El milenio de las mujeres y la igualdad pendiente
Rodolfo Piza | Miércoles 18 noviembre, 2015

Asignaría el título de revolución más profunda de la historia al reconocimiento y a la incorporación de la mujer a la vida social, económica y política
El milenio de las mujeres y la igualdad pendiente
Antes y al principio de la historia, el trayecto humano se medía en eras: la de la piedra, la del bronce, la del hierro, etc. Luego, aparecieron las edades: la antigua, la media, la moderna (renacimiento), la contemporánea (revolución industrial, las revoluciones liberales) y la actual (la energía atómica, la era espacial, la computadora, el internet, etc.).
Esas etapas cambiaron el devenir histórico, pero, puesto a decidir, asignaría el título de revolución más profunda de la historia al reconocimiento y a la incorporación de la mujer a la vida social, económica y política. En apenas unas décadas, reconocimos por fin derechos “iguales” a la mitad del género humano.
Iniciamos, pues, el milenio de las mujeres (el siglo XX lo adelantó, pero no lo vivió en toda su dimensión). Y ello, por supuesto, provoca impactos insospechados sobre nuestra forma de interactuar y de entender el mundo. No es fácil para ninguno (ni para ellas, ni para nosotros).
Las mujeres no solo son más guapas (digo por lo que me toca), sino que nos superan en todo lo que importa: son más saludables (viven cinco o seis años más que nosotros), son menos violentas (matan mucho menos y no llegan al 20% de las víctimas totales), se suicidan menos (en Costa Rica, seis veces menos), son más honradas (menos del 20% de las personas detenidas son mujeres). Son menos viciosas (hay mucho más hombres drogodependientes), más ordenadas (¿han comparado —todavía hoy— los cuadernos de los muchachos y de las muchachas de secundaria?). Desertan menos y se gradúan más en la secundaria y en la universidad. Son más prácticas, más enfocadas.
Pero es verdad que, todavía, ganan menos que nosotros y no tienen los mismos porcentajes de participación en los puestos de relevancia económica o política.
¿Qué hacer, entonces, para alcanzar mayor igualdad real?: 1) eliminar todas las trabas, clasificaciones y discriminaciones consignadas o avaladas por las normas jurídicas.
La igualdad de derechos, aunque se la acuse de formal, es más “real” que algunas medidas de “igualdad material”.
2) Si no fuera suficiente, es posible establecer medidas no discriminatorias que les permitan —de hecho— avanzar a los grupos más desfavorecidos históricamente, atacando las causas de la discriminación fáctica (salud o educación, por ejemplo).
3) También podrían admitirse medidas de apoyo especial (acciones afirmativas) para todos los discriminados, sin importar su sexo (vivienda, guarderías, etc.).
4) Cuando esas medidas sean claramente insuficientes, podrían admitirse mecanismos más radicales, como la imposición de “cuotas”.
El establecimiento de estas, sin embargo, atiende el problema de la discriminación fáctica en sus consecuencias y no en sus causas. Puede lograr la meta: mayor porcentaje de diputadas, por ejemplo, pero tiende a evadir los problemas en su raíz, al ocultar las causas que provocan una menor participación y representación de mujeres.
Al obviar esas causas, tiende a provocar su desatención. Tan importante o más que la “paridad”, es lograr que las mujeres se “empoderen”. Esa es la tarea pendiente en nuestros partidos y en nuestras instituciones.
Rodolfo E. Piza Rocafort
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