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¿Quién carga con los muertos?

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 04 septiembre, 2008


VERICUETOS
¿Quién carga con los muertos?

Tomás Nassar

Desde hace un tiempo, cada mañana cuando abro el periódico o enciendo el televisor para ver el noticiero matutino, me invade una sensación extraña mezcla de miedo, desconcierto e indefensión, una que no conocíamos antes los costarricenses.
¿De cuántos cadáveres darán cuenta hoy, cuántos homicidios y suicidios pasionales, cuántos asaltos violentos, cuántos bajonazos, cuántas vidas truncadas, sin ninguna razón? ¿Cuál de mis amigos, o de mis parientes, habrá caído fulminado por un balazo certero de un joven muchacho drogado quien quizás ni siquiera sabía lo que estaba haciendo? Ojalá que no lo conozca, es mi primer pensamiento en los instantes iniciales de la noticia. Ojalá que ese cuerpo inerte bajo la sábana no sea de alguien cercano, ni siquiera conocido.
Es que ya no se sabe. No se puede saber. Son tantos y tantos, día con día, hora con hora. ¿Quién me garantiza que el próximo no será pariente, compañero o uno mismo?
Llegué al punto de no querer ver los noticieros nacionales. De los periódicos me brinco la sección de sucesos. La verdad, nada positivo me deja en el ánimo esa narración continuada de crímenes cotidianos con que estamos condenados a iniciar el día.
Cómo no quedar perplejo ante las noticias: dos policías le roban un celular a un par de presuntos delincuentes a plena luz y en media calle; un sujeto dispara a una jovencita adolescente, a quien dobla en edad, porque no se plegó a sus ímpetus; jueces excarcelan a un grupo de reconocidos narcotraficantes, así porque sí y sin mayor explicación; un nuevo “psicópata” (o el mismo) recorre las calles solitarias sembrando la muerte; la televisión filma una patrulla cobrando peaje a presuntos vendedores de droga en los alrededores del mercado; un muchachillo que apenas iniciaba la vida es asesinado para robarle un teléfono o unas zapatillas.
No sé cuándo empezó esta vorágine criminal y esta sensación colectiva de total desamparo, de inseguridad, esa convicción de que el país se nos está yendo de las manos, esa Costa Rica pacífica y tranquila de la que nos sentíamos tan orgullosos; pero sí tengo la certeza de que el destino de este tránsito alucinante que se ve en el horizonte puede ser dramático.
No sé tampoco por qué no actúan quienes están llamados a tomar decisiones para, al menos, atemperar el impacto de la violencia que enfrenta la sociedad civil y que ha resquebrajado todas las áreas de nuestra vida en comunidad.
No entiendo por qué hay tanta reticencia a que se aprueben las leyes por las que todos los ciudadanos clamamos, por qué los jueces liberan reconocidos delincuentes reincidentes tan solo unas horas después de aprehendidos, por qué es tan dramáticamente difícil contratar policías si tenemos superávit en el gobierno central, por qué siguen entrando bandas de facinerosos internacionales, en fin, no entiendo por qué estamos tan, pero tan mal, sin que actúen, lo más angustiante, quienes están en posición de actuar.
Ejercer la función pública y detentar poder es fundamentalmente un asunto de conciencia y como tal debe llamar a la reflexión a funcionarios y políticos para que lleguen a entender que, para asegurar el bienestar de nuestra gente, se debe ser efectivo y generoso y que la politiquería con valores tan importantes como la vida y la seguridad es un acto de lesa humanidad que cargarán, quieran o no, en su conciencia.

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