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No hay mal que dure cien años...

Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 01 mayo, 2008


…pero los sesenta que ha tenido que resistir han sido lo suficientemente difíciles para el pueblo paraguayo como para que, en el límite de la desesperanza, tuviera que depositar en manos de su ex obispo, el cura suspendido “a divinis”, Fernando Lugo, la responsabilidad de intentar recuperar este país perdido en los confines de todos los males.

No parece haber una sola cifra positiva en esta tierra azotada por la dictadura de partido más longeva de América Latina, con la única excepción de la que detentó el PRI mexicano. Sesenta años de imperio del Partido Colorado condujeron a este país, del que tan poco sabemos, a ubicarse en el primer lugar en el índice americano de corrupción, distinción poco edificante, que se yergue dudosamente altiva sobre la figura del dictador Alfredo Stroessner, general anquilosado durante 35 años en el poder y que condujo a su país con la misma mano dura que otros oprobiosos agresores de la dignidad hemisférica.

Paraguay, enclavado en la geografía mediterránea de América del Sur, con casi siete millones de habitantes, muestra los índices más alarmantes de desigualdad social. El 90% de sus tierras está en manos de solamente el 2% de la población y el 40% de la riqueza pertenece a solamente el 10% de los habitantes, mientras que el 60% que vive bajo la línea de pobreza recibe solamente el 9% del producto interno bruto en gasto social. El gobierno de Asunción no invierte en los requerimientos básicos de su población.

Mientras tanto, la propia Contraloría General de la nación considera que el país ha perdido, por causas directamente atribuidas a la corrupción, más de $5 mil millones en los últimos 20 años; es decir, que los sinvergüenzas criollos se han robado de las arcas del Estado paraguayo una cantidad suficiente como para recuperar su maltrecha economía y resolver todos los efectos de la inequidad social. Lo más execrable de la corrupción es, sin duda, la falta de solidaridad.

Fernando Lugo, “el Obispo de los Pobres” propuesto por una coalición de siete partidos, obtuvo un resonado triunfo en la urnas frente al popular militar golpista Lino Oviedo y a Blanca Olvear, ministra colorada de Educación. De Oviedo se sabe que enfrentaba cargos por insurrección y por presunta participación en el asesinato del vicepresidente Luis María Argaña, que le fueron retirados para permitir su liberación y, dicen por ahí, su participación en el proceso electoral, como único capaz de frenar el movimiento popular de Lugo.

En un ambiente de gravísimas acusaciones recíprocas de los políticos tradicionales, el cura retirado y suspendido por el Vaticano, surgió como única posibilidad para erradicar los flagelos de la pobreza y la corrupción y poner en el mapa de los inversionistas internacionales a esta nación, de la que casi nadie conoce algo, considerada por la inversión extranjera como la última opción en el continente.

Con Paraguay se repite una vez más la historia. Los pueblos se cansan de la corrupción, de la inequidad, de la pobreza, de la desesperanza, y cuando esto sucede, se rebelan contra los que quieren hacerles creer que la miseria es un designio divino que se debe admitir con entereza y resignación.

Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar, porque... no hay cuerpo que lo resista.

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