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El trágico fin de Manuel Azaña, el último presidente de la República española, y por qué fue enterrado con una bandera de México

Pablo Esparza - Especial para BBC News Mundo | Sábado 07 noviembre, 2020


Manuel Azaña
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Perseguido por agentes franquistas y vigilado por la Gestapo, Manuel Azaña, el último presidente de la II República Española pasó sus últimos días protegido por la legación de México en Francia.

En torno a las 11 de la mañana del 5 de noviembre de 1940, un cortejo fúnebre con cientos de refugiados republicanos españoles recorrió las calles de la pequeña ciudad francesa de Montauban.

Al frente, los principales miembros de la legación diplomática mexicana ante el régimen colaboracionista de Vichy, como se llama informalmente al régimen político instaurado por el mariscal Philippe Pétain simpatizante del nazismo.

Bajo la atenta mirada de las fuerzas de seguridad, el féretro de Manuel Azaña, último presidente de la II República española, llegó al cementerio en el cual sus restos reposan desde hace 80 años. Lo cubría una bandera de México.

El exmandatario había fallecido dos días antes en el modesto Hôtel du Midi, donde, muy debilitado y perseguido por agentes franquistas y la Gestapo, había pasado sus últimas semanas con vida.

¿Cómo llegó uno de los símbolos más reconocibles de la República Española a ser enterrado bajo enseña mexicana en suelo francés? Y, ¿qué papel representó el país latinoamericano en aquellos acontecimientos?

Un presidente en el exilio

Manuel Azaña había cruzado la frontera francesa a pie el 5 de febrero de 1939.

Lo acompañaban su mujer, Dolores de Rivas Cherif, y parte de su familia, incluido su cuñado y colaborador cercano Cipriano de Rivas Cherif, y otros miembros del gobierno español.

La Guerra Civil española, desencadenada como consecuencia del golpe de Estado del general Francisco Franco del 17 y 18 de julio de 1936, libraba sus últimas batallas.

El antiguo Hôtel du Midi donde Azaña vivió sus últimos días.
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El antiguo Hôtel du Midi donde Azaña vivió sus últimos días.

Cataluña había caído y el propio Azaña consideraba que alargar la contienda carecía de sentido.

Pocos días después, el 27 de febrero del 39, Gran Bretaña y Francia reconocieron oficialmente al gobierno franquista.

Azaña, que había sido presidente desde la victoria electoral del Frente Popular en 1936 y durante los tres años que duró el conflicto, presentó su dimisión.

Un político singular

Terminaba así -ya en el exilio y con un país aún en guerra- la carrera política de una de las personalidades más singulares de la España del siglo XX.

"De la figura de Azaña destacaría dos aspectos fundamentales. Primero, su altura como intelectual. Llegó al poder en la madurez y tenía una sólida formación jurídica e histórica", explica Ángeles Egido, catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad Nacional de Educación a Distancia de España.

"Conocía perfectamente el francés y el inglés y había obtenido el Premio Nacional de Literatura en 1926. Fue uno de los pocos políticos a los que se les puede considerar estadista: cuando llegó al poder tenía un proyecto de Estado en la cabeza", indica la experta.

"Se suele decir que la República fracasó, pero la República no fracasó. La República había ganado las elecciones de febrero del 36, había un gobierno legítimo, elegido libre y democráticamente. Lo que fracasó fue el golpe de Estado de 1936. Si hubiera triunfado, no se habría desencadenado una guerra civil", agrega la historiadora, curadora de la exposición 'Azaña: intelectual y estadista: a 80 años de su fallecimiento en el exilio'", que se inaugurará el 17 de diciembre en la Biblioteca Nacional de España de Madrid.

Accidentado periplo

Una vez fuera de España, el ya expresidente y su familia emprendieron un periplo por suelo francés que se alargó durante más de año y medio y estuvo condicionado por el inicio de la II Guerra Mundial y la invasión alemana de Francia en la primavera de 1940.

hotel du Midi
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La carrera política de una de las personalidades más singulares de la España del siglo XX terminó en el exilio.

Tras un breve paso por una pequeña localidad junto a la frontera Suiza, Azaña se trasladó a Pyla-sur-Mer, en la costa atlántica, a unos 60 kilómetros de Burdeos.

Pero ante el avance del ejército alemán, las autoridades francesas le recomiendaron que se trasladara a la zona no ocupada.

Sin rumbo concreto, el exmandatario y su mujer abandonan la Pyla-sur-Mer en ambulancia y luego de dos noches en Périgueux, el 25 de junio llegan a Montauban, donde son acogidos por un grupo de refugiados españoles.

Tumba de Manuel Azaña en Montauban
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Los restos del último presidente de la II República española reposan en el cementerio de Mantauban.

Agentes franquistas y la Gestapo

"Ahí empieza su decadencia física, que va casi en paralelo al desencadenamiento de la II Guerra Mundial. La policía francesa y española le iban pisando los talones", apunta Egido.

"Había dos personas muy interesadas en convertirlo en una especie de trofeo de guerra, llevarlo a Madrid y exhibirlo como culpable de todo lo que había ocurrido: José Félix de Lequerica, el embajador español, que ha pasado a la historia por su celo a la hora de perseguir a los republicanos españoles, y Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y filonazi".

