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COLUMNISTAS


En medio del empobrecimiento compartamos lo mucho que tenemos

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 27 julio, 2020


Ciertamente la casa esta incendiándose. Pero igualmente cierto es que tenemos recursos, capacidades, conocimientos y valores con los cuales podremos sacar de la casa a las personas más necesitadas de ayuda, podremos salvar muchos de nuestros bienes, podremos apagar el fuego, y reconstruir la casa con planos que la adapten mejor a las necesidades del momento y futuras, y a las posibilidades actuales.

No es la primera, y por desgracia posiblemente tampoco sea la última vez que la patria sea sometida a muy duras pruebas. Y aunque es muy grave la crisis de salud, económica, social, que sufrimos, no parece ser la peor que Costa Rica haya superado. Además, tenemos medios mucho mejores para lograrlo.

Pensemos en dos muy graves epidemias que nos azotaron en nuestra historia republicana y comparemos los recursos de que dispusieron nuestros antepasados, para tomar ánimo de su ejemplo y superar esta muy dura prueba con optimismo, aprendiendo de nuestros valerosos ancestros.

En 1856 los habitantes de Costa Rica no serían más de unos 100.000. El analfabetismo era la muy generalizada norma. Menos del 14% de los niños asistían a la escuela primaria. El país ya recibía los frutos de su temprana aventura con el café en el comercio internacional, pero sus habitantes eran pobres de solemnidad. Con esas terribles limitaciones pudieron armar un ejército, concitar el apoyo y ejercer el liderazgo entre los países centroamericanos que eran más poderosos, vencer al filibustero y reponerse del cólera que mató la décima parte de su población. ¡Cómo si ahora muriesen del COVID-19 más de medio millón de habitantes y estuviéramos en guerra!

Hace cien años, en 1920 la influenza española quitó la vida a 2.300 habitantes, incluyendo al hijo del Presidente don Julio Acosta. La matrícula bruta en primaria apenas cubría un poco más de la mitad de los niños y niñas de edad escolar, solo había 5 colegios de secundaria en todo el país, con una matrícula de 0,6% de los jóvenes de 13 a 17 años.

La población del país ese año era de 468.373 habitantes. Esa proporción de defunciones significaría respecto a la población actual alrededor de 24.700 muertos, que es una cifra ligeramente superior al TOTAL de defunciones del año pasado 2019.

Y esa pandemia se produjo después de que por los efectos de la I Guerra Mundial sobre las exportaciones los ingresos del gobierno de 1913 a 1915 habían caído en un 34% (la pérdida de ingresos estimada para este año es de un 22%) y luego habían seguido en 1917-1919 los enfrentamientos con el gobierno de Tinoco.

Es cierto que la casa se está incendiando. Que nos agotamos tratando de salvar a las personas afectadas por el fuego llamado COVID-19 y que perderemos mucho de lo alcanzado con grandes esfuerzos desplegados durante muchos años. Que estamos ya empobrecidos por el incendio y que más lo estaremos cuando llegue la hora de la reconstrucción (El Gran Reinicio).

Pero es igualmente cierto que contamos con maravillosos recursos para resolver estas graves dificultades, que con justicia nos parecen casi insuperables.

En primer lugar, La Solución Costarricense: nuestra admirable capacidad histórica de prever las soluciones que el futuro demanda y de unirnos para concretarlas.

En segundo lugar, el progreso alcanzado, que es por supuesto insuficiente, pero también admirable.

La pobreza extrema medida por el Banco Mundial golpeaba al 24,7 % de nuestra población, en 1981 (primer año de esa serie) . El dato más reciente, en 2015 solo afecta al 1,5 %. El PIB per cápita a precios constantes internacionalizados de 2011 ha pasado de $9.550 en 1981 a $19642 en 2019, con un incremento de 105%, mientras en ese período el mundo creció su PIB per cápita 75,5%. La escolaridad bruta desde 1981 ha aumentado en secundaria en casi un 50% y en universitaria en más de un 50%. La expectativa de vida ha pasado de 72,7 años a 80,1 y la mortalidad infantil ha bajado de 18,7 por mil nacimientos a 8,4.

Y ni que decir de los progresos cualitativos que hemos alcanzado buena parte de los costarricenses (lamentablemente no todos) en los medios con que contamos para entretenernos, trabajar, informarnos, alimentarnos y ejercer nuestros derechos humanos.

En tercer lugar, las experiencias vividas, el conocimiento adquirido y la mayor consciencia sobre las consecuencias de nuestros actos.

En cuarto lugar, las posibilidades de cooperación internacional. Hace cien años no existían las instituciones internacionales que surgieron después de la II Guerra Mundial.

Nada de eso hace menos dolorosa la crisis que estamos viviendo con la casa incendiándose, ni menos graves las posibles consecuencias económicas, sociales y políticas del incendio, ni menos temibles las consecuencias si no logramos salvar más vidas y bienes de la conflagración.

Nada de esto hace menos necesarios el coraje y la sabiduría para diseñar la nueva construcción de manera que permita un crecimiento acelerado, equitativo, eficiente y compartido.

Pero todo esto nos debe dar ánimo y positivismo para vencer el incendio. Debe darnos visión y previsión para hacerlo bien. Debe fortalecer nuestra unidad para no majarnos las mangueras que combaten el fuego, para asumir sin temor las responsabilidades de dirección que nos correspondan, para no obstaculizar por prejuicio o intereses electoreros la reconstrucción.

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