La dignidad del cargo y las relaciones diplomáticas
Rodolfo Piza | Miércoles 28 septiembre, 2016
El abandono de la delegación de Costa Rica en la ONU, encabezada por el Presidente de nuestro país, acompañado de países de dudoso comportamiento democrático; cuando el Presidente de Brasil se disponía a dar su mensaje a la Asamblea General; es un acto improcedente e inconsistente con nuestra tradición diplomática
La dignidad del cargo y las relaciones diplomáticas
Hace unos 25 años, al contarle a mi padre que dejaría la Embajada Alterna en la Organización de Naciones Unidas (ONU), para asumir la Dirección de la Reforma del Estado (1992), me preguntó sobre las condiciones materiales con que asumiría el cargo. A lo que respondí que eso, para mí, era lo de menos (poco importaban la oficina, el vehículo por asignar, etc.), sino las funciones y el papel que debía cumplir. Mi padre asintió, pero me recordó que para alcanzar las metas era esencial “no renunciar a la dignidad del cargo”.
El Príncipe, recordaba el famoso secretario florentino hace más de 500 años, debía dar “pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de la dignidad que inviste, que no debe faltarle en ninguna ocasión”.
Esa dignidad, las formas y los protocolos importan casi tanto como la sustancia en el ejercicio de una función. No se trata de convertir los procedimientos y las dignidades en fetiches a los que haya que rendirles culto. Ni se trata tampoco de defender formalismos obsoletos, pero es cierto que los protocolos son esenciales en el orden interno y aún más en el orden internacional.
Por eso, aunque no solo por eso, es importante que en las relaciones internacionales nuestro Presidente (Jefe de Estado) y su Ministro de Relaciones Exteriores, cumplan las formalidades al uso en las relaciones diplomáticas.
No se trata, por supuesto, de aplaudir procedimientos ni jerarquías que se alcanzan en los límites de los procedimientos constitucionales. Se trata, únicamente, de respetar los procedimientos de otras naciones con las que tenemos relaciones diplomáticas. La investidura corresponde, en primera instancia, a cada nación, y salvo violaciones evidentes y continuas del orden internacional, de la Carta Democrática y de los derechos humanos; debemos respetarlas y, en caso de duda razonable, plantearla y esperar su resolución por los órganos internacionales competentes, de acuerdo con la Carta de las Naciones Unidas.
La política internacional de nuestro país, debe atenerse a esas reglas y evitar el doble estándar (medir con una vara a los gobiernos cercanos ideológicamente y con otra a los contrarios).
Puestos a dilucidar o a calificar violaciones a los procedimientos democráticos, es obvio que la persecución y la destitución de parlamentarios contrarios a un Gobierno, la subordinación de todos los poderes de un Estado al poder de un solo hombre, o el encarcelamiento y persecución de líderes políticos de la oposición y la perversión de las instituciones democráticas en varios países del continente; son violaciones más serias y más dudosas, que la aplicación del procedimiento de “Impeachment” por el Senado en un país amigo.
Por eso, el abandono de la delegación de Costa Rica en la ONU, encabezada por el Presidente de nuestro país, acompañado de países de dudoso comportamiento democrático; cuando el Presidente de Brasil se disponía a dar su mensaje a la Asamblea General; es un acto improcedente e inconsistente con nuestra tradición diplomática.
“El Presidente de la República, como Jefe de Estado, debe actuar de conformidad con los principios aplicables del Derecho Internacional. En lo personal, cada persona es libre de manifestar su opinión, repulsión o apoyo a determinados gobiernos. Como representante máximo del Estado, esa manifestación debe atenerse a los principios señalados y actuar en consecuencia”, recalcó bien un comunicado del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) la semana pasada.
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