Regaños
Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Lunes 28 julio, 2008

Marcello Pignataro

A veces los hijos llegan a conocer tan bien a sus padres que una sola mirada es más que suficiente para saber que están haciendo algo que no deberían hacer. Generalmente, después de la mirada, viene el regaño o la llamada de atención.
En mi caso particular, hago lo posible por hacer las observaciones necesarias para que mis hijos cuiden sus cosas personales, pero al final del camino la decisión es de ellos y las consecuencias —buenas o malas— que deban asumir por haber rayado un disco, roto una camisa, manchado un pantalón o perdido el dinero de la mesada, las asumirán ellos.
En asuntos de amistades, novias y demás, a lo más que me puedo limitar es a aconsejar, a dar mi punto de vista o hacer algún tipo de analogía que les permita a mis hijos entender por qué tal o cual situación, según mi opinión, puede derivar en tal o cual conclusión. Para nadie es un secreto que cuanto más prohíba uno a los hijos hacer una cosa, con más ganas, frecuencia y placer la van a hacer.
Sin embargo, yo no me puedo meter en las casas de los vecinos para decirles qué deben o no deben hacer con su vida. Cada unidad familiar es un ente independiente que se maneja bajo sus propias normas y valores. Lo que haga cada uno de mis vecinos en su residencia es muy problema de él y, salvo que se me pida la opinión o consejo, es poco apropiado y educado expresar mi sentir.
Algo similar ocurrió la semana pasada. En esta ocasión no fue con un papá, sino un famoso tío que se ha querido meter en la jurisprudencia y orden legal de un vecino. Incluso ha dicho que las relaciones entre vecinos y amigos se pueden deteriorar si no se hace lo que él dice.
Dice el tío que ya no va a prestar más plata (o, como mínimo, la va a condicionar más) y que se siente decepcionado por lo que su amigo de $iempre ha hecho con un caso específico.
El tío en cuestión, lejos de mostrar un respeto incondicional e indisoluble hacia la legalidad, independencia y respeto a los derechos humanos de su amigo, se ha puesto bravo y, prácticamente, como las cosas no están saliendo como él dijo, está empezando a cuestionar la amistad y a condicionarla.
Nuestro tío del cuento tiene un historial famoso por decidir qué y cómo se debe hacer en el mundo siguiendo sus propias reglas y no necesariamente las que cada uno de sus amigos tiene. Al tío se le olvida que muchas de las reglas que tienen sus amigos han costado sangre, sudor y lágrimas —parafraseando al que fue, en algún momento, el papá del tío— y que uno no puede, ni debe, meterse en asuntos tan delicados.
En todo caso, al momento de escribir esta columna, la historia entre el tío, el amigo y el caso aún no ha terminado y debemos esperar acontecimientos.
Lo que sí quisiera es que el amigo se haga respetar y le diga al tío que gracias, pero no gracias.
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