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Del sufrimiento al éxtasis

Luis Fernado Rojas lrojas@larepublica.net | Lunes 12 julio, 2010




Del sufrimiento al éxtasis

Cientos de aficionados españoles; hijos de la madre patria, descendientes, amigos, acompañantes llenaron ayer la Casa España, ubicada en la Sabana, al final celebraron con locura la victoria de la Roja ante Holanda, que les dio el título mundial.
El final fue éxtasis, pero el “durante” fue sufrido. España jugaba mejor, pero no anotaba y el viejo dicho de que “el que perdona pierde” martillaba en el ánimo de aquellos que querían que su selección definiese ya.
Un uuuyyyyyy de espanto se oyó en la sala, cuando Arjen Robben no pudo definir ante Casillas, tremendo susto; un falso estallido de victoria, cuando todos creyeron que el árbitro había señalado un penal contra Xavi Hernández y ni hablar de los casi, casi, que se perdían en los lamentos, por una ocasión más fallada.
El alargue no cayó bien. Nadie quería la suerte de los penales y rogaban a San Iniesta que les hiciese el milagro y se los hizo. Mientras los saloneros pedían, con un lenguaje muy al estilo del mundial Bavarias “gol” (Gold) y otros degustaban lo último de las tortas españolas y de la paella, llegó la anotación de Andrés y desde entonces todo fue locura, y la celebración empezó para no terminar; la fiesta arrancó en grande y el grito de Campeones, Campeones lo abarcó todo.
Juanisca Carmona, con 74 años de edad y oriunda de Barcelona, casi no podía creer lo que estaba viviendo. “Me tuvieron que dar agua, es de las cosas más bellas que he sentido en mi vida. Me imagino cómo estará en estos momentos mi patria”.
José Alvarez, de 71 años de edad, quien nació en nuestro país pero es hijo de gallegos, dijo sentirse “inmensamente feliz” por ese triunfo que “nos costó mucho, pero lo logramos”. Agregó que fueron muchos años de espera, pero por fin pudo ver a España campeón y que sobre todo “lo más importante fue que se ganó bien este mundial”.
Afuera llovía a mares, el clima parecía holandés, pero adentro los españoles seguían la fiesta, todo era rojo y amarillo; no había otro color.

Luis Rojas
lrojas@larepublica.net






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