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Veneno que nos podría alcanzar

| Jueves 23 agosto, 2007


Veneno que nos podría alcanzar

Con el advenimiento de los años 30, de la química surgió el lema de que habría mejores cosas para un mejor modo de vida. Sin embargo, nadie tenía la sospecha de que “estas mejores cosas” engendrarían una especie de monstruo de Frankenstein en relación con el ambiente.
Mejores cosas que resultarían en millones de litros de desechos químicos.
La plaga de los desechos ha creado pavor donde quiera que se han sentido sus efectos.
El canal de Love, cerca de las famosas cataratas del Niágara, los pantanos mortíferos de Luisiana o Pantanos del Diablo como llamó la prensa de Estados Unidos a 23 hectáreas de tierras envenenadas.
En Iowa 28 metros cúbicos de mortíferos residuos de arsénico fueron lanzados a 80 kilómetros de la ciudad de Waterloo.
En Tennesse, 300 mil barriles de veneno peores que el DDT fueron lanzados a zanjas.
Nueva Jersey ha sido considerado uno de los lugares más peligrosos de Estados Unidos. Cerca de una población llamada Elizabeth, nada menos que a unos pocos minutos de Nueva York donde viven casi 10 millones de personas han estado escapándose nubes negras y gases. Y la proporción de cáncer en la población es una de las más altas del país.
Se calcula que en Seveso, un pueblecito cerca de Milán, Italia, se escaparon al aire, 60 kilogramos de dioxina que convirtió al pueblo en un desierto. El hecho ocurrido en 1976 obligó a evacuar una zona de 400 hectáreas, y se dice que todavía hoy en día un sector de 86 hectáreas está tan contaminado que nadie puede vivir en él. A este caso se le conoce como el Hiroshima de Italia.
Sin ir más lejos en Costa Rica, muchos desconocemos cómo se dispone de kilos o miles de kilos de desechos químicos.
Cada minuto, se producen en todo el mundo toneladas de mortíferos desechos químicos.
Lo que hoy se da como hechos aislados, bien pudiera ser el caso de muchos casos futuros parecidos.
Ciertamente hay una verdadera posibilidad de que parte de esa inundación de veneno algún día nos alcance a todos.

Wilmer Murillo
wmurillo@larepublica.net 






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