leo de los colegas que se resisten a este estado de situación, tiene que ver con la forma en que los llamados publirreportajes (anuncios que se maquillan como noticias) se están apropiando del cada vez más reducido espacio de las noticias duras, que ya de por sí está contaminado por otra práctica deformada del oficio: la de la espectacularización de los hechos noticiosos, que reducen a una parafernalia de sensacionalismo y fanfarria, desprovista de contextualización y verificación rigurosa, muchos de los asuntos que se abordan.
Solo para citar una noticia en desarrollo, así se presentó el dramático alumbramiento prematuro de sextillizos y otros partos múltiples que ahora asoman el inicio de investigaciones médicas éticas y eventualmente legales.
Los periodistas —definitivamente— no estamos hoy a la altura de las circunstancias que la hora democrática nos está demandando. Y tristemente, parte sin novedad.

Vilma Ibarra

 

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