Identidad
Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Lunes 21 enero, 2013
Porque no hay nada mejor que ser. Uno mismo. Aceptándose y sin disfraces. No es fácil pero… se disfruta
Identidad
Incursionemos sobre la identidad. Desvariemos. Preguntémonos ¿qué es la identidad?
Una cédula que indica un nombre. Sí, desde los más comunes hasta los más extraños. Busque su nombre y apellido en Google, difícilmente será único.
¿Qué tanto un nombre influye en nuestra identidad? Poco y nada. Cuestión de azar, moda, culturas. ¿Hubiera yo sido distinta de llamarme Laura? No lo creo.
La morfología sí que nos determina. A ver: no es lo mismo ser muy alto, muy bajo o mediano. Y si a eso le sumamos el género, las cosas se complican. Ser mujer en Costa Rica y medir más de metro ochenta o ser hombre y estar por debajo del metro sesenta y cinco, condiciona la personalidad.
Sumémosle a la parte física, una nariz más grande de lo común, unos pechos que sobresalgan en una fémina, unas caderas poco comunes en un caballero, una delgadez o gordura notable en ambos sexos, una asimetría facial que sea considerada desagradable o bien una belleza excepcional. Todo lo físico determina.
No olvidemos la cultura. Ser tico no es una definición de identidad suficiente. Tenemos muchas diferencias. Podemos ser indígenas, negros, asiáticos, europeos o de otros orígenes; pertenecer a las más diversas religiones (judíos, cristianos, católicos, musulmanes, budistas, ateos o más); tener o no profesión (y nuevamente multiplique); vivir en un tugurio, en una mansión o pertenecer a cualquier punto social intermedio.
La escogencia sexual no puede dejarse de lado porque eso también nos define: ¿nos gustan los hombres, las mujeres, ambos?
Sin lugar a dudas la relación con nuestros padres construye la identidad. Hijos de parejas establecidas, de madres solteras, de padres amorosos, desconocidos o ausentes. Hijos amados y reconocidos o despreciados y olvidados. En cuanto a la relación con nuestros progenitores, Freud no construyó un camino erróneo.
Tener hermanos/as o no. Ser unigénitos, mayores, menores, estar en algún lugar del espacio fraternal, nos define.
Después, el ser padres o madres continúa dándonos pistas de quiénes somos.
Antes de todo eso, de la cultura, de la familia, de la historia, de la morfología, llegamos al mundo con algo, que sin duda tiene que ver con lo genético, pero que nos identifica como únicos: la personalidad. Puede que el entorno intente modificarla pero no se puede cambiar por completo. Al nacer somos lo que somos. El desarrollo de ese germen depende de demasiados factores.
¿Es válido construir un personaje? ¿Inventar alguien que no somos? ¿No es mejor ser nosotros mismos? Muy difícil cuando atravesamos la adolescencia y cualquier moda nos obliga a diferenciarnos de alguna manera externa y extrema.
Al crecer deberíamos ser auténticos y sinceros. Conocernos y, por supuesto, aceptarnos. Asumir nuestras virtudes y defectos y… definir nuestra identidad.
“Ser o no ser”, “Pienso y luego existo”, “Yo soy como soy”. Shakespeare, Descartes, Rodríguez, elijan y ¿saben qué?: sean. Porque no hay nada mejor que ser. Uno mismo. Aceptándose y sin disfraces. No es fácil pero… se disfruta.
Claudia Barrionuevo
claudia@barrionuevoyasociados.com
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