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Fútbol S.A.

Alvaro Madrigal cuyameltica@yahoo.com | Jueves 30 junio, 2011



De cal y de arena
Fútbol S.A.

El fútbol es la otra opiácea que tiene secuestrada la capacidad de reacción de la enorme hinchada que sigue, aquí y allá, este deporte. Me refiero al fútbol mercantil, al “Fútbol S.A.” que rebasa los límites de una noble actividad deportiva para transformarla en un ejercicio que tiene como origen y razón de ser, el lucro.
Ese fútbol tiene su sanctasanctórum en la FIFA, que para desdicha de la humanidad se ha distanciado de los fundamentos que le dieron origen para convertirse en la cornucopia de privilegios, ventajas y gollerías de quienes la controlan.
Vive sumida en conciliábulos que se arman para disponer a su antojo de las fabulosas masas de dinero que genera, gracias a las multitudes que se apasionan candorosamente por el balompié. Dispone de tanto poder seductor, de tanta influencia y de tantos denarios que le resulta fácil que el mundo eche al olvido (o disimule) sus vicios y corruptelas.
De vez en cuando revientan sus escándalos, pero las armas que posee garantizan su pronto entierro. Como ha ocurrido recientemente con las inmoralidades que rodearon la trama para asignar las próximas sedes de los campeonatos mundiales y para asegurar la ocupación de los mullidos sillones donde la FIFA hace saborear sus placeres y deleites.
Como está establecido, pusieron a renunciar al jerarca de la CONCACAF e hicieron las del gato con el asunto, sencillamente archivando el expediente y declarando la primacía del principio de inocencia en razón de que a tal señor no se le probó nada.
¡Y cómo, si ni siquiera se abrió el proceso! Así es el “Fútbol S.A.”. El mundo entero lo sabe, habla de esto y punto. No hay capacidad de reacción y todo sigue igual.
En Costa Rica también. Los fracasos se repiten. Las críticas brotan a borbollones. Las imputaciones van de un lado a otro. La cúpula del fútbol se le discute la autoridad. Inversionistas que introducen insanas reglas de juego. Licencias que se mercadean al arbitrio. Puntos que se regalan en función de conveniencias. Exclusiones que se ordenan según calenturas. Para quienes no asistimos a estadios ni tenemos oncena favorita, los que nos informamos con los mejores críticos (que los hay) y leemos, oímos y vemos los espacios deportivos, es todo un misterio el por qué aquí tampoco cambia nada. Se escucha que en su mayoría los futbolistas son malos, sin los elementales conocimientos y sin fogueos y picardía. Ante tan repetidos fracasos, nos enrostran que no pueden exigirse peras al olmo. ¿Y cómo, ante tanto despelote, no surge un movimiento de fuerza que limpie la cancha? A quienes seguimos el fútbol desde afuera nos resulta, además, inexplicable que un deporte tan popular y arraigado no haya provocado en las masas hastiadas un movimiento capaz de reclamar y presionar el reacomodo radical de las cosas necesario para recuperar las cimas de otros tiempos. Esta impotencia para pasar de la crítica a la acción, ¿no será resultante del efecto opiáceo de una versión criolla del “Fútbol S.A.”?. Sí, los fracasos han dejado en el ridículo al equipo nacional, relegado por el fútbol de otros vecinos que siempre vimos de reojo. ¿Y qué?. ¿Por qué nada cambia?. El efecto opiáceo está causando estragos: ahora la atención se devuelve al campeonato de aldea en el que participan una decena de equipos malos y otros dos menos malos. Pero la afición vuelve a bizquear y por enfocar el árbol deja de contemplar el bosque.

Alvaro Madrigal

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