Llévela suave
Natiuska Traña natiuskatp@gmail.com | Miércoles 16 mayo, 2018
Llévela suave
Salvador Dalí decía que, el tiempo es una de las pocas cosas importantes que nos quedan. Para hacerle honra a la columna, hoy me tomo un café instantáneo. Dos cucharadas, agua caliente y listo. Evidencia de que la inmediatez es lo más importante para nosotros en estos tiempos.
La mayoría de las comunicaciones que tenemos son por “WhatsApp” o más formal por correo electrónico o en el chat de Facebook. Imposible una carta de “la vieja escuela” escrita a mano y por correo convencional (he de decir que siempre esperé recibir una carta romántica así), pero ¿alguien se aguantaría en la época actual tres o cuatro días, para que se entregue la nota y otros más esperando la respuesta? No lo creo. Ahora todo tiene que ser YA. Si el mensaje de “WhatsApp” no llega de inmediato y aparecen los dos “checks” azules casi todos desesperamos.
Piense en su auto, el que tanto había deseado no lo ha terminado de pagar y ya quiere el más nuevo, igual que con la “compu”, “tablet” y demás “gadgets” que el dinero pueda comprar. Estamos locos por la última generación y porque todo sea rápido.
Ojalá todo fuera como el vino, pero al contrario, la mayoría de las cosas se vuelven obsoletas y pierden valor con el tiempo. “El tiempo es oro”, no podemos perderlo. Por eso es que el ser humano como dependiente del tiempo, se inventa cómo “tener más tiempo” para “otras cosas” facilitando las tareas y generando ese sentimiento de inmediatez. Todos somos víctimas de esto, a ver, pregúntense, ¿cuántos han cambiado sus smartphones, por EL ÚLTIMO modelo de la marca que utilicen y NO CONOCIERON la vida útil del que estaban desechando? (bueno si fue porque se dañó, ese sector está eximido del ejercicio).
Según me contaron mis abuelitos, las cosas antes duraban años; no creo que hayan fallado en calidad los productos de esta SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA, pero lo que sí ha cambiado es nuestra percepción, no experimentamos los ciclos de vida útil de las cosas.
Vivimos a 200 km/h sin final previsible, estamos tan impacientes que cuando cocinamos, cuando estudiamos, cuando hablamos con los demás, estamos en otro lado; algo así como la película de “Click”, de Adam Sandler. Al final somos espectadores de nuestra existencia con el control remoto. Con tantas opciones a la mano por estar tan comunicados, que NO estamos en ese lugar que estamos sentados, tomándonos el “insípido café instantáneo” y al final no entendimos la conversación con la persona que estábamos, no pusimos atención en la reunión y no vimos nada interesante en la red social. Tantas opciones y no elegimos nada.
Impaciencia… Sí, eso es lo que es. Ya no queremos ciclos, ni procesos, no estamos en el presente. Al final ¿qué es lo que realmente experimentamos, qué se incorpora a la vida? Y cuando no tomamos consciencia de esto ¿qué pasa?, pues bien ya Sartre y Camus lo habían previsto: sensación de vacío y angustia existencial. No hay sentido, nada trasciende.
Queremos tenerlo todo (y si es posible, tenerlo ya) ilusionados con que quizás en ese todo, esté la satisfacción. El problema es quien quiere tenerlo todo, jamás tendrá tiempo para lograrlo.
Ayer que salía de la oficina, podía contemplar a toda la gente siempre apurada por llegar (aunque no siempre tengan en claro a dónde ni para qué) maldiciendo todo lo que esté en el camino (semáforos, otros conductores, peatones) que son un obstáculo y deben evitarse como sea. Gritos y señas de unos por la ventana, otros si pueden se bajan y hasta le patean el carro.
Lo mismo en las relaciones afectivas, si no hay “satisfacción inmediata” ¡BAM! ¡Hasta luego! La pareja “pizza” en 30 minutos: “se la llevamos como la pidió a la casa, lista para que se la coma, con los ingredientes que quería y le quitamos hasta el gluten, se la podemos dar artesanal”. Luego no se queje de la indigestión, en esta receta hay que construir, cultivar e incorporar de usted mismo para que todo funcione.
Lo invito a ponerse “lento”. Yo detesto la impuntualidad, pero, ¿qué tiene de malo llegar tarde cinco minutos? Recordemos y pongamos en primer lugar el placer, el disfrute; la lentitud antes de la velocidad. Quítele el pie al acelerador para no pasar por encima de la vida y dejarla atropellada en el camino.
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