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¿Me vacuno o no me vacuno?

Marilyn Batista Márquez mbatista@batistacom.com | Jueves 13 mayo, 2021


Al igual que muchas otras personas, vacunarme contra la Covid-19 me generaba dudas. ¿Me vacuno o no me vacuno? En una posición así, ¿Cuál sería el peor daño? ¿Qué sería “lo menos malo”?

Decenas de argumentos en contra de la vacunación afloran en las calles ticas y en el mundo en general.

Recientemente un telenoticiero nacional informaba de la negativa a vacunarse de muchos de los habitantes de la provincia de Limón, mientras en paralelo, lo in entre los adinerados o quienes lo ostentan, es viajar a Texas, California o Florida a vacunarse.

Es probable que el motivo para que algunas personas menores de 60 años decidan tomar una aeronave (repleta de personas, sin guardarn1.8 metros de distancia) y viajar a Estados Unidos no son negocios, shopping, o visitar a algún familiar, sino la vacunación.

Pareciera que los “adinerados” no temen a la vacuna y conocen perfectamente que, como lo define la Organización Mundial de la Salud, OMS, es una forma sencilla, inocua y eficaz de protegernos contra enfermedades dañinas antes de entrar en contacto con ellas, porque éstas activan las defensas naturales del organismo para que aprendan a resistir a infecciones específicas, y fortalecen el sistema inmunitario.

Tampoco creen en las “leyendas urbanas” que auguran que en los próximos años todos los vacunados padeceremos de enfermedades mortales y diferentes discapacidades, incluso que experimentaremos mutaciones, no sé de qué índole. ¿Será que nos crecerá una cola, brotará de la frente un tercer ojo o la piel se manchará de verde neón?

Que si la vacuna tuvo poco tiempo de experimentación antes de salir al mercado, que si todo es una confabulación de las farmacéuticas para hacerse más billonarias, que la vacuna modificará mi ADN, que este es el inicio del fin del mundo y la vacuna tiene un “chip” que llevará el número de la bestia (eso me lo comentaron en esta semana, no es hipérbole).

Si bien es cierto que la vacuna contra la Covid-19, en el caso de la Pfizer, se probó en unas 44 mil personas antes de salir al mercado, y no se informaron problemas serios de salud -sólo se reportaron efectos secundarios de leves a moderados- mi realidad es que sentía dudas y temor, y aún, todavía mantengo mis reservas relacionada a la confiabilidad de esta sustancia.

¿Por qué decidí vacunarme, a pesar del temor? Por el amor a mi familia y el respeto a mi comunidad. Después de analizar todas las versiones médicas y clínicas a favor y en contra de la vacunación, opté por vacunarme porque jamás me perdonaría contagiar a las personas que amo.

Si enfermo y muero por causa de la Covid-19, fui un número dentro de la probabilidad de que suceda, pero si enfermo y contagio a mis hijos y nietos, y pongo en riesgo su salud, no quisiera vivir con ese pesar. Y si enfermo y contagio a amigos, colegas, incluso al cajero que me atiende en un supermercado o a la chica que me transporta en Uber, tampoco me lo perdonaría.

Si no nos vacunamos contra el Covid-19, corremos el riesgo de contraer esta enfermedad, que en muchos casos ha demostrado ser mortal. Al protegernos nosotros evitamos expandir la enfermedad.

Las vacunas, como bien destaca la OMS, adiestran y preparan las defensas naturales del organismo, el sistema inmunitario, para que reconozcan y combatan virus y bacterias. Si después de la vacunación el organismo se viera expuesto a esos agentes patógenos, estaría preparado para destruirlos rápidamente y, de ese modo, evitaría la enfermedad.

Me siento orgullosa de comentar que me vacuné bajo el Programa de Inmunización de la Caja Costarricense de Seguro Social, en la Municipalidad de Escazú, donde todo el proceso me tomó 15 minutos y el servicio fue seguro, eficiente y humano. No tuve ningún efecto secundario, y hasta el momento no observo protuberancias en mi cuerpo que me hagan pensar que pronto emergerá una cola de mi coxis, brotará un ojo en la frente o que la piel comenzará a lucir verde neón.

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