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Planes reguladores, vivienda y desarrollo urbano

Rodolfo Piza | Miércoles 08 abril, 2015


En el ámbito municipal y urbanístico, debemos precavernos de aquellos que pretenden imponernos ciudades de papel


Planes reguladores, vivienda y desarrollo urbano

Algunas ciudades históricas nacieron a partir de un caserío y luego se planificaron los espacios públicos: generación espontánea para los espacios privados (las casas, los centros de trabajo); planificación para los espacios públicos. Otras ciudades nacieron planificadas, pero se planificaba especialmente el espacio público (calles, parques, edificios públicos, iglesias, mercados) y se dejaba mayor libertad a la construcción en los espacios privados.
En los últimos años, sin embargo, el afán planificador se expandió hacia el espacio privado y hemos visto crecer “Planes Reguladores” que limitan en alto grado el desarrollo urbano. Paradójicamente, cuanto más se han regulado los espacios privados y más trabas se han puesto a la construcción de esos espacios (vivienda, centros de trabajo), los espacios públicos han perdido orden y dinamismo; han aumentado desmedida y desproporcionadamente los costos de la vivienda y la construcción, y han empujado a millones de personas, a vivir en la periferia, cuando no a la orilla de los ríos.
Los costos de las regulaciones de uso del suelo en las ciudades (ver The Economist, Space and the City, 4-4-15), han aumentado hasta cinco veces el costo de las viviendas en muchas ciudades. En Costa Rica, no hemos medido los efectos de estos excesos, pero son inmensos para los ciudadanos, obligándolos a buscar hogares en lugares menos productivos o a construir sus viviendas ilegalmente en los barrancos.
Además, la creatividad arquitectónica se ha limitado en grado extremo. Cuando aparecen nuevos diseños y nuevas formas de abordar el uso del espacio, nos encontramos con regulaciones inflexibles, redactadas por “intereses” o por unos funcionarios bien intencionados, pero con la vocación autoritaria de imponer desde el papel su particular visión del entorno. A lo sumo, se respetan los “derechos adquiridos”, pero se congelan en el tiempo y en el espacio esos derechos.
El colmo ha sido un concepto obsoleto del “uso del suelo”. La separación de zonas residenciales de las zonas de trabajo (al menos de los servicios y del comercio), alargó las distancias y ha obligado a miles de costarricenses a vivir a una hora o más de sus lugares de trabajo, con lo que pierden de dos a tres horas diarias que podrían disfrutar con sus familias.
Cambiar el uso de suelo (de residencial a comercial, o viceversa, por ejemplo), se ha vuelto un calvario interminable, que obliga a los ciudadanos a abrir sus negocios y actividades al margen de la ley. De lo contrario, la cafetería, el consultorio, el taller, la oficina, la lavandería, la peluquería, la imprenta, que hoy existen en cada barrio o manzana, no existirían. La zonificación urbana y el uso del suelo lo habrían impedido.
Si en 1812 Simón Bolívar nos habló de “Repúblicas aéreas” para precavernos de repúblicas construidas sobre la base de lo ideal y no de lo posible; en el ámbito municipal y urbanístico, debemos precavernos de aquellos que pretenden imponernos ciudades de papel. En las elecciones municipales de 2016, busquemos gente sensata, capaz de desmantelar los excesos de esos planes y de recuperar la planificación de los espacios públicos.


Rodolfo E. Piza Rocafort

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