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COLUMNISTAS


Los programas sociales

Luis Mesalles lmesalles@ecoanalisis.co.cr | Jueves 15 noviembre, 2007


La semana pasada mencionamos cómo parte de la baja de los índices de pobreza se dio gracias a la implementación de dos programas sociales del gobierno: el aumento de la pensión básica (no contributiva) y el programa Avancemos. Quisiera profundizar esta semana en el análisis de las bondades y deficiencias de este tipo de programas, como herramientas para combatir la pobreza.

En cuanto al aumento de la pensión mínima al régimen no contributivo, es una decisión que a todas luces suena acertada. Aumentar la pensión mínima de ¢17.500 a ¢50 mil mensuales es un programa focalizado, que ayuda a los pensionados más pobres, y que no tiene un impacto importante sobre las finanzas públicas (representa aproximadamente un 0,2% del PIB). Además, se sabe que el problema de la viabilidad financiera del sistema de pensiones nacional no radica en este tipo de pensiones, sino en las que recibe un pequeño grupo de pensionados, mayoritariamente en regímenes especiales, y cuyos montos no guardan relación alguna con la contribución del trabajador durante toda su vida productiva. Solo basta recordar los casos de educadores que se convierten en diputados por unos días, con el fin de duplicar o triplicar su pensión.

En el caso de Avancemos del Ministerio de Educación, me parece que es un programa muy interesante para combatir la pobreza, pero no en el corto plazo, sino en el largo. Se trata de dar un subsidio a los estudiantes de secundaria, que va entre ¢15 mil y ¢50 mil por mes, siempre y cuando se mantengan estudiando. Es una ayuda “condicionada”, que da un incentivo a los estudiantes de bajos recursos, y sus familias, para que no deserten de las aulas por falta de dinero.

El efecto más importante de este programa es que les otorga a los jóvenes la oportunidad de permanecer en el colegio hoy en día, de modo que tengan mejores oportunidades de trabajo en el futuro. No se trata simplemente de darles un poco de plata a unas familias para que, con ese ingreso adicional, dejen de ser pobres hoy. Esto es el caso típico de “darles la caña de pescar, en vez de darles el pescado”.

La idea de este programa es focalizar la ayuda a los estudiantes más pobres, que son los que tienen una mayor tendencia a salirse del colegio. Por eso, si se quiere ampliar el programa (para ayudar a que más familias salgan de la pobreza) se entra en el problema de cómo escoger quiénes son los que realmente se merecen el subsidio. O sea, separar los que de verdad necesitan el dinero adicional para no tener que dejar de ir al colegio, versus los que de todos modos no iban a abandonar la educación, y el dinero les cae de perlas para comprarse un “lujito” (un iPod, que está tan de moda, por ejemplo).

Por eso, este tipo de programas, por más buenos que sean, y por mejores que sean las intenciones de los que lo implementan, tienen su límite. Cuanto más grandes se quieren hacer, el costo de controlarlos tiende a hacerse mayor que los beneficios que dan. Por eso, celebramos que los programas se hayan implementado, pero advertimos que, por sí solos, estos no van a erradicar la pobreza del país.

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