Fuerza Pública, PANI y Power Rangers
| Jueves 15 enero, 2009
Fuerza Pública, PANI y Power Rangers
A finales de la década de los 80, nos tocó hacer un trabajo de campo, bajo el alero de la acción social con arreglo a valores y de acuerdo a la moral de la responsabilidad, en el albergue del Club de Leones en el barrio La California. Bajo el auspicio de este ente privado, FUNDANA dirigía lo concerniente a la protección de los y las menores en riesgo. También pretendíamos servirles de puente, para el fin más loable, el poder integrarse productivamente a la sociedad, que los tenía como excluidos.
La Fundación era contratada por el Patronato Nacional de la Infancia. Gozamos del apoyo de las autoridades y la libertad de pensamiento y expresión siempre fueron reconocidas y respetadas. En algunas circunstancias, la investigación y las ciencias sociales, servían para la formulación de lineamientos. Trabajamos en equipo multidisciplinario, con un marco conceptual que, lástima, adolecía de claridad.
Sin embargo, siempre logramos contener los conatos de violencia que se presentaron, en asocio con las tías. El suscrito sociólogo les llegaba con una sola mirada y así nos trasladábamos por diversos lugares y centros de deporte, cultura y recreación, a compartir con la gente en diversos ambientes, para que asimismo interactuaran con sus iguales, de otros estratos sociales.
La piscina de la Clínica Carlos Durán, era uno de los escenarios que dominábamos a cabalidad, y un espacio para el ejercicio de la libertad y la práctica de los derechos humanos. La muchachada se superaba, compartiendo en armonía la vivencia artística, el deporte y la naturaleza, el aire libre.
En aquella época, el Msc. Mario Víquez, no se dejó apantallar por la actitud conservadora de un sector pro Opus Dei, dentro de la junta directiva, que discrepaba de nuestro estilo de liderazgo, del carisma que nos acompañaba en la gestión y por los resultados del buen humor y la vivencia de la cultura popular. Estas damas preferían los albergues de monjitas, que por ejemplo, ponían a rezar a las muchachas que habían sido explotadas sexualmente, sin ningún criterio técnico.
Don Mario nos mandaba sus alumnos de la universidad, para que hicieran trabajos sobre los alcances de este taller de expresión total.
Por cierto, siempre consideramos que era adecuado plantear límites a la juventud, pues se veían demasiado atraídos por programas televisivos con un alto contenido de violencia, tales como los Power Rangers, que se trasmitía a las cinco de la tarde. Les cambiábamos el canal, aunque reclamaran, dándoles explicaciones, cuando estábamos a cargo. O sea, metíamos el bisturí, con una novedosa estrategia de intervención en la realidad social. Nuestro trabajo se ejecutaba partiendo de una visión comprensiva y holística, centrada en la salud mental y el mejoramiento de la calidad de vida. Todo esto en vista de que satisfacíamos las necesidades espirituales objetivas y facilitábamos el encuentro de sus emociones más sentidas. Nos identificábamos plenamente y formábamos parte de un imperativo ético-colectivo.
Además, todo mundo se iba a la cama a las diez de la noche. Implantamos una correcta disciplina, con un enfoque en el eje de la participación social y la conciencia lúdica, que solo parabienes nos trajo. Las normas se respetaban y las energías se canalizaban, de una buena manera. El control social se implementaba espontáneamente, con la aquiescencia de los y las menores, con la puesta en funcionamiento de un haz de mecanismos informales, en cuenta el saber a qué atenerse por el lado de ellos (as). O sea, estábamos ampliamente organizados.
Cuesta aceptar lo sucedido en el Albergue de los Garita, por una mala comunicación. La guardia actuó, cuando la cosa se le había ido de las manos a los encargados (as). Requieren de capacitación, para saber conducirse en condiciones adversas, poner orden sin el uso de la fuerza física. Recordemos, que estamos hartos de tanta violencia en las calles y esta juventud desconoce otra respuesta, frente a lo que consideran es una injusticia.
Por cierto, en las Fiestas Populares de Zapote 2008, nos tocó observar un retén a los transeúntes, por parte de la Fuerza Pública, dirigido a quienes caminaban hacia el espacio ferial. Nos pareció falto de sentido, tanto por la hora como por la forma. Ibamos saliendo, por el bar La Caribeña, por ahí de las ocho de la noche, cuando nos lo topamos.
Habría sido más inteligente tener personas apostadas a los cien metros del sitio del despliegue, para observar el comportamiento del conglomerado, para percatarse si en razón de la presencia policial, alguien ponía pies en polvorosa. Entonces detenerlo, por su actitud sospechosa, para coronar la misión.
Semejante actividad terminó en una requisa superficial, solo para que la policía se dejara sentir. Cualquier arma o eventualmente drogas, ya estaban adentro o nunca fueron detectadas. ¿En qué quedamos con la prevención si ahora es la Fuerza Pública la que “percibe” cosas fuera de la realidad o distorsiona el libre fluir de la gente, a “puro tarro”, un mero ruido, sin ton ni son?