"Hubo varios intentos de secuestrar a Azaña. No llegaron a buen término porque Azaña falleció", señala la profesora.

Río Tarn
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Manuel Azaña había cruzado la frontera francesa a pie junto a su mujer, algunos familiares y otros miembros del gobierno el 5 de febrero de 1939.

Pocos días después de llegar a Montauban, Azaña recibió la noticia del saqueo de la villa de Pyla donde se habían alojado y la detención de su cuñado Cipriano.

La intervención de México

Sin dinero y con la salud cada vez más quebrantada, la situación del expresidente era difícil.

"El aislamiento y el abandono de Azaña es un hecho patético pero evidente. La única potencia que se va a interesar por él será México", asegura Jean Pierre Amalric, catedrático emérito de historia de la Universidad de Toulouse-Jean Jaurès y presidente de la Association Présence de Manuel Azaña en Montauban.

México había sido uno de los pocos países que apoyaron abiertamente a la República española durante la guerra y nunca llegó a reconocer al general Franco.

La leyenda en la placa de la tumba de Azaña.
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La leyenda en una de las placas de la tumba de Azaña.

"El legado de México, Luis I. Rodríguez, organizará la ayuda a petición del presidente Lázaro Cárdenas. Rodríguez piensa que va a poder llevarse a Azaña y a su mujer, Lola, a su residencia en Vichy para tener tiempo de organizar después su expatriación a México", añade el historiador.

"Sin embargo, el prefecto de Montauban les dice que no pueden irse: están confinados a perpetuidad".

La "embajada" de Montauban

A la luz de las circunstancias, el embajador mexicano decidió alquilar unas habitaciones en el Hôtel du Midi, junto a la catedral de Montauban, donde Manuel Azaña residió desde el 15 de septiembre.

Tumba de Manuel Azaña en Montauban.
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Tumba de Manuel Azaña en Montauban.

Esas estancias, protegidas por personal de seguridad mexicano frente a posibles intentos de secuestro y sufragadas por la embajada de México, se convirtieron de hecho en una extensión de la representación diplomática ante el régimen de Vichy.

"La ayuda material quizá sea lo de menos. Para mí, el dato importante es la acción, la actitud, la forma en que se apoya a un país en una situación tan difícil. Sobre todo por lo que representaba Azaña para el mundo y para los republicanos españoles", destaca Alberto Enríquez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, en diálogo con BBC Mundo.

"México tuvo una actitud muy clara y sencilla con el gobierno republicano en 1936: defender a la República porque era un Estado constituido democráticamente", comenta el profesor.

"Durante la guerra, el gobierno de Azaña pedirá apoyo y se mandaron armas (...). Después habrá dos o tres detalles más, como el acogimiento de los niños refugiados españoles recibidos tanto en el puerto de Veracruz como en Ciudad de México y en Morelia y la llegada a México de miles de exiliados españoles a partir de 1938-39", cuenta.

Sus últimos días de vida

Azaña pasará en el Hôtel du Midi sus últimos 50 días. Su estado de salud empeoraba.

"Ya me ve. Tengo una cosa en el pulmón derecho, otra en el izquierdo, la vista, la boca... Estoy hecho una zambomba", le dijo el propio Azaña -citado por el historiador Santos Juliá- al dirigente socialista Rodolfo Llopis el 25 de septiembre del 40.

Pese a los repetidos intentos del embajador Rodríguez, las autoridades francesas se negaron al traslado del enfermo y rechazaron una posible salida del país.

Detalle de una placa en la tumba de Manuel Azaña
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Detalle de una placa en la tumba de Manuel Azaña.

La noche del 3 de noviembre, el expresidente yacía en su lecho de muerte, acompañado de su mujer y de algunos fieles, así como de miembros de la legación mexicana.

Al día siguiente, el embajador Rodríguez le envió un mensaje al presidente Cárdenas en el que le comunicaba que el exmandatario español había fallecido en "dependencia de la Legación (de) México en Montauban bajo el amparo de nuestra bandera".

Entierro

El entierro, organizado también por la embajada de México, tuvo lugar la mañana del día 5 de noviembre.

Temerosas de que el funeral pudiera convertirse en un acto político, las autoridades francesas prohibieron expresamente que la bandera republicana española cubriera su féretro.

"Lo cubrirá con orgullo la bandera de México. Para nosotros será un privilegio, para los republicanos, una esperanza y para ustedes, una dolorosa lección", le contestó el embajador Rodríguez al prefecto de Montauban, según relata en sus diarios de la época, editados por el Colegio de México en 2000.

Cientos de personas acompañaron al féretro hasta el cementerio, donde fue enterrado bajo una sencilla lápida en la que solo destacaban una cruz y un nombre: Manuel Azaña, 1880-1840.

En 2008 se añadió una escultura y, algo después, unas placas conmemorativas. En una de ellas se puede leer un recordatorio de las últimas palabras de Azaña "a sus compatriotas en guerra: paz, piedad, perdón".


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