Fiestas ¿eran las de antes
Leopoldo Barrionuevo leopoldo@amnet.co.cr | Sábado 08 enero, 2011
ELOGIOS
Fiestas ¿eran las de antes…?
No voy a quejarme porque los jóvenes de ahora sean distintos a nosotros y porque el sentido de la familia se fue perdiendo, al igual que el de patria y me parece ridículo hacer comparaciones entre el machismo de entonces y el reinado en la tierra de nadie que es el hoy.
Me parecen rígidos los esquemas de los abuelos burgueses con su segunda casa que era aceptada por todos porque “de eso no se hablaba” y la sumatoria de hijos extramatrimoniales que se reconocían con mayor asiduidad que los errores de hoy, como lo cantan les Luthiers cuando expresan que “a cualquiera se le escapa un hijo”.
Nosotros proveníamos de familias de inmigrantes pobres que hicieron al país en busca no de la riqueza, sino de la dignidad no siempre alcanzada. Se vivía entonces demasiado lejos del lugar de origen y había que hacerse ricos para ir de paseo en barco de tercera clase para “fare la América y tornare” porque la América no la hacías nunca y el retorno era poco menos que imposible, además de la prole que era tu única riqueza y eras proletario por eso mismo: tus bienes eran tus hijos.
Quién no soñaba con “’M’ijo, el dotor” el que te daba la dignidad después de trabajar como entonces, doce horas diarias incluido los sábados con extras y rebusques para los mínimos lujos de una sociedad sin consumo, con el solo entretenimiento del baile dominguero después del fútbol que no siempre se escuchaba por radio, porque televisión no había y el cine era para los miércoles cuando la escasa gente que asistía encontraba las entradas a 10 y 20 centavos, pero ¿quién los tenía, a quién le sobraban?
Lo curioso era que la gente no se quejaba mientras contara con casa, comida y ropa heredada de los mayores, gastada, zurcida, remendada y repetitiva hasta el hartazgo. Los taxis eran colectivos, llevaban gente en una dirección y en los tranvías debías ser equilibrista para colgarte de las manijas de bronce de las que no podías soltarte. La gente no salía por las mañanas a trotar y hacer airobics: caminabas hasta que de la media suela clavada asomaba la media que escondías tras un recorte de cartón que se evaporaba cuando llovía en trocitos que ibas dejando como las huellas de Pulgarcito.
La familia era una sola unidad y las Nochebuenas eran portentosas, aunque solo se brindara con sidra de manzana y porque era la noche del niño Dios y no teníamos la más remota idea de la existencia de ese viejo de barba blanca que llegaba en trineo sobre la nieve y que inventó la Coca-Cola en los 30 porque no teníamos la menor idea de que existiera esa bebida, con granadina y soda nos arreglábamos. De igual modo no teníamos idea de lo que era un trineo y jamás habíamos visto la nieve.
Pero estábamos juntos, al lado de un pinche arbolito y un pesebre, como debió ser el escenario en el cual nació Jesús de Nazareth. Nadie podía irse antes de la medianoche y no existían las excusas: tampoco podías venir acompañado de alguien de tus simpatías porque eso significaba que no tenía familia y lo que es peor: era un desconocido/a porque no había existido pedido de mano previo.
Para el 31 había libertad para invitar novios o amigas y se sacaban las sillas a la vereda, cerrando la entrada a la calle con sendos camiones mientras el baile nacía al son de dos radios grandotas que operaban de vereda a vereda como algo que después se llamó estéreo.
Los regalos eran modestos y parejos para no ostentar y los buenos, cuando uno podía (como la bicicleta o la pelota número 5) se dejaban para los zapatos que se dejaban afuera en la Noche de Reyes del 5 de enero
Hoy no pasa eso: la Navidad perdió la figura de Dios, la familia además de ser escasa se distribuye en varios sectores donde hay diversos padres, madres hermanos que no se aceptan ni se quieren como es obvio y el Año Nuevo sirve para que los hijos vayan al mar para un renacer marítimo y los Reyes están de capa caída o bien perdieron el valor como los de las barajas españolas.
Si me quedaran lágrimas les juro que me pondría a llorar, pero la vida es una milonga que continúa y hay que saber bailarla.
Leopoldo Barrionuevo
leopoldo@amnet.co.cr
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