¿Un Estado permisivo?
| Miércoles 13 junio, 2012
¿Un Estado permisivo?
Discutir las relaciones laborales en el Estado abre varias vertientes. Una es compararlas con las de las empresas privadas. Una conclusión simplista es que en el Estado hay privilegios. La comparación también puede indicar que en la empresa privada hay sobreexplotación.
Las leyes establecen que las condiciones laborales estipuladas son mínimas, la negociación entre las partes puede ampliarlas. En el sector público hay sindicatos y negociaciones, en el privado no. Mácula para la democracia. Los empleadores imponen condiciones, en no pocos casos por debajo de los mínimos legales. La falta de libertad sindical implica que se trabaja con miedo.
Otra vertiente es la gestión del Estado. El modelo político - administrativo es ineficiente. Las causas son múltiples, entre ellas: la transformación social, el dogmatismo interesado de hacer prevalecer en todas las relaciones la lógica del mercado, la galopante corrupción, el agotamiento de las estructuras políticas.
El crecimiento poblacional y la modificación de su estructura, la creciente participación de las mujeres, la composición del empleo, el contacto con el resto del mundo, provocan cambios en la demanda de los servicios públicos, no solo los ofrecidos por el Estado. A esos cambios no se les da la atención debida.
Pensar que la eficiencia se mide por el lucro ha conducido a incrementar la ineficiencia en el sector público. Un claro ejemplo, el MOPT. Un ejemplo anti-dogmático, el ferrocarril.
El poder político se asienta en la corrupción, sobran pruebas. La corrupción va desde las juntas administradoras de los servicios municipales, pasa por las estructuras intermedias y termina sentándose cómodamente en el gabinete.
El empleo público se ha convertido en un botín. Las instituciones “autónomas” son super ministerios sin control parlamentario de sus presupuestos.
El Servicio Civil ha devenido en un formalismo inútil. Un arqueólogo administrativo raspando un poco podría encontrar los fósiles laborales de cada administración. Capas superpuestas de altos funcionarios que no hacen nada. Asesorías y consultorías que no se dieron.
En tales condiciones impera una complicidad silenciosa. El de arriba roba y el de abajo calla, hace lo que quiere y si puede, también roba. La corrupción en el sector público mantiene una relación dialógica con el sector privado. Un panorama desolador.
La concentración de riqueza ha concentrado el poder. El bloque hegemónico no negocia sus intereses, los impone, una relación violenta.
Los partidos y métodos de elección, la división de poderes, los controles, no están a la altura de las necesidades. La democracia es cada vez más una mueca, causa de la reclamada ingobernabilidad.
No es difícil concluir que las relaciones laborales en el Estado andan mal. Hay responsabilidades sindicales pero muchas se desprenden del colaboracionismo político.
Los altos funcionarios dan para recibir. Dan para apaciguar y evitar que los trabajadores organizados lleguen hasta los fondos donde se cocinan las cosas feas y algunos “dirigentes” sindicales que se prestan al juego.
Hay miles de trabajadores dispuestos a dar un buen servicio, pero ser eficiente es peligroso.
Se avecina un remezón transformador, debemos inducirlo.
Mario Devandas
Discutir las relaciones laborales en el Estado abre varias vertientes. Una es compararlas con las de las empresas privadas. Una conclusión simplista es que en el Estado hay privilegios. La comparación también puede indicar que en la empresa privada hay sobreexplotación.
Las leyes establecen que las condiciones laborales estipuladas son mínimas, la negociación entre las partes puede ampliarlas. En el sector público hay sindicatos y negociaciones, en el privado no. Mácula para la democracia. Los empleadores imponen condiciones, en no pocos casos por debajo de los mínimos legales. La falta de libertad sindical implica que se trabaja con miedo.
Otra vertiente es la gestión del Estado. El modelo político - administrativo es ineficiente. Las causas son múltiples, entre ellas: la transformación social, el dogmatismo interesado de hacer prevalecer en todas las relaciones la lógica del mercado, la galopante corrupción, el agotamiento de las estructuras políticas.
El crecimiento poblacional y la modificación de su estructura, la creciente participación de las mujeres, la composición del empleo, el contacto con el resto del mundo, provocan cambios en la demanda de los servicios públicos, no solo los ofrecidos por el Estado. A esos cambios no se les da la atención debida.
Pensar que la eficiencia se mide por el lucro ha conducido a incrementar la ineficiencia en el sector público. Un claro ejemplo, el MOPT. Un ejemplo anti-dogmático, el ferrocarril.
El poder político se asienta en la corrupción, sobran pruebas. La corrupción va desde las juntas administradoras de los servicios municipales, pasa por las estructuras intermedias y termina sentándose cómodamente en el gabinete.
El empleo público se ha convertido en un botín. Las instituciones “autónomas” son super ministerios sin control parlamentario de sus presupuestos.
El Servicio Civil ha devenido en un formalismo inútil. Un arqueólogo administrativo raspando un poco podría encontrar los fósiles laborales de cada administración. Capas superpuestas de altos funcionarios que no hacen nada. Asesorías y consultorías que no se dieron.
En tales condiciones impera una complicidad silenciosa. El de arriba roba y el de abajo calla, hace lo que quiere y si puede, también roba. La corrupción en el sector público mantiene una relación dialógica con el sector privado. Un panorama desolador.
La concentración de riqueza ha concentrado el poder. El bloque hegemónico no negocia sus intereses, los impone, una relación violenta.
Los partidos y métodos de elección, la división de poderes, los controles, no están a la altura de las necesidades. La democracia es cada vez más una mueca, causa de la reclamada ingobernabilidad.
No es difícil concluir que las relaciones laborales en el Estado andan mal. Hay responsabilidades sindicales pero muchas se desprenden del colaboracionismo político.
Los altos funcionarios dan para recibir. Dan para apaciguar y evitar que los trabajadores organizados lleguen hasta los fondos donde se cocinan las cosas feas y algunos “dirigentes” sindicales que se prestan al juego.
Hay miles de trabajadores dispuestos a dar un buen servicio, pero ser eficiente es peligroso.
Se avecina un remezón transformador, debemos inducirlo.
Mario Devandas