Fernando Coto Martén
A finales de la década de los 80, nos tocó hacer un trabajo de campo, bajo el alero de la acción social con arreglo a valores y de acuerdo a la moral de la responsabilidad, en el albergue del Club de Leones en el barrio La California. Bajo el auspicio de este ente privado, FUNDANA dirigía lo concerniente a la protección de los y las menores en riesgo. También pretendíamos servirles de puente, para el fin más loable, el poder integrarse productivamente a la sociedad, que los tenía como excluidos.
La Fundación era contratada por el Patronato Nacional de la Infancia. Gozamos del apoyo de las autoridades y la libertad de pensamiento y expresión siempre fueron reconocidas y respetadas. En algunas circunstancias, la investigación y las ciencias sociales, servían para la formulación de lineamientos. Trabajamos en equipo multidisciplinario, con un marco conceptual que, lástima, adolecía de claridad.
Sin embargo, siempre logramos contener los conatos de violencia que se presentaron, en asocio con las tías. El suscrito sociólogo les llegaba con una sola mirada y así nos trasladábamos por diversos lugares y centros de deporte, cultura y recreación, a compartir con la gente en diversos ambientes, para que asimismo interactuaran con sus iguales, de otros estratos sociales.
La piscina de la Clínica Carlos Durán, era uno de los escenarios que dominábamos a cabalidad, y un espacio para el ejercicio de la libertad y la práctica de los derechos humanos. La muchachada se superaba, compartiendo en armonía la vivencia artística, el deporte y la naturaleza, el aire libre.
En aquella época, el Msc. Mario Víquez, no se dejó apantallar por la actitud conservadora de un sector pro Opus Dei, dentro de la junta directiva, que discrepaba de nuestro estilo de liderazgo, del carisma que nos acompañaba en la gestión y por los resultados del buen humor y la vivencia de la cultura popular. Estas damas preferían los albergues de monjitas, que por ejemplo, ponían a rezar a las muchachas que habían sido explotadas sexualmente, sin ningún criterio técnico.
Don Mario nos mandaba sus alumnos de la universidad, para que hicieran trabajos sobre los alcances de este taller de expresión total.
Por cierto, siempre consideramos que era adecuado plantear límites a la juventud, pues se veían demasiado atraídos por programas televisivos con un alto contenido de violencia, tales como los Power Rangers, que se trasmitía a las cinco de la tarde. Les cambiábamos el canal, aunque reclamaran, dándoles explicaciones, cuando estábamos a cargo. O sea, metíamos el bisturí, con una novedosa estrategia de intervención en la realidad social. Nuestro trabajo se ejecutaba partiendo de una visión comprensiva y holística, centrada en la salud mental y el mejoramiento de la calidad de vida. Todo esto en vista de que satisfacíamos las necesidades espirituales objetivas y facilitábamos el encuentro de sus emociones más sentidas. Nos identificábamos plenamente y formábamos parte de un imperativo ético-colectivo.
Además, todo mundo se iba a la cama a las diez de la noche. Implantamos una correcta disciplina, con un enfoque en el eje de la participación social y la conciencia lúdica, que solo parabienes nos trajo. Las normas se respetaban y las energías se canalizaban, de una buena manera. El control social se implementaba espontáneamente, con la aquiescencia de los y las menores, con la puesta en funcionamiento de un haz de mecanismos informales, en cuenta el saber a qué atenerse por el lado de ellos (as). O sea, estábamos ampliamente organizados.
Cuesta aceptar lo sucedido en el Albergue de los Garita, por una mala comunicación. La guardia actuó, cuando la cosa se le había ido de las manos a los encargados (as). Requieren de capacitación, para saber conducirse en condiciones adversas, poner orden sin el uso de la fuerza física. Recordemos, que estamos hartos de tanta violencia en las calles y esta juventud desconoce otra respuesta, frente a lo que consideran es una injusticia.
Por cierto, en las Fiestas Populares de Zapote 2008, nos tocó observar un retén a los transeúntes, por parte de la Fuerza Pública, dirigido a quienes caminaban hacia el espacio ferial. Nos pareció falto de sentido, tanto por la hora como por la forma. Ibamos saliendo, por el bar La Caribeña, por ahí de las ocho de la noche, cuando nos lo topamos.
Habría sido más inteligente tener personas apostadas a los cien metros del sitio del despliegue, para observar el comportamiento del conglomerado, para percatarse si en razón de la presencia policial, alguien ponía pies en polvorosa. Entonces detenerlo, por su actitud sospechosa, para coronar la misión.
Semejante actividad terminó en una requisa superficial, solo para que la policía se dejara sentir. Cualquier arma o eventualmente drogas, ya estaban adentro o nunca fueron detectadas. ¿En qué quedamos con la prevención si ahora es la Fuerza Pública la que “percibe” cosas fuera de la realidad o distorsiona el libre fluir de la gente, a “puro tarro”, un mero ruido, sin ton ni son?
Fernando Coto Martén