"Cambalache" y la realidad actual
| Martes 20 noviembre, 2007
“Cambalache” y la realidad actual
Cuando Enrique Santos Discépolo escribió “Cambalache”, estoy segura de que nunca pensó en la vigencia que tendría esta pieza, magistral por cierto, ayer y hoy en pleno siglo XXI.
Porque —bien lo reseña la letra de esa canción— muchos, entre el asombro y el bochorno, hemos visto a la cultura dando marcha atrás, amainada por la incultura y como lo dijese el maestro Alberto Cañas, cuando aún era liberacionista, el resultado de ello ha sido presenciar la más desordenada y contaminante invasión de la cancha, por parte de una gradería de sol virulenta y antiestética que se apropia de todo y de miles, transformando el entorno a su antojo.
Pero no es cuestión de un país o de una región: la vulgaridad se está utilizando como lenguaje universal, lamentablemente. Desde los tangos de Gardel, ahora interpretados a ritmo de salsa o de reggaetón, por “nuevas” luminarias del canto, que parecen escupir en el micrófono, hasta un moderno concepto de belleza, sexualidad e igualdad, que permite a todas las mujeres —esbeltas o rollizas, jóvenes o maduritas— exhibir sus carnes “buscando vender” y a los hombres ufanarse de las píldoras “para erecciones automáticas” todo indica que el mundo está pasando por momentos especialmente difíciles.
“...Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao...”
¿Dónde estarán los nobles gestos, la buena música, los artistas de vocación, el impresionismo, los oradores de verbo encendido, las tertulias, las reuniones de vecinos, las discusiones de altura, el romance, el cortejo, los valores del alma, las miradas de frente, las caminatas nocturnas sin secuestros ni “bajonazos”, los agradecimientos y las lealtades? En fin, la cordura...
Posiblemente encerrados en lo más profundo de una alcantarilla, donde fueron a parar cuando permitimos que afloraran, como si fuesen una gracia, los antivalores que caracterizan en estas épocas absurdas, nuestras relaciones humanas.
Por eso y con la finalidad de que al menos en blanco y negro, desde este breve espacio, quede patente mi más dolida protesta, vuelven a golpear en mi sien como un aguijón, las últimas líneas de “Cambalache”, esas acertadas palabras que la conciencia y el recuerdo de días mejores, me obligan a transcribir:
“¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y “La Mignón”,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...”
Adriana Núñez Artiles
Periodista
Cuando Enrique Santos Discépolo escribió “Cambalache”, estoy segura de que nunca pensó en la vigencia que tendría esta pieza, magistral por cierto, ayer y hoy en pleno siglo XXI.
Porque —bien lo reseña la letra de esa canción— muchos, entre el asombro y el bochorno, hemos visto a la cultura dando marcha atrás, amainada por la incultura y como lo dijese el maestro Alberto Cañas, cuando aún era liberacionista, el resultado de ello ha sido presenciar la más desordenada y contaminante invasión de la cancha, por parte de una gradería de sol virulenta y antiestética que se apropia de todo y de miles, transformando el entorno a su antojo.
Pero no es cuestión de un país o de una región: la vulgaridad se está utilizando como lenguaje universal, lamentablemente. Desde los tangos de Gardel, ahora interpretados a ritmo de salsa o de reggaetón, por “nuevas” luminarias del canto, que parecen escupir en el micrófono, hasta un moderno concepto de belleza, sexualidad e igualdad, que permite a todas las mujeres —esbeltas o rollizas, jóvenes o maduritas— exhibir sus carnes “buscando vender” y a los hombres ufanarse de las píldoras “para erecciones automáticas” todo indica que el mundo está pasando por momentos especialmente difíciles.
“...Vivimos revolcaos
en un merengue
y en un mismo lodo
todos manoseaos...
¡Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro,
generoso o estafador!
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro
que un gran profesor!
No hay aplazaos
ni escalafón,
los inmorales
nos han igualao...”
¿Dónde estarán los nobles gestos, la buena música, los artistas de vocación, el impresionismo, los oradores de verbo encendido, las tertulias, las reuniones de vecinos, las discusiones de altura, el romance, el cortejo, los valores del alma, las miradas de frente, las caminatas nocturnas sin secuestros ni “bajonazos”, los agradecimientos y las lealtades? En fin, la cordura...
Posiblemente encerrados en lo más profundo de una alcantarilla, donde fueron a parar cuando permitimos que afloraran, como si fuesen una gracia, los antivalores que caracterizan en estas épocas absurdas, nuestras relaciones humanas.
Por eso y con la finalidad de que al menos en blanco y negro, desde este breve espacio, quede patente mi más dolida protesta, vuelven a golpear en mi sien como un aguijón, las últimas líneas de “Cambalache”, esas acertadas palabras que la conciencia y el recuerdo de días mejores, me obligan a transcribir:
“¡Qué falta de respeto, qué atropello
a la razón!
¡Cualquiera es un señor!
¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco
y “La Mignón”,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia
contra un calefón...”
Adriana Núñez Artiles
Periodista