Entre nos
Vilma Ibarra vilma.ibarra@gmail.com | Miércoles 10 marzo, 2010
Hablando Claro
Entre nos
Algunos de los trillados asuntos de nuestra cotidianidad —sea tal vez porque resultan tan obvios— no hacen sino profundizar esa convicción de que los males que nos aquejan nos suceden por “culpa de otros”. Por ejemplo, el vía crucis de tramitación, aprobación, posposición, puesta en práctica, modificación y resolución final (algún día) de la Ley de Tránsito, es un nítido espejo en el que no quisiéramos vernos. Es más fácil decir que es culpa de un congreso incompetente (lo cual por supuesto no deja de ser cierto) que tras cuatro años de aprendizaje se mueve con impresionante impericia promulgando una legislación que, en su conjunto, ya nadie sabe qué contiene y qué no y que, en definitiva, conlleva un alto grado de inseguridad jurídica, dado que es imposible para las autoridades del MOPT reglamentar una ley que al mismo tiempo que está vigente, es objeto de inacabables modificaciones y hasta de ocurrencias. Sí, la Ley de Tránsito es un monumento a la mediocridad. Y refleja en toda su magnitud mucho de lo que somos y de lo que carecemos: indisciplinados, poco estudiosos, faltos de seriedad. Sí, como los diputados. Porque el punto es que estos diputados que están a punto de terminar sus tareas el mes entrante, tanto como los nuevos que empiezan el 1° de mayo son todos, absolutamente todos, made in Costa Rica.
Si no me creen, díganme cómo se podría explicar que 400 mil costarricenses tengan la licencia vencida y muchos hayan corrido hasta Guápiles o Liberia para renovar el ahora valuado documento, o hayan debido hacer larguísimas horas de espera para entrar a las oficinas centrales de COSEVI o hayan terminado por pagar los ¢20 mil por el espacio que un pobre desempleado apartó toda la noche para vender (barato, por cierto, si se considera el costo de la multa).
Por supuesto, que somos más los que cumplimos con los requisitos que aquellos que tienen mil malas excusas para no hacerlo (¡Válgame Dios si fuera lo contrario!). Pero eso no es ningún consuelo. De lo que se trata es de poner frente al espejo social esa propensión tan nuestra al incumplimiento, al porta mí… al no tuve tiempo… al cumpla usted que yo no puedo.
Claro que finalmente todo este zipizape nos podría lleva a la conclusión de que ni todos incumplimos ni todos observamos al 100% las reglas establecidas (me refiero a las coherentes, razonables y posibles de cumplir, no a los adefesios).
He aquí que ciertamente las generalizaciones son tan odiosas como dañinas porque siempre hay gente seria, trabajadora y estudiosa. Sí, también entre los diputados. Lo que pasa es que al sopesar las consecuencias de ciertos actos legislativos tristemente la generalización del señalamiento y la crítica ácida es imposible de evitar. Sobre todo cuando dos patricios se empeñan en dar espectáculos tan apetecibles para las cámaras y los cotilleos. Tan imposible como resulta para muchos no ver a los 400 mil irresponsables como pobrecitos porque no tuvieron tiempo de hacer la gestión cuando era debido.
Para aceptar estos malos tragos de nuestra realidad, los legisladores decidieron que una copa más podría ayudarnos a ahogar la pena…
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