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¡Calda el último!

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 30 octubre, 2008


Vericuetos
¡Calda el último!

Tomás Nassar

(Calda: Acalorarlo, estimularlo para que haga algo. Diccionario de la RAE)
El título pareciera no tener mucho que ver con el contenido de esta melodramática y novelesca columna, pero es que la terminé tan deprimido (en realidad de otra manera impublicable) que decidí nombrarla como fuera. Consulté, eso sí, el Diccionario de la RAE para no caer en una herejía (dícese de palabra gravemente injuriosa), porque aunque “calda” es un término usual fue hoy cuando supe su significado. ¿Qué es un “guamazo”?
La novela transcurre así:
La gringuita de 20 años que asistía a la escuela de leyes de una universidad en Washington, decidió irse a un pequeño país tropical a mejorar su espanghish. A las dos semanas una pareja muy criolla, con todo desparpajo (facilidad en grado sumo) le robó hasta el modo de andar. And you know. Al día siguiente volaba de regreso a los Yunai, enviada a traer de urgencia por su mamá. No se ha vuelto a saber de ella ni ha vuelto a aparecer, ni en pintura, por ese paraje idílico de belleza singular.
Otra veinteañera de Michigan fue a ese mismo tórrido paisito diz que a pasar una temporada con similar propósito. Al atardecer de un día cualquiera, recién llegadita, fue asaltada en media calle por tres valientes hombrecitos armados con puñales. Para que no le falte, al día siguiente por la mañana al salir de su casa en un apacible vecindario VIP fue agredida por dos cordiales chicos avituallados de sendas pistolitas. Good bye nice country.
En otro capítulo, una gringuita vicepresidenta de una gran corporación con operaciones en ese soñado edén, viajaba junto con su marido del aeropuerto al hotel cuando fue cálidamente recibida por otro grupito de amables y simpáticos jovencitos y ambos cariñosamente sopapeados y desvalijados.
Con actores locales: cuatro estudiantes despojadas de celulares y otras pertenencias tomando un bus, un socio secuestrado por 12 horas y dulcemente saqueado, otra actriz y un joven actor bajados de sus carros, uno más apaleado por un grupo de amables enanitos cuando caminaba tranquilamente por un sereno y florido pueblo provincial y una joven señora, aterrorizada por cuatro rambitos que intentaban secuestrar a su vecino, no quiere salir de su casa porque, dice desconsolada, está harta de tener tanto miedo.
Esta es una producción nacional. Una tragicomedia en capítulos de la que todos nosotros somos de alguna manera protagonistas. La anterior secuencia corresponde al guion personal de alguien conocido por este escribidor. Copia casi al carbón de otras novelas en las que cada uno de ustedes habrá sido espectador o personaje.
Lo lindo de la historia es que los policías no cuidaban, los jueces no sancionaban, los congresistas no legislaban y a nadie parecía importarle, porque dicen, la culpa es de la sociedad que ha obligado a esos pobres inocentes a sobrevivir de cualquier manera… Que viva la pepa.
Y entonces pensé que la columna de hoy se podría llamar “Seguridad a lo chancho chingo”, “que no vuelvan las gringas”, “Manda la parada”, “no se va a agüe... uno”; pero como parece que el final del cuento será que los buenos abandonen el país, preferí titularla “Calda el último”.
Yo también estoy harto. ¿Y usted?

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