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Pocos votan basados en razonamientos

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 03 febrero, 2010



Pocos votan basados en razonamientos


Si cada votante tuviera la capacidad de comprender cuál partido político le daría a él o ella el mejor provecho si ganara la elección, la decisión de por cuál votar sería fácil y lógica. Todo el mundo votaría para avanzar en sus intereses propios, y el partido que tuviera más capacidad de servir a más ciudadanos, ganaría las elecciones.
Estas son algunas de las premisas de Anthony Downs en su libro famoso “Una teoría económica de la acción política en una democracia”. Escrito originalmente hace más de 50 años con la intención de aplicar a la política la teoría de la “acción racional” preferida por los economistas tradicionales al analizar “el hombre o mujer económica”, sigue siendo uno de mis favoritos.
¿Cómo puede saber el votante si un partido u otro avanzarían sus intereses? Si uno de estos ha estado en el poder en los últimos años, el ciudadano debería saber si le sirvió. Más difícil es analizar lo que un partido que nunca ha estado en el poder pudiera realizar si llegara.
Downs describe un mundo teórico, desde luego, algo idílico donde hay altos niveles de educación y donde la información sobre los oferentes en el mercado político está completa y al alcance de todos.
La realidad es otra y en muchos casos, quizás la mayoría, los ciudadanos ejercen el sufragio basados en una percepción emocional, influidos por amigos o familiares, o por un eslogan lanzado por un candidato u otro.
Lo interesante de esta teoría de Downs es que llega a la conclusión que el votante “racional” tiene menor probabilidad de dar uso al sufragio que el que participa en las elecciones por razones emocionales. El “racional” va a comprender que no tiene la información necesaria para saber cuál partido o candidato realmente sirve mejor sus intereses, y pudiera llegar a la conclusión de que el costo en tiempo y en esfuerzo físico para llegar a las mesas de votación es demasiado alto. Al emocional no le importa nada muy en concreto y llega a votar por el ambiente del día, por la experiencia social y basado en otros factores que no requieren pensamiento.
Esta realidad que provoca que los que son más racionales son los que menos votan es algo que comprenden los aspirantes en las elecciones, y les lleva a evitar realizar campañas de ideas y propuestas. Saben que la mayoría no va a prestar atención a los programas de gobierno, y los que ven u oyen los debates pueden constituir menos del 10% de los posibles votantes.
El ciudadano racional también puede caer en el abstencionismo porque decide que “un voto más o menos no va a afectar en nada los resultados”. El emocional aprendió en la escuela y en la familia que el voto es importante porque “sirve para apoyar a la democracia de su país”. Entonces sí llega a las mesas de votación, aunque no puede fundamentar en absoluto la razón que tiene para votar por uno u otro de los oferentes.
Winston Churchill manifestó en 1947 “la democracia es el peor sistema de gobierno excepto por todos los otros tipos que se han probado a través del tiempo”.

cdenton@cidgallup.com

